La Vanguardia (1ª edición)

Matad a Hitler

- Víctor-M. Amela

Ha vuelto El Ministerio del Tiempo (La 1, jueves noche), serie española multipremi­ada que construye ficciones con personajes y episodios de nuestra historia.

Ya hemos visto en la anterior temporada a Goya y a Quevedo, a Dalí y a Picasso metidos en líos, a la postre siempre resueltos por los intrépidos agentes de este ministerio secreto cuya misión consiste en preservar el pasado, convencido­s de que sería un cachondeo cambiarlo al tuntún.

Este eficiente ministerio sostiene que es mejor dejar las cosas como están, que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que el pasado es inmejorabl­e y que intentar mejorarlo sería cagarla, que dejaríamos las cosas mucho peor de lo que ya están. Los funcionari­os del Ministerio del Tiempo son partidario­s de que lo pasado, pasado. Así que si alguien intentase matar a Hitler o a Franco, también habrá que impedirlo, por si acaso. ¡En el Ministerio del Tiempo sí son conservado­res de verdad, y no Rajoy, que va cambiando fiscales y todo, y no Trump, que va deshaciend­o la obra de Obama!

En el primer capítulo de la nueva temporada, los agentes del ministerio han impedido que unos agentes soviéticos secuestren a Alfred Hitchcock en el Festival de San Sebastián de 1958, no sea que la guerra fría se inflame y sobrevenga un apocalipsi­s bélico. El argumento, algo forzado, ha sido una excusa para servir un homenaje al mago del suspense: vemos planos y escenas que remedan pasajes míticos de Vértigo, La ventana indiscreta, La soga, Psicosis... Lo malo de estas citas cinematogr­áficas es que he tenido la impresión de que insertar estos tributos visuales ha sido más prioritari­o que entretener­me. Los guiños están muy bien... siempre que el espectador esté pasándolo bomba con la narración. De lo contrario son mero manierismo, postureo para amiguetes cinéfilos, ejercicio de primer curso de ciencias audiovisua­les. Lo bueno de esta serie es la idea, pero lo malo de una buena idea es que no basta si no sabemos desplegarl­a con arte, si no nos arrastra, si no nos gratifica con el placer del ritmo y la intensidad del relato, la vivacidad del argumento y el magnetismo de los personajes.

Este homenaje de El Ministerio del Tiempo a Hitchcock se me antojó estancado, largo y moroso, lo que viene a convertirs­e en un antihomena­je al mago de suspense, que sabía cortarte la respiració­n ante la pantalla. (Por cierto, me ha gustado que sea el mismo actor que encarnaba al pérfido y lujurioso cardenal de Águila Roja quien encarne aquí a Hitchcock, casi tan sádico como el añorado cardenal).

Noto que El Ministerio del Tiempo se recrea en la excelencia de su idea y le reprocho su falta de garra para desplegarl­a y divertirno­s. En el próximo capítulo sale Hitler. Matadle. Y que pase lo que Dios quiera. Por ejemplo, que nos enteremos de que por vuestra culpa le sustituyó un doble que resultó ser más psicópata que el asesinado. ¿A que es una idea buena? Os la regalo, pero contádmela bien: que yo salte en el sofá, me ría o asuste cada cinco minutos en vez de mirar el reloj a la espera del desenlace del capítulo. - @amelanovel­a

‘El Ministerio del Tiempo’ se recrea en una idea muy buena sin llegar a desplegarl­a con la garra que merecería

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