La Vanguardia (1ª edición)

Problemas por triplicado

- Clara Sanchis Mira

Entre amigos, solemos establecer redes de terapias conversaci­onales caseras. Tú me cuentas tu problema de temporada, yo te cuento el mío, y así nos vamos desatascan­do. Y aconsejand­o. Es cierto que hay cosas que se alivian al contarlas, y miradas que dan claves que sola no verías ni borracha, con el problema de sombrero. Es un ahorro importante en psicólogo. Hay amigos que son grandes estrategas y aconsejan cosas escalofria­ntes. Otros te dicen lo que quieres oír. Según tengas la mañana, llamas aquí o allá. Con el tiempo, y un carácter fácil, se puede alcanzar una carta de consejeros muy completa. Pero para eso también hay que saber aconsejar.

Estas redes requieren reciprocid­ad técnica. No puede ser que siempre hables tú de lo tuyo. Aunque a veces hay que saber no decir ni pío. En mi red de terapias caseras, de hecho, hay una persona que lo que quiere es que la escuche un cadáver. Cuando expone su problemáti­ca, lo mejor es hacerse la muerta. Cualquier cosa que digas que no sea repetir exactament­e lo que ha dicho ella, se vuelve en tu contra. Lo entendí un día en que la terapia era telefónica y, después de algunos intentos fallidos de opinar algo, opté por conectar el manos libres y ponerme a leer el periódico, lleno de problemáti­ca actual, real, brutal. Cuando se hartó de monologar unos 40 minutos, dijo: hoy sí que me has escuchado bien.

Los problemas de pareja son un aburrimien­to supino, y hay que ver lo que abundan por aquí. Me asalta la duda de si en Congo saben lo que son los auténticos problemas sentimenta­les. No me lo imagino. En cambio aquí, conozco a un dramaturgo y pedagogo que tuvo que prohibir a sus alumnos el tema de la pareja. Los jóvenes escritores pasan un rato de perplejida­d y vacío interior, removiendo con el boli su nada mental, pero acaban encontrand­o otros temas para escribir. Uno o dos. La muerte, la comida, algo es algo. Los problemas de trabajo también tienen lo suyo, pero hoy es una clase de conflicto que da poco de sí, por la intimidaci­ón perenne que nos trajo la reforma laboral. Ya nadie se atreve ni a marcarse el farol de que se va a despedir de su empresa, no sea que el amigo consejero se vaya de la lengua o hasta piense en usar la informació­n para ocupar ese puesto. La reforma laboral es el mejor alimento para el buitre que llevamos dentro.

De cualquier modo, parece claro que si un problema te vampiriza los sesos, lo mejor es tener otro. La aparición de un segundo problema empequeñec­e ipso facto el primero, redistribu­ye tu capacidad obsesiva y ayuda a relativiza­r. Tres problemas, bien mirado, es un número ideal. Cuatro quizás ya resulte excesivo, pero tres es perfecto. Y barato. En el mercado negro se compran imitacione­s de los mejores problemas, que parecen de verdad. Y con suerte, el mantero te regala uno de los suyos.

Parece claro que si un problema te vampiriza los sesos, lo mejor es tener otro

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