Torrente
Al final del programa apareció el señor Casamajor, en alegre cháchara con el esforzado invitado. El hombre había expresado su amor por el venerable personaje y Casamajor se prestó, solícito, al momento máximo. Previamente la mañana había dado para mucho y el Tallat Party en RAC1 (con el maestro Llombart de anfitrión) se había convertido en un viaje a las cloacas, con guía diplomado, un surrealista encuentro en la tercera fase de la reencarnación y un clímax cinéfilo con la mano de Puigcorbé como protagonista. Según parece, el espía del momento, comisario Villarejo, había hecho sus pinitos cameantes en películas de otros tiempos y en una de ellas, Una chica entre un millón, hacía de atracador que le cortaba la mano a Puigcorbé, lo cual, dadas las posiciones ideológicas de ambos, resultaba ser una deliciosa metáfora.
Culminaba, así, una surrealista mañana radiofónica que coronaba la expectante noche anterior, con un Évole escudriñando hábilmente las entrañas de la bestia. El comisario Villarejo parecía presto a hablar, y en las oscuras aguas de las cloacas había ruido de roedores.
Por supuesto, hubo palomitas. Conseguir primera fila para observar el vertedero del Estado parecía un hito imposible, pero Évole lo había conseguido. Y ahí estaba, ante la pantalla del televisor, el famoso comisario Villarejo, perejil de todas las salsas cocinadas en el infierno, disfrazado de disfrazado, y soltando por su boquita de piñón algunas verdades, otras medio verdades, delicadamente reinterpretadas, y un montón de mentiras, todas ellas –las enteras, las medias y las vacías– usadas a mayor gloria de su gloriosa finalidad, que no sabemos cuál es, pero asegura que es la de la gloria de España. Y saltando de charco en charco, cual sapo sin sorpresa, iba dejando caer nombres sonoros para el sonoro mundo del ruido, ahí donde habitan las acusaciones certeras, las confusiones deliberadas y los infundios con escopeta.
¿Qué había de verdad en la maraña de sus verdades? Poco importa, porque éramos meros espectadores de un juego oscuro que mostraba algunas cartas en la superficie, pero se estaba jugando en las profundidades.
Sin embargo, algunas conclusiones han sido corroboradas. La primera, que Torrente se queda corto como parodia de los bajos fondos, tanto, que en cualquier momento esperábamos la frase mítica: “Todo el mundo quieto o me cargo al mono”. La segunda, que Catalunya ha sido (y es) el conflicto exterior que más trabajo está dando a los servicios de inteligencia, y que el todo vale de las cloacas se aplica con detallado esmero y franca cutrez. La tercera, que además del ministro Fernández Díaz y de su ángel custodio, hay una Soraya por ahí que lleva la carpeta Catalunya, y no sólo para abrirse un despacho al lado de Millo. Y finalmente, que hay unos bajos fondos con tufo de viejo régimen que tienen tan pocos escrúpulos como total impunidad.
Villarejo parecía presto a hablar, y en las oscuras aguas de las cloacas había ruido de roedores