La Vanguardia (1ª edición)

Silla de ruedas y taxis

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El otro día, cerca de la avenida Gaudí en Barcelona, me puse en un paso de cebra con mi silla de ruedas para intentar parar un taxi. Cuando un taxi libre con luz verde se acercaba y veía que iba en silla, cambiaba a ocupado al instante. La primera vez, pensé: “Lo habrán llamado de centralita”. La segunda: “Tendrá prisa por ir a comer a su casa”, pero al cuarto, quinto... un señor encantador, al que le agradezco su ayuda, me dijo: “Hazte a un lado que yo te paro el taxi”.

Se alió a este señor un motorista que paró especialme­nte para lo mismo. A los pocos segundos paraba un taxi. Una vez parado me acerqué a la puerta para subir, el taxista, al verme, hizo gesto de sorpresa pero me ayudó a entrar y a poner la silla.

Me parece indignante ver cómo te dicen a la cara: “Vas en silla de ruedas, no me interesas como cliente”. Yo vivo en un pueblo cercano a Barcelona. Allí los buses y muchas aceras están adaptados y los taxis funcionan por emisora o acudiendo a alguna de las paradas que tienen asignadas. Siempre que he necesitado un servicio, me han llevado con profesiona­lidad, virtud que los diferencia, en gran medida, de los que circulaban el pasado viernes por Barcelona.

Ojalá, poco a poco, todos podamos pasear, coger un bus o un taxi con normalidad, sin dificultad­es, esquivos o miradas curiosas. ¡Somos personas normales! Y tenemos muchas ganas de vivir.

MARIA TORNÉ SANTOS

Sant Cugat del Vallès

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