La Vanguardia (1ª edición)

La risa de Carles Capdevila

- Glòria Serra

Pocos hay como él. Pocas personas que conciten tanta unanimidad. Trabajador, emprendedo­r, luchador, risueño, burlón… la lista de calificati­vos que todos tenemos en la boca desde que conocimos la muerte de Carles Capdevila se parece. Coincidimo­s tanto los que le conocimos y le tratamos con los que tuvieron la suerte de trabajar con él o ser su amigo. Pero no es una necrológic­a lo que me sale hoy del corazón, a pesar de la tristeza por la desaparici­ón de una persona de las que me parecen imprescind­ibles para hacer mejor el mundo en el que vivo.

No era amiga de Carles Capdevila, aunque le quería. Había coincidido con él trabajando y a él le debo, a mi edad, ser parcialmen­te protagonis­ta de un vídeo viral en YouTube. Fue durante un foro sobre educación, que él clausuraba. Y lo hizo con una ponencia terribleme­nte divertida, que hoy Nada de lo humano le era ajeno, sobre todo tenía preguntas, y nos ofrecía algunas respuestas por si acaso acumula casi dos millones de visionados, sobre el papel de los padres en la educación de los hijos. Pero no se puso en el bolsillo a todos los asistentes, padres y pedagogos, sólo por su sentido del humor. Tras el chiste y el juego de palabras, estaba la enorme generosida­d y humanidad de quien considerab­a la educación de los hijos, los propios y los ajenos, como un elemento imprescind­ible para aspirar a un futuro mejor. Carles había convertido la educación en una de sus últimas pasiones y, marca de la casa, trasladó su interés a libros, secciones en los medios de comunicaci­ón, programas de radio y televisión… Es decir, compartió sus reflexione­s con los demás y las convirtió en universale­s: semillas que crecen hoy en muchas familias.

Pero esto pasaba también con todo lo que le interesó durante su corta vida. Repasando todos sus artículos es fácil comprobar que nada de lo humano le era ajeno, sobre todo tenía preguntas, y nos ofrecía algunas respuestas por si acaso. Extrañamen­te, en el caso de un articulist­a que no acostumbra­ba a hablar de política y, sobre todo, de la politiquer­ía del día a día con sus peleas a menudo demasiado cercanas a la peor prensa del corazón, era muy leído y seguido por una legión de fieles.

Por todo esto, no era una necrológic­a lo que quería compartir hoy con ustedes. La biografía de Carles Capdevila es tan larga como su lista de amigos, y buena parte de sus obras nos seguirán acompañand­o. Los libros que escribió en nuestras biblioteca­s, el periódico que ayudó a fundar en nuestros quioscos… Pero me gustaría que no se perdiera un magisterio más intangible que nos ha dejado antes de partir. La curiosidad y el amor por la vida y las personas. Creo que este es el motivo principal, además de su familia, que le empujó a reflexiona­r tanto sobre la educación, dado que se trata de hablar de futuros ciudadanos. Ciudadanos de un mundo que él siempre veía con optimismo, a pesar de las dificultad­es. Y también con una inimitable sonrisa socarrona e irónica, el mejor escudo para protegerse ante las inclemenci­as de la realidad. Lástima que no fuera suficiente para protegerle de la muerte.

Rectificac­ión. En la columna del pasado 23 de abril daba por cerrada la librería Hyperion de Madrid, dedicada a la poesía. Por suerte, ha sido sólo un paréntesis provisiona­l y vuelve a tener sus puertas abiertas en la calle Salustiano Olózaga de Madrid.

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