El pacto como norma
Joaquim Molins, exportavoz de CiU y exconseller, fallece a los 72 años
Joaquim Molins, fallecido ayer en Barcelona a los 72 años, se guió siempre en todos los puestos políticos que ocupó por una persistente voluntad de pacto. Era una cuestión de convicción, pero también de carácter. Amable, vitalista, perseverante, le tocó la difícil papeleta de sustituir a Miquel Roca como portavoz de CiU en el Congreso, en un periodo –también aquel– de turbulencias. Corría el año 1995 y el PSOE de Felipe González –que había tratado de atraer a CiU para que formase parte del Gobierno– hacía aguas por todas partes.
A Molins le correspondió la filigrana de romper a cámara lenta con el PSOE y preparar un futuro de previsibles acuerdos con el PP, que luego tomaron cuerpo en los denominados pactos del Majestic. Pero incluso para finiquitar la etapa de colaboración con los socialistas, Molins utilizó la vía del consenso. Lo que hizo, en definitiva, fue negociar el calendario de la ruptura y administrarlo con lealtad, al tiempo que sentaba las bases del posterior entendimiento con el Gobierno popular que a partir de 1996 presidiría José María Aznar.
Molins había dado sus primeros pasos en política en el 76, como fundador y secretario general de Centre Català. Pero su primera experiencia parlamentaria no llegaría hasta el 79, integrado en la coalición Centristes de Catalunya-UCD. El ingreso en Convergència se produciría en 1981, con UCD en proceso de descomposición. Molins volvió a obtener escaño en el Congreso en 1982, y a partir de 1984 lo simultaneó con la pertenencia al Parlament de Catalunya. Inmediatamente después comenzaría su etapa en la política ejecutiva, como conseller, primero de Comerç i Turisme, y luego de Política Territorial i Obres Públiques.
A partir de 1993, Molins se reincorpora al Congreso, como portavoz adjunto de CiU, y siempre estrechamente vinculado al jefe de filas del grupo parlamentario, Miquel Roca. Fue probablemente el periodo más intenso de su vida política, por el papel protagonista que le tocó asumir. Felipe González consiguió aquel año una mayoría relativa en el Parlamento, y buscó con ahínco la colaboración con los grupos nacionalistas –no sólo de CiU, también del PNV–, ayudado por el vicepresidente del Ejecutivo, Narcís Serra. El entonces president de la Generalitat, Jordi Pujol, mantuvo dos entrevistas con González en la Moncloa, pero finalmente rechazó la entrada en el Gobierno.
La legislatura fue luego muy accidentada. En julio de 1995, convertido ya en portavoz de CiU, Molins me explicaba en una entrevista que su grupo iba a sostener al Gobierno hasta el final de la presidencia europea, que España iba a ejercer en el segundo semestre de ese año. Y añadía que debía “quedar bien claro que la legislatura se acaba cuando hemos decidido de común acuerdo”. Lo dicho, pacto incluso para romper.
Los acuerdos posteriores con el PP fueron inicialmente productivos. Catalunya adquirió un modelo policial propio con el desarrollo de los Mossos, se mejoró la financiación autonómica y se suprimió el servicio militar obligatorio. En el 99, Molins dejó el Congreso y optó a la alcaldía de Barcelona. No lo logró y permaneció como líder del grupo municipal de CiU hasta el 2001.
Alejado de la política, pudo dedicarse con mayor intensidad a otra gran pasión, la ópera en general y el Liceu, cuyo patronato presidió, en particular. Molins había colaborado en su reconstrucción. CiU logró en el Congreso la aprobación de bonificaciones fiscales para aquella labor, como ha recordado en diversas ocasiones el entonces director general del Liceu, Josep Caminal. Salvador Alemany, presidente de la Fundació Gran Teatre del Liceu, y Roger Guasch, su director general, evocaban ayer con emoción esta otra faceta de la vida de Molins. “Joaquim –decía Alemany– sentía la música desde dentro”.
Molins combinó una intensa actividad política con otra pasión, la ópera en general y el Liceu en particular