Barcelona era una siesta
La campaña en favor de la Agencia del Medicamento es un estímulo para una sociedad civil barcelonesa amodorrada. Rajoy debe sentir la presión de una candidatura firme y con amplísimo consenso cuando se siente a negociar la nueva sede.
Barcelona no es hoy el Titanic que en los ochenta naufragaba en su propia decadencia, pero tampoco la definiríamos como el transatlántico lujoso que asombró al mundo en los noventa. Y no sólo porque haya pasado la era de las grandes inversiones. En los últimos tiempos, el papel dinamizador de la sociedad civil ha perdido fuelle, en paralelo a la ausencia de liderazgo institucional. Si bien es cierto que desde la base han surgido interesantes aportaciones al reequilibrio social, también parece evidente que el nivel de autoexigencia de la ciudad es el más bajo en décadas.
Parecería como si Barcelona no fuera consciente de las oportunidades que se le abren en este mundo neofeudal y de exaltación del terruño que promueven Donald Trump o Theresa May. Y no hay mejor banco de pruebas para calibrar la vocación de la ciudad como actor internacional que la candidatura que está sobre la mesa para acoger la Agencia Europea del Medicamento (EMA por sus iniciales en inglés) en disputa con ciudades como Viena, Copenhague o Amsterdam. Un proyecto que, para fructificar, requiere una movilización de la sociedad civil a la altura de otros retos del pasado.
Es precisamente por eso, por la magnitud del desafío, que en las últimas semanas preocupaba la ausencia de una labor discreta pero eficaz en pos de la candidatura que complementara la imagen de unidad que, por una vez, han dado las tres administraciones. La crítica aludía a la ausencia de un liderazgo real de la sociedad civil que presionara a los poderes públicos.
La situación está en vías de solución tras crearse una comisión con representantes de la medicina (sobresale la figura del doctor Bonaventura Clotet), la industria farmacéutica, la docencia y la asociación Barcelona Global, que tiene un papel activo en el proyecto. En las próximas semanas, se esperan manifiestos de apoyo a la candidatura y el envío de cartas suscritas por miembros del dream team de la medicina y la ciencia de Catalunya. El memorando en defensa de la sede barcelonesa contiene una relación de ventajas indudable (empezando por una sede icónica, la torre Agbar, complementada por la más funcional de la antigua CMT), pero a nadie se le escapa que la apuesta final del proceso independentista el próximo otoño, justo cuando la UE tomará la decisión sobre la agencia, puede jugar en contra de Barcelona.
Un informe muy elogioso con la candidatura elaborado por la consultora farmacéutica Acorn incorpora un serio aviso: “Las actividades proindependentistas ayudan muy poco. Así, si Catalunya consigue la independencia habiendo logrado antes la EMA, esta tendrá que buscarse otra sede”. “Y aquellos que preguntan por las probabilidades de que esto ocurra –concluye Acorn– sólo tienen que recordar cuáles eran los pronósticos previos a la victoria del Brexit o de Trump”.
Medios próximos a la candidatura valoran que el conseller Toni Comín, de ERC, esté adoptando un perfil más técnico que político en los últimos días. También la implicación personal de la alcaldesa, Ada Colau. Pero advierten que, para bien o para mal, se hagan como se hagan las cosas, todo dependerá de las decisiones que tome Mariano Rajoy en la cumbre decisiva. Si la situación de conflicto es muy evidente en Catalunya, las otras candidatas resultarán beneficiadas. Si el presidente opta por relativizar el proceso independentista frente a interlocutores como Angela
Merkel, la candidatura puede verse menos afectada.
En cualquier caso, se trata de que Rajoy acuda a la cita sintiéndose muy presionado para no defraudar las expectativas barcelonesas: si tiene que ceder algo, que no sea la EMA a las primeras de cambio. Y, si no es posible captar la agencia que Londres perderá por culpa del Brexit, esta movilización debe convertirse en un activo permanente que ayude a la ciudad en futuros retos. Como el París de Hemingway, Barcelona se puede permitir ser una fiesta, pero nunca una siesta.