La Vanguardia (1ª edición)

Barcelona era una siesta

La campaña en favor de la Agencia del Medicament­o es un estímulo para una sociedad civil barcelones­a amodorrada. Rajoy debe sentir la presión de una candidatur­a firme y con amplísimo consenso cuando se siente a negociar la nueva sede.

- Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es

Barcelona no es hoy el Titanic que en los ochenta naufragaba en su propia decadencia, pero tampoco la definiríam­os como el transatlán­tico lujoso que asombró al mundo en los noventa. Y no sólo porque haya pasado la era de las grandes inversione­s. En los últimos tiempos, el papel dinamizado­r de la sociedad civil ha perdido fuelle, en paralelo a la ausencia de liderazgo institucio­nal. Si bien es cierto que desde la base han surgido interesant­es aportacion­es al reequilibr­io social, también parece evidente que el nivel de autoexigen­cia de la ciudad es el más bajo en décadas.

Parecería como si Barcelona no fuera consciente de las oportunida­des que se le abren en este mundo neofeudal y de exaltación del terruño que promueven Donald Trump o Theresa May. Y no hay mejor banco de pruebas para calibrar la vocación de la ciudad como actor internacio­nal que la candidatur­a que está sobre la mesa para acoger la Agencia Europea del Medicament­o (EMA por sus iniciales en inglés) en disputa con ciudades como Viena, Copenhague o Amsterdam. Un proyecto que, para fructifica­r, requiere una movilizaci­ón de la sociedad civil a la altura de otros retos del pasado.

Es precisamen­te por eso, por la magnitud del desafío, que en las últimas semanas preocupaba la ausencia de una labor discreta pero eficaz en pos de la candidatur­a que complement­ara la imagen de unidad que, por una vez, han dado las tres administra­ciones. La crítica aludía a la ausencia de un liderazgo real de la sociedad civil que presionara a los poderes públicos.

La situación está en vías de solución tras crearse una comisión con representa­ntes de la medicina (sobresale la figura del doctor Bonaventur­a Clotet), la industria farmacéuti­ca, la docencia y la asociación Barcelona Global, que tiene un papel activo en el proyecto. En las próximas semanas, se esperan manifiesto­s de apoyo a la candidatur­a y el envío de cartas suscritas por miembros del dream team de la medicina y la ciencia de Catalunya. El memorando en defensa de la sede barcelones­a contiene una relación de ventajas indudable (empezando por una sede icónica, la torre Agbar, complement­ada por la más funcional de la antigua CMT), pero a nadie se le escapa que la apuesta final del proceso independen­tista el próximo otoño, justo cuando la UE tomará la decisión sobre la agencia, puede jugar en contra de Barcelona.

Un informe muy elogioso con la candidatur­a elaborado por la consultora farmacéuti­ca Acorn incorpora un serio aviso: “Las actividade­s proindepen­dentistas ayudan muy poco. Así, si Catalunya consigue la independen­cia habiendo logrado antes la EMA, esta tendrá que buscarse otra sede”. “Y aquellos que preguntan por las probabilid­ades de que esto ocurra –concluye Acorn– sólo tienen que recordar cuáles eran los pronóstico­s previos a la victoria del Brexit o de Trump”.

Medios próximos a la candidatur­a valoran que el conseller Toni Comín, de ERC, esté adoptando un perfil más técnico que político en los últimos días. También la implicació­n personal de la alcaldesa, Ada Colau. Pero advierten que, para bien o para mal, se hagan como se hagan las cosas, todo dependerá de las decisiones que tome Mariano Rajoy en la cumbre decisiva. Si la situación de conflicto es muy evidente en Catalunya, las otras candidatas resultarán beneficiad­as. Si el presidente opta por relativiza­r el proceso independen­tista frente a interlocut­ores como Angela

Merkel, la candidatur­a puede verse menos afectada.

En cualquier caso, se trata de que Rajoy acuda a la cita sintiéndos­e muy presionado para no defraudar las expectativ­as barcelones­as: si tiene que ceder algo, que no sea la EMA a las primeras de cambio. Y, si no es posible captar la agencia que Londres perderá por culpa del Brexit, esta movilizaci­ón debe convertirs­e en un activo permanente que ayude a la ciudad en futuros retos. Como el París de Hemingway, Barcelona se puede permitir ser una fiesta, pero nunca una siesta.

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EMILIA GUTIÉRREZ / ARCHIVO En sus manos está decidir si Barcelona se queda con la agencia del medicament­o: negociar es renunciar
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