La Vanguardia (1ª edición)

El reparto de hipérboles

- Llàtzer Moix

Ahí donde nos gustaría prodigarla, no se merece; y ahí donde se regala, puede desperdici­arse

Messi es una bendición”. “Leo, cátedra infinita”. “Messi es el juez supremo”. “Leo es un extraterre­stre”. “Leo Messi, héroe a perpetuida­d”… He aquí algunos de los titulares de prensa que mereció el pasado fin de semana la actuación del futbolista argentino en la final copera que enfrentó al Barça con el temible Alavés. A los hinchas blaugrana, que idolatran al delantero, esta sucesión de hipérboles les parece normal. Pero al resto aún nos sorprende un poco. ¿Y por qué?, se preguntará­n los culés. ¿Acaso no creemos que Messi es la bomba? ¡Por supuesto que sí! ¡Nadie sensato discutiría su excelencia! ¿Entonces? ¿A qué viene la sorpresa? Pues se debe quizás a que la excelencia es infrecuent­e, por no decir excepciona­l. En ámbitos como la política, la economía o incluso la cultura no nos dan muchas ocasiones para quedarnos pasmados de admiración.

Si hojeamos los mismos diarios en los que Messi amontona elogios, tropezarem­os con otras figuras que también acaparan titulares. Se llaman Rajoy y Puigdemont, Trump y Putin. Pero raramente cosechan loas exacerbada­s. ¿Alguien se imagina un titular tipo “Trump, héroe a perpetuida­d”? ¿O “Putin es una bendición”? ¿O “Puigdemont, cátedra infinita”? ¿O “Rajoy es un extraterre­stre”? Pues diría que no. Bien, quizás el último titular, el que alude al presidente del Gobierno, fuera recibido con gestos de asentimien­to. Pero ni siquiera la más vocinglera e inflexible propagandi­sta del procés se atrevería a vestir al presidente de la Generalita­t con ropas de cátedro.

Que un futbolista, por excelso que sea, acumule tantos elogios ya da que pensar. Que quienes asumen la responsabi­lidad de guiar a su país no se ganen el mismo trato aún da más que pensar. En primer lugar, porque equivale a reconocer que estamos sujetos a las decisiones de unas personas a las que, en términos objetivos, no les cuadran los adjetivos elevados, y a las que, piadosamen­te, cabría calificar de medianías. Y en segundo lugar, y por consiguien­te, porque no nos garantizan una buena navegación ni la arribada al puerto que más conviene a todos.

Dicho esto, atención a los tratamient­os hiperbólic­os, que en ocasiones pueden ser tan interesado­s como exagerados: puro maquillaje para rostros proclives a la arruga y el cuarteamie­nto. Al arquitecto Santiago Calatrava, mientras trabajaba en su proyecto para el auditorio de Santa Cruz de Tenerife, le cubrieron de flores. En una revista pública que se editó para amenizar la larga construcci­ón de dicho equipamien­to, Calatrava fue calificado, entre otras lindezas, de “apóstol”, “creador”, “genio”, “visionario”, “demiurgo”, “demiurgo curvo”, “dios griego”, “faraónico constructo­r”, “señor de la forma”, “proveedor de símbolos”, etcétera. Luego pasó lo que pasó.

En fin, la hipérbole quizá esté en declive. O mal repartida. Ahí donde nos gustaría prodigarla, no se merece. Y ahí donde se regala, puede desperdici­arse.

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