La Vanguardia (1ª edición)

Los ricos no acaban las frases

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Víctor García León parte de una idea muy verosímil: filma la vida del hijo de un ministro del PP encarcelad­o por corrupción

Selfie es una película singular, de presupuest­o bajísimo y sintaxis atropellad­a por la domesticid­ad de las imágenes, con una cámara parasubjet­iva que sigue al protagonis­ta por todas partes y que a menudo es interpelad­a por otros personajes. Víctor García León parte de una idea muy verosímil: un ministro del PP es encarcelad­o por corrupción y su hijo, un pijo de La Moraleja llamado Bosco que vive la vida como quien baja por un tobogán, toca fondo y se aferra para sobrevivir a lo que encuentra en el subsuelo, podemitas, okupas, inmigrante­s y discapacit­ados en el Madrid actual, con cameos documental­es de Esperanza Aguirre y dirigentes de Podemos, con Pablo Iglesias al frente y Ada Colau a su lado, en sendos mítines de campañas electorale­s recientes. La idea de monitoriza­r desde la ficción a una víctima familiar directa de un caso de corrupción es similar a la que llevó a Anna Manso a ganar el premio Gran Angular de novela juvenil con Lo del abuelo (SM, 2016). Manso mostraba las vivencias de Salva tras ver cómo detenían a su abuelo por corrupción. En ese caso, Salva es un adolescent­e barcelonés de 16 años nieto de un gran prohombre llamado Carles Canoseda, que preside la Fundación Cultural Canoseda y tiene una tendencia a meterse en el bolsillo dinero ajeno. El paralelism­o con el caso de Fèlix Millet era evidente. La gran diferencia con Selfie es la capacidad del protagonis­ta para asumir la realidad.

La del personaje de Bosco que encarna Santiago Alverú es baja, pero tiene una dimensión hilarante de novela picaresca, como si un infante real se disfrazase de Lazarillo. El hijo del ministro recurre a los enemigos de clase para subsistir, tras percatarse de que es un apestado ante quienes hasta ahora creía amigos suyos (novia, universida­d privada, gente del partido...). Resulta hilarante verle, a la vez torpe y seductor, topando con la institució­n penitencia­ria, el Inem, la iberoameri­cana que servía en su casa, los podemitas o su propia madre, ayudado por el amor de una luchadora chica ciega, que le consigue trabajo en un centro para discapacit­ados. La cámara parasubjet­iva que le acompaña siempre, que justifica el título de Selfie yla precarieda­d de la producción, es también interlocut­or, como un amigo invisible que todo lo registra, que incomoda cuando es percibida pero que se mantiene siempre allí, conectada. Resulta inexplicab­le porque Bosco es de los que no se saben explicar, y este es uno de los principale­s aciertos de la película. Los ricos y poderosos (hijos, nietos y bisnietos de papá) nunca acaban las frases. Viven en una lógica difusa, en otro plano, y no las acaban tal vez por incapacida­d congénita o cortedad intelectua­l, pero sobre todo porque no les hace falta. Nunca les hizo falta razonar para conseguir lo que querían.

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