Los ángulos de Valverde
Pues nada, si eso, cuando queráis, hacemos la entrevista. Llevaban ya un buen rato Ernesto Valverde, y su interlocutor, hablando de “objetivos” y el periodista se impacientaba. Los objetivos eran los de las cámaras que el fotógrafo había empleado en la sesión previa a la charla concertada. Al nuevo técnico del FC Barcelona le apasiona la fotografía.
Tiene la obligación de hablar con los redactores deportivos en las ruedas de prensa, pero él prefiere a los fotógrafos. Intercambian opiniones. Sobre ángulos, diafragmas, objetivos. Repasa los últimos adelantos fotográficos; habla de publicaciones que sólo ellos conocen, o de exposiciones que han visitado o están a punto de hacerlo.
Debe de ser de familia esa vena artística. Su hermano, Mikel, es un conocido ilustrador y dibujante de cómics. En Atenas, en el 2012, antes de dejar el Olympiacos, con el que ganó tres ligas, Ernesto montó una exposición benéfica de sus obras en blanco y negro. “La gente en Grecia está muy jodida por la crisis, y si puedo contribuir en algo, mejor que mejor”, comentaba. También publicó por esas fechas, un libro con textos del escritor Bernardo Atxaga y se relaciona con el cineasta David Trueba, muy amigo también de Pep Guardiola.
Pero lo suyo es el fútbol, desde muy pequeño en Vitoria, la ciudad a la que se trasladaron sus padres desde Viandar de la Vera (Cáceres). No es difícil encontrar sus raíces. Basta con fisgar un poco por internet y buscar fotografías antiguas de sus lugareños. En alguna de ellas aparece una persona que es su vivo retrato, su tío Máximo.
Curiosamente, esa procedencia que nunca ha ocultado y que también ha plasmado en sus fotografías, la trató de tapar ridículamente el Athletic durante algunos años. En la hoja que entregaba a la prensa con las alineaciones, aparecía la sucinta biografía de los dos entrenadores que se enfrentaban. En la de los foráneos constaba su fecha y lugar de nacimiento y su currículo completo. En la de Valverde nunca figuró su localidad natal.
Valverde creció en el Alavés y después, reclutado por Javier Irureta, recaló en el rocoso Sestao, en Segunda División. Allí coincidió en el equipo con Jon Aspiazu, su segundo, y con José Luis Mendilibar, el actual técnico del Eibar. “Ernesto y yo nos conocemos desde que jugábamos en el Sestao. Siempre hemos tenido una relación muy buena”, dice Aspiazu. “Él llegó cuando yo ya llevaba tiempo y muchas veces hasta venía a comer a mi casa. Luego siempre mantuvimos el contacto”. Y a veces, la confianza, ya se sabe. Cuando el Valencia llamó de urgencia a Valverde, el nuevo entrenador del Barcelona se puso inmediatamente en contacto con su segundo: “Deja lo que vayas a hacer que hemos fichado por el Valencia”. Al día siguiente tenía que salir de viaje de aniversario de bodas a Egipto. Susana, su mujer, tuvo que marcharse con su hija para no perder los billetes.
Aspiazu, que también ejercerá como su segundo en el Barça, es periodista. Estudió Ciencias de la Información en la Universidad del País Vasco, aunque durante el primer curso la facultad de Periodismo pertenecía, curiosamente, a Bellaterra. Las notas de primero –buenas– las recibió en catalán. En aquellos tiempos, en el vestuario del Sestao no pensaban en entrenar. “¡Qué va! Creía que podría seguir ligado al mundo del fútbol de otra manera, con el periodismo, por ejemplo, como mi mujer, pero ese asunto no fructificó y sí el de entrenar”. Aspiazu sólo se sentará en el banquillo en los segundos tiempos. El primero lo ve en la tribuna; en el descanso comentan lo que ambos han visto. “Tomo notas y luego sacamos conclusiones. Si es algo muy urgente le llamo al delegado para que le pase la información a Ernesto. Sé que me va a escuchar, que reflexionará y luego tomará la decisión que crea conveniente”.
Su segundo ha sido, habitualmente, el enlace con los futbolistas. “No es cuestión de que él tenga un trato distante sino de que muchas veces los futbolistas no se atreven a decir algunas cosas que piensan”, señala Jon Aspiazu. “Eso pasaba también cuando yo era jugador, es algo que siempre ha ocurrido. A veces están cansados, creen que se han entrenado mucho o que en un partido se puede hacer una cosa u otra, y prefieren decírmelo a mí. Todo, pese a que Ernesto tiene una gran relación con todos los jugadores”.
Aunque en los últimos tiempos, apuntándose a una moda creciente, dejó de dar entrevistas, Ernesto es cercano también con los periodistas. “Con la prensa de Bilbao he mantenido un trato bueno”, decía al despedirse de su primera etapa en el Athletic. “Las críticas deportivas me duelen a veces, pero no me las tomo mal. Las encajo. Las personales, que en algunos casos han sido feroces, se descalifican por sí mismas. Lo único que me dolió es que muchos reproches no eran reflexiones personales, sino que venían de otra parte. Los que me han acusado eran meros intermediarios de otras instancias superiores”.
Eran los tiempos en los que la relación con el entonces presidente, Fernando Lamikiz, atravesaba una época crítica. Clasificó al Athletic para Europa y el recién llegado mandatario le tuvo que conservar en el puesto, pero nunca confió en él. Cuando el equipo fue eliminado por el Austria de Viena, Lamikiz lo calificó de “fracaso”. Luego le ofreció una renovación a la baja que Valverde rechazó.
Regresó ocho años más tarde, con cierta prevención, por su obsesión a acabar bien su trabajo y una socarrona premonición que afortunadamente no se cumplió: “Dicen que segundas partes nunca son buenas… Salvo la de El Padrino”. Se va de Bilbao por la puerta grande, después de cuatro clasificaciones europeas consecutivas, algo que no sucedía desde los tiempos gloriosos de Javier Clemente. Curiosamente, la última, gracias al Barça, un destino que él y sus allegados ya conocían hace tiempo. Como anécdota en primera persona, la conversación del periodista que escribe estas líneas con Jon Aspiazu y su mujer hace semana y media, en plena calle.
–Esta semana, todos con el Barcelona, para que el Athletic se clasifique para la Europa League. –¿Y la semana que viene? Sonrisas, titubeos. Y una respuesta que lo decía todo.
–También.
“Dicen que segundas partes nunca son buenas… Salvo la de ‘El Padrino’”, aseguró al volver al Athletic