Extrema cordialidad en París.
El presidente francés busca su lugar, maniobrando entre un mar de tensiones
Emmanuel Macron y Donald Trump exhibieron ayer buenas maneras en su encuentro parisino, que incluyó una cena en la torre Eiffel. Macron se había visto horas antes con Merkel.
El joven presidente francés, Emmanuel Macron, navegó ayer en París en medio de la caótica tormenta que conoce el mundo occidental en el complicado parto de la multipolaridad. Él mismo definió esa borrasca el domingo, al término de la ambigua cumbre del G-20 en Bruselas, al reconocer que “nuestro mundo nunca había estado tan dividido” y “las fuerzas centrífugas nunca fueron tan potentes” en un contexto de “verdaderas divisiones e incertidumbres”. No era retórica de consuelo tras una reunión en la que el papel de Francia fue bien modesto.
División en la UE (Este, Sur, Brexit); división, con pelea, en el mismo
establishment de Estados Unidos, y división, disimulada, en el seno de la pareja franco-alemana, separada por la incompatibilidad de sus intereses económicos sobre un mapa prusiano. Y en este espectacular panorama, una última fractura: la brecha, cada vez más ancha, entre Donald Trump y Angela Merkel.
Macron recibió a los dos ayer en la capital francesa, a Merkel por la mañana y a Trump por la tarde con enorme cordialidad.
Con la primera, conversaciones bilaterales con los dos gobiernos en pleno y anuncios rituales en conferencia de prensa: la canciller ya no tiene “nada en contra” de un presupuesto europeo común. Del ministro europeo de Finanzas, otra idea de Macron,“se puede hablar”. En común nuevos “avances” para la “Europa de la defensa”; un avión de combate “producido y vendido” conjuntamente.
Con Trump, recluido hasta mediodía en la embajada de Estados Unidos (desde donde la NSA se entera de las intimidades del Elíseo, sito a 200 metros), una cena en la torre Eiffel.
El presidente francés cuida e intenta seducir a Trump, hoy invitado de honor en el desfile del 14 de Julio, en su partida de ajedrez contra Merkel, consistente en “hacer en casa los deberes” (impuestos por el maestro alemán) y a cambio lograr
SEDUCIENDO Extrema cordialidad entre el líder francés y el norteamericano con cena en la torre Eiffel
TRUMP-MERKEL La brecha que los separa es cada vez más ancha, su último factor es un oleoducto
que Alemania altere el diseño (alemán) de la Unión Europea. Las mentes mejor amuebladas consideran errada esa estrategia: la austeridad creará revuelta, pero no crecimiento, en Francia, y Berlín nunca cederá en alterar la estructura que está desintegrando la Unión, por ejemplo reformando tratados y alterando el papel del Banco Central Europeo. Sea como sea, Macron necesita apoyarse en factores externos, entre ellos Trump y el Reino Unido, con quien Francia mantiene una estrecha cooperación militar.
Entre Merkel y Trump el rumbo es de colisión. Su último incidente se llama Nord Stream 2, la segunda rama del gasoducto báltico que a partir del 2019 deberá incrementar en un tercio (55.000 millones de metros cúbicos) la exportación de gas ruso a Europa, con terminal en Greiswald, Alemania. Hay cinco consorcios europeos implicados a los que Trump amenaza con sanciones alegando riesgo para la “seguridad energética europea”, mientras en Polonia se habla desvergonzadamente del “gasoducto Molotov-Ribbentrop 2”.
Clave para Alemania, Nord Stream 2 es un factor que divide a los socios orientales de la UE. Trump incide y fomenta esa división ostensiblemente, y escogió a Polonia como primer país visitado en su última gira.
Toda esta división en el tránsito al mundo multipolar suscita las enmiendas a la mundialización en un sentido proteccionista que los anglosajones han sido los primeros en evocar abiertamente, con sus dos “accidentes”: Brexit y Trump. La última cumbre del G-20 reconoció cierta nueva legitimidad proteccionista al evocar en su comunicado “el papel de instrumentos legítimos de defensa”. En la Unión Europea suena a herejía, pero, sin admitirlo, Berlín y Bruselas están en ello; las fronteras intraeuropeas se refuerzan con los días, Francia clama contra los “trabajadores desplazados”, Macron agita su “Europa que proteja” y Merkel la practica con un decreto contra las inversiones chinas en empresas de su país. El Europa first es una realidad tan clara –aunque menos reconocida– que el America first de Donald Trump.
En Estados Unidos las enmiendas incluyen una pelea sobre las prioridades de la política exterior con el autócrata Trump en un momento en el que el país está perdiendo su posición hegemónica y debe aclarar cómo responder a los “emergentes”. El asunto comenzó con Obama en Siria: cada vez que se intentaba un acuerdo con Rusia ya entonces aparecían presuntos ataques químicos del protegido de Moscú allá. “Por desgracia hay divisiones en nuestras filas que impiden aplicar el acuerdo” (de operaciones conjuntas con los rusos), “tenemos en nuestro Gobierno gente que está fuertemente opuesta a eso”, dijo el ex secretario de Estado John Kerry antes de retirarse en una entrevista con The Boston Globe en diciembre. Con Trump eso se ha multiplicado. El escándalo del intervencionismo electoral ruso es algo instrumental en una discusión mucho más básica sobre qué hacer con el mundo.
Trump se maravilló ayer de que el alto el fuego en Siria, resultado del diálogo con Moscú, “ya dure cinco días”, que es lo que duró con Kerry en septiembre del 2016, antes de que la aviación de Washington matara “por error” a un centenar de soldados de El Asad. Francia quiere contribuir a la posguerra en Siria, dijo ayer Macron, reconociendo el fracaso de Hollande allá. “La salida de El Assad ya no es condición”, dijo, “porque no ha sido eficaz”. Si el acuerdo con los rusos aguanta, lo que está por ver, ahí hay un terreno común con Trump.
ACUERDO RUSO Su fragilidad se deduce de la hostilidad que suscita en Washington, como dijo Kerry