Candombe y rumba
De la película Estiu 93, de Carla Simon, te queda la impresión de plenitud entre intención y resultado. Días después de haberla visto, sientes que aún emergen imágenes que en el cine no parecían contener una pólvora tan perdurable. Para no traicionar la sencillez de la historia, que huye de cualquier truculencia emocional, la recomiendas en voz baja, para no estropear la mecánica de las expectativas con el entusiasmo febril de los premios o el exceso de baba laudatoria. Los subtítulos en inglés, que permitirán a nuestros turistas entenderla, desvirtúan parte del acierto de situar muchas conversaciones en segundo plano, susurradas con la intención preventiva de que las niñas no oigan lo que no deben oír.
La lista de temas tratados por Carla Simon impresiona: la muerte, el amor, la lealtad, la responsabilidad, la ausencia, el deber de la gratitud, el poder esclavizador/ liberador de la familia, la lógica ancestral de las emociones, la libertad y, de fondo, la reconstrucción sin alardes de un tiempo en el que las chicas llevaban faldas largas y abarcas y a los chicos se les notaba la indolente e improductiva aerodinámica de porro y hamaca perpetua. Y en un momento de la película, transbordo por el túnel del tiempo a través de un detalle de calidad: sentado en una silla, de espaldas a la cámara, el personaje de David Verdaguer toca el Sabor de barrio de Gato Pérez. Los primeros versos evocan una ambición poética espectacular: “Distante en el recuerdo / perdido en la memoria/ guarda uno ritmo la especie / que siempre es natural”.
La canción forma parte de un disco monumental, Carabruta, de finales de los setenta. Tras unos meses de ausencia sabática, Gato Pérez reapareció con unas canciones –maceradas en el ambiente fumador del bar Petxina de Gràcia– que ya eran buenas entonces y que mejoraron con el tiempo. Para poder grabarlo, Pérez contó con la noctámbula complicidad de Jordi Vendrell, radiofonista y manaia hipotenso del sello Ocre, instigador de joyas como este Carabruta oel Brossa d’ahir de Pep Laguarda. Los amigos se sumaron a la aventura, Manel Joseph, Quino Béjar, Josep Lluís Beethoven Soler, Miquel Rubio, Xavier Batllés, Luigi Cavanach, músicos que habían tocado con Peret y Los Amaya, como Josep Papa Cunill. En el libro El nét del vigilant, Manel Joseph escribe: “La grabación del disco (...) fue divertida y emocionante. Se grabó en los estudios Belter, con Jordi Vendrell de productor. Todos de cara bruta. Cuando alguien no iba colocado, iba de cara neta”. En la película, la fugaz aparición de Sabor de barrio tiene la relevancia de un simple detalle. Pero da en la diana y toca el corazón taquicárdico de una época en la que, como confirma Estiu 93, la alternativa de una determinada manera de vivir tenía efectos dramáticamente imprevisibles y nada secundarios. Días después de haberla visto, sigo silbando y tarareando Sabor de barrio y me doy cuenta de que, desde los tiempos del Gato y de Vendrell, la idea de barrio es una de las cosas que más ha prostituido la Barcelona actual.
Los primeros versos de la canción ‘Sabor de barrio’ evocan una ambición poética espectacular