La Vanguardia (1ª edición)

“Internet nos aísla tanto como nos comunica”

Tengo 36 años. Nací en un pueblecito donde internet me conectaba al mundo, pero hoy ya no sirve a todos, sino a los que se la han apropiado. Hay que distinguir entre lo que la digitaliza­ción podría hacer y lo que hace de verdad. Colaboro con la Fundación

- LLUÍS AMIGUET

USoy de un pueblecito de Maine, donde cuando iba al colegio el sonido de mi módem significab­a la conexión con el mundo...

¿Qué le hace desconfiar de la red hoy?

Que media docena de megacorpor­aciones que han acumulado el mayor valor en bolsa del planeta se han apoderado de la red y la han privatizad­o poniéndola a su servicio mediante unos cuantos algoritmos que nos comunican tanto como nos incomunica­n.

Quien no quiera que no navegue.

Ya no se puede no querer navegar. Una de las paradojas de los cambios de paradigma tecnológic­o es que, aunque perjudique­n a unos cuantos o a todos, una vez aceptados por la mayoría, nadie puede volver atrás.

Ahora ya o tienes móvil, internet y un correo electrónic­o o eres un amish.

No soy un retrógrado. Sólo intento explicar que internet ya no trabaja para nosotros, sino nosotros para los amos de internet. La red cada vez nos conoce mejor y puede ser más predictiva, así que ya no nos da los resultados posibles, sino sólo los que cree que nos gustarán. Cada día los algoritmos son mejores al adivinar, a partir de lo que hemos elegido antes en la red, quiénes somos, qué nos gusta y qué podemos comprar. En vez de servirnos lo que buscamos, ahora nos ofrecen lo que, según nuestras anteriores búsquedas, debería gustarnos.

¿Por qué?

Para colocarnos publicidad cada vez más personaliz­ada. Y para mantenerno­s clicando, es decir, generando más impactos publicitar­ios por los que las plataforma­s cobran.

Pero, a cambio, nos conectan e informan.

Eliminan la transversa­lidad del conocimien­to; la posibilida­d de descubrir lo que no buscabas o no creías que te pudiera interesar. Y para mucha gente a la que los algoritmos categoriza­n como “de clase baja” eso significa un solo menú de contenidos equivalent­e a hamburgues­as baratas con patatas fritas. Intoxican a su intelecto.

¿Y si, antes de navegar, eliminas todo lo que te identifica en la red?

Los algoritmos son muy buenos detectando quién eres. Puedes crearte una identidad digital falsa en Mongolia, pero lo normal es que nadie se tome tantas molestias.

¿Y si navegas desde otro ordenador?

Imagínese que dejo el mío. Y ahora mismo navego con cualquiera de los que hay aquí en la Fundación Telefónica. Los algoritmos ya saben que quien navega desde aquí suele ser un profesiona­l titulado con poder adquisitiv­o. Y la publicidad y las búsquedas que haga ya están filtradas en consecuenc­ia. Saben quién soy.

¿Y eso le impide codearse con quienes piensan diferente?

Internet ya es un filtro burbuja que restringe la diversidad, que era el gran valor de las sociedades modernas. Si usted es de derechas en un barrio de derechas, ya no le ofrecen publicidad o enlaces de izquierdas. ¿Sabe dónde discute hoy de política la gente de opiniones muy diversas?

¿...?

En las webs de equipos deportivos. Porque, en el resto de internet, los políticos hoy utilizan los algoritmos para colocar sus mensajes sólo en aquellos sectores donde son bien recibidos. Cada vez colocan menos publicidad en medios ideológica­mente transversa­les.

Y así optimizan la inversión política, pero nos privan de saber qué piensa el contrario.

De ese modo, la hipercomun­icación digital acaba siendo hiperaisla­miento. La paradoja es que cuanto más navegas, menos sabes lo que piensan los demás. Te aíslas en tu celda.

Es cómodo: si sólo te dicen lo que ya piensas, te ahorras un montón de razonamien­to.

Internet parecía que iba a conectarno­s con todos, pero ahora ya sólo nos conecta con quienes piensan como nosotros.

A muchos ya les parecerá bien.

A la mayoría, tal vez; pero hay que distinguir entre lo que internet podría hacer y lo que hace.

¿Tiene alguna buena noticia?

El otro día colgué un documento sobre fake news (noticias falsas en la red) en Twitter y decenas de personas anónimas lo fueron enriquecie­ndo con aportacion­es desinteres­adas; ahora es más interesant­e que cuando lo escribí.

Estupendo.

Pero eso sólo sirve a una elite. Para la inmensa mayoría, internet significa leer noticias como “El perro más feo del mundo”.

Esa triunfaría, seguro.

También triunfó mucho la más clicada de The Evening Herald: “Mujer vestida con un traje de luchador de sumo agrede a su exnovia en un pub gay después de que esta saludara a un hombre disfrazado de barrita de Snickers”.

Es un desafío para nuestro intelecto.

Y la más leída de The Seattle Times durante semanas fue sobre un hombre fallecido tras mantener relaciones íntimas con su caballo.

Pero internet es mucho más que eso.

Es cierto que la sociedad digital podría ser una gran ventana al conocimien­to, pero es un túnel narcisista que vuelve a darte algo igual a lo que has pedido una y otra vez. Si, como la mayoría de los usuarios, pides clics sensaciona­listas, sólo te dará búsquedas y publicidad de baja calidad, de acuerdo con tu perfil.

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¿Cómo?
DANI DUCH sted era un entusiasta de internet y ahora dedica un libro a criticarla. ¿Cómo?
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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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