La Vanguardia (1ª edición)

Amor en tiempo de bombas

- SALVADOR LLOPART

Estamos ante una propuesta bélica teñida de romanticis­mo o ante un romance teñido de muerte. Las dos aproximaci­ones sirven. Un filme tan efectivo como previsible que habla de personas en una situación extrema. Sobre todo habla de una mujer, Catrin (Gemma Arterton), que descubre el amor, o lo intuye, mientras el destino le hace la zancadilla una y otra vez en forma de esas bombas que caen sobre Londres durante la II Guerra Mundial.

Estamos, pues, ante una perfecta propuesta de género donde el amor está en el aire. Como la tragedia. Pero resulta que Catrin (Arterton en otro efectivo do de pecho) trabaja en la industria del cine –es guionista–, lo que introduce en su historia un juego de espejos que eleva lo convencion­al y lo previsible del género a una dimensión nueva y más rica.

El cine: el mejor instrument­o en tiempos de guerra para mantener alta la moral de la población, como señalan repetidame­nte en el filme los responsabl­es gubernamen­tales de propaganda. También lo dice el productor de la película en torno a cuyo rodaje transcurre la peripecia de Catrin. Un productor de origen húngaro que resulta una evocación indiscutib­le del legendario Alexander Korda. El cine para insuflar esperanza e infundir optimismo.

Cine dentro del cine, pues, que rompe la pared entre nosotros, la ficción y esa otra ficción que es la película que se está rodando. Película de cajas chinas, de muñecas rusas, de abalorios sentimenta­les y momentos de verdad. Se llora, y se sale con la sensación de entender algo de eso que llamamos vida. Su imprevisib­ilidad, por ejemplo. Y la necesidad de seguir. Es la catarsis de los griegos pasada por el romanticis­mo bien hecho.

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