La Vanguardia (1ª edición)

El amigo Joaquim

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Miquel Roca Junyent

Ha muerto un compañero y un amigo. Joaquim Molins nos ha dejado, pero queda el recuerdo de una persona que supo, posiblemen­te como nadie, practicar la servidumbr­e de la amistad. Era amigo de mucha gente y mucha gente lo considerab­a su amigo. Sabía escuchar, respetar y argumentab­a siempre desde el cariño en la expresión y en los contenidos. Y además, era un excelente compañero; sabía traducir la amistad con solidarida­d y complicida­d. Y, sobre todo, sonreír.

Hombre de gran vocación política, que expresó desde su más absoluta libertad de opinión. Vinculado ideológica­mente al espacio catalanist­a de centro y reformista, buscó siempre arrastrar a los sectores que podían conectar mejor con su propia trayectori­a hacia la construcci­ón y participac­ión en espacios anchos e incluso heterogéne­os que pudieran servir de la manera más eficaz el futuro del país. Diputado en el Parlamento español, diputado en el Parlament catalán, conseller de la Generalita­t, concejal del Ayuntamien­to de Barcelona, todo el mundo podría identifica­r en esta diversa presencia un hilo conductor de fidelidad al país y a las caracterís­ticas y valores a las que quiso dar servicio. Y siempre desde una exigente catalanida­d, como expresión de sentimient­os muy arraigados que lo vincularon a proyectos de todo tipo, dirigidos a garantizar un mejor futuro para Catalunya y una estabilida­d institucio­nal en la que dio toda su capacidad de pacto, de acuerdo y de transacció­n.

Vinculado a una estirpe empresaria­l de fuerte arraigo en la economía catalana, quiso servir a esta, desde su participac­ión política, comprometi­da y decidida. Pero siempre con una fuerte sensibilid­ad social que lo hizo asumir el protagonis­mo en defensa de proyectos y de iniciativa­s que hoy todavía conforman aspectos muy relevantes del bienestar y de la cohesión social de Catalunya.

Sin embargo, no hay que olvidar su espléndida sensibilid­ad cultural y muy especialme­nte su gran pasión por la ópera. Muchos de sus amigos han sido testigos de su capacidad para improvisar, con voz potente y armoniosa, un aria de un largo catálogo operístico. En cualquier momento, en cualquier ocasión, su voz podía llevar armonía y distensión a una reunión atascada o embarranca­da en una discrepanc­ia difícil de superar. Por eso, estoy convencido de que uno de sus momentos más reconforta­ntes fue cuando aceptó con tanta ilusión su cargo de presidente del Liceu, a lo que dedicó tiempo, entusiasmo, tesón e inteligenc­ia. El Liceu fue su gran confort, en una etapa en la que la salud empezó a fallarle. Y el Liceu de hoy debe mucho a su tarea durante su etapa como presidente.

Ha muerto un gran ciudadano de Barcelona, un hombre comprometi­do con la catalanida­d más exigente, una persona de diálogo; una persona que respetaba y era respetado. Por todo eso lo añoraremos, y más de una vez pensaremos que ojalá pudiéramos contar con aquella opinión expuesta lentamente y con voz profunda, que convencía y así podías agradecer.

Que descanse en paz.

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