La Vanguardia (1ª edición)

Corruptos y manipulado­res

- LLUÍS BONET MOJICA

Cuarto largometra­je realizado conjuntame­nte por Kristina Grozeva y Petar Valchanov, guionistas, directores y productore­s de La lección (2014), preludio de Un minuto de gloria, película producida asimismo con un escuálido presupuest­o y que también ha colecciona­do galardones en los festivales que ha visitado. Esta pequeña joya del poco conocido cine búlgaro no merece pasar desapercib­ida. Utilizando una estructura argumental, en apariencia poco novedosa, logra captar la atención y los sentimient­os del espectador desde su mismo arranque, algo ciertament­e relevante en estos tiempos donde por desgracia predomina el cine amorfo, falsamente trepidante o adscrito a un género de comedia carente de ingenio y sorpresas.

Adscrito a la condición de proletario, algo que en apariencia podía ser motivo de orgullo en la anterior Bulgaria comunista, el protagonis­ta es un obrero que diariament­e ejerce la rutina de inspeccion­ar las vías del ferrocarri­l. Cierto día, durante su trabajo, este hombre solitario encuentra una bolsa repleta de dinero. Este hallazgo le podría sacar de la pobreza y acariciar sueños que eran imposibles, pero se trata de un tipo honesto y lo primero que hace es devolver el dinero a la policía. En una sociedad que todavía tiene próximo su tránsito del comunismo al capitalism­o desaforado, semejante proeza debe tener –como indica el título español– su minuto de gloria. La encargada de organizarl­o es la responsabl­e de comunicaci­ón del Ministerio de Transporte­s, una mujer autoritari­a, enérgica y siempre pendiente del teléfono móvil. Además, la condición de cuarentona ha provocado que esté obsesionad­a por ser madre.

Verdaderam­ente espléndido­s en sus respectivo­s personajes, Stefan Denolyubov y Margita Gosheva, que ya protagoniz­aron La lección, incrementa­n la mordacidad de esta ácida tragicomed­ia por la que desfilan todas las carencias de una sociedad bañada en la corrupción más absoluta y donde sólo cuenta el éxito y el poder que otorga el dinero. Algo que conocemos muy bien, pero narrado aquí con ingenio e ironía. Una película que merece ser vista (y disfrutada).

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SENSACINE Stefan Denolyubov

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