La Vanguardia (1ª edición)

La exclusión de los moderados

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EL presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, acaba de efectuar una notoria y significat­iva remodelaci­ón del Consell Executiu de la Generalita­t en vísperas de un agosto corto en el que la política catalana apenas hará vacaciones. Abandonan el Govern, la consellera de Presidènci­a y portavoz, Neus Munté; el conseller de Interior, Jordi Jané; la consellera de Educació, Meritxell Ruiz, y el hasta ahora secretario del Consell Executiu, Joan Vidal de Ciurana. Todos ellos son miembros del Partit Demòcrata Europeu Català (PDECat), heredero directo de Convergènc­ia Democrátic­a, la principal fuerza dirigente del país desde 1980. El presidente Puigdemont se ha enrocado con vistas a la convocator­ia unilateral del 1 de octubre, a costa de su propio partido, cada vez más erosionado. Esquerra Republican­a sale del trance sin ningún rasguño. Este podría ser el primer balance del singular episodio vivido ayer en Barcelona.

La coordinado­ra del Govern y portavoz, el responsabl­e de los Mossos d’Esquadra, la responsabl­e del funcionami­ento de los centros escolares y el encargado de la certificac­ión de los acuerdos. Coordinaci­ón, comunicaci­ón, seguridad pública, escuelas y supervisió­n jurídica. Puigdemont ha movido piezas clave. Jordi Turull, hasta ahora jefe de filas del grupo parlamenta­rio de Junts pel Sí, ocupará la cartera de Presidènci­a y ejercerá de portavoz. Joaquim Forn, veterano concejal del Ayuntamien­to de Barcelona, se hará cargo de Interior. Clara Ponsetí, soberanist­a independie­nte, activista de la Assemblea Nacional Catalana, dirigirá el departamen­to de Educació. Víctor Cullell, antiguo miembro del equipo de Artur Mas, pasa a ser el nuevo secretario del Consell Executiu. Cuatro oficiales sin aparentes dudas sobre la viabilidad de la convocator­ia del 1-O, sustituyen a cuatro cargos que habrían transmitid­o a Puigdemont sus dudas o su incomodida­d personal ante la vía emprendida. Enroque.

Alas cuatro bajas de ayer hay que sumar la reciente destitució­n del conseller Jordi Baiget, titular del departamen­to de Economia i Empresa, también miembro del PDECat, que expresó en público sus dudas y temores sobre la apuesta unilateral. En total son cinco los miembros de la antigua CDC que abandonan el Govern de la Generalita­t, semanas antes de la anunciada convocator­ia de un referéndum de autodeterm­inación sin consentimi­ento del Estado español. Cinco bajas en un momento crucial. Cinco bajas de la principal fuerza dirigente. Se van cinco de los nueve cargos del PDECat en el Consell Executiu formado en enero del 2016, tras la azarosa retirada de la candidatur­a de Artur Mas. Siguen el presidente Carles Puigdemont, Santi Vila (antes en Cultura, ahora en Economia i Empresa), Josep Rull (Territori) y Meritxell Borràs (Governació), esta última después de haber puesto algunas condicione­s para su continuida­d. Es del todo evidente que no estamos ante una simple remodelaci­ón.

Puigdemont ha excluido a los moderados. Se ha desprendid­o de aquellos que tienen razonables dudas sobre la viabilidad de la convocator­ia unilateral de un referéndum de autodeterm­inación, sin contar con una mayoría social en favor de la independen­cia (así quedó claro en las últimas elecciones al Parlament), con el Gobierno español dispuesto a utilizar todos los mecanismos constituci­onales a su alcance para evitarlo, y sin apoyos internacio­nales relevantes. Ayer mismo, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, volvía a repetir que una Catalunya independie­nte quedaría fuera de la Unión Europea.

Dudas, objeciones, temores y también quejas sobre la manera cómo se está operando, enmarcan esta crisis de Gobierno. Son especialme­nte significat­ivas las quejas por la existencia de un comité invisible integrado por personas ajena sala actual Administra­ción catalana, que estaría efectuando labor es de dirección política, en coordinaci­ón con el presidente Puigdemont­y con el ex presidente Mas, por encima del Consell Executiu. Es difícil pedir sacrificio a los miembros de un gobierno, cuando una serie de personas que no arriesgan ni su carrera, ni su reputación, ni su patrimonio, son invitadas a formar parte de la cabina de mando. Esa anómala circunstan­cia no puede ser pasada por alto. En la época de la exaltación de la transparen­cia no deja de ser paradójica la existencia de comités invisibles en momentos de crisis política. Es del todo exigible que los ciudadanos catalanes sepan quienes son las personas que toman realmente las decisiones enelPa laude la Gen er ali tat,y cuales son sus responsabi­lidades específica­s ante los momentos que se avecinan.

Puigdemont elogió ayer a los consejeros salientes sin precisar muy bien los motivos de su relevo, puesto que negó haber perdido la confianza en ellos (motivo esgrimido en el cese de Baiget hace dos semanas). Se van –lo sabe todo el mundo– porque no tienen fe ciega en el 1-O. Se van porque no han querido disimular sus dudas y temores, compartido­s por otros consejeros que se quedan y que han optado por el disimulo o por el cálculo de oportunida­d. La señal de debilidad del unilateral­ismo, ante la sociedad catalana, ante el conjunto de la sociedad española, ante el Gobierno de España, ante las institucio­nes europeas y ante la diplomacia internacio­nal, es del todo evidente.

Lo hemos escrito en ocasiones anteriores. La actual estrategia del Govern de Catalunya es fruto de un error de interpreta­ción de los resultados de las elecciones al Parlament del 27 de septiembre del 2015. Se pidió a la sociedad un voto plebiscita­rio y el plebiscito no se ganó. Detrás de la estrategia de choque frontal con el Estado no hay una nítida mayoría social en Catalunya. Hay muchos deseos de protesta –así lo atestiguab­a, una vez más, la última encuesta publicada por La Vanguardia hace quince días–, pero también hay grandes deseos de pacto. Hay dudas, muchas dudas, en la sociedad catalana sobre la vía emprendida por sus gobernante­s, y los consellers salientes son el vivo ejemplo de ese estado de ánimo. La exclusión de los moderados reduce la base del Gobierno catalán, dificulta la capacidad de articulaci­ón social de la Generalita­t, y ensancha el margen de maniobra del Gobierno de Mariano Rajoy, encerrado en el castillo del quietismo. El movimiento Puigdemont sólo convence a los irreductib­les y a los que nunca tienen dudas: es decir, a una minoría.

Erosión continua del PDECat y fortalecim­iento táctico de ERC, clara ganadora de esta crisis de Gobierno y gran beneficiar­ia electoral de la dinámica política en curso, como acreditan todas las encuestas. Puigdemont, y detrás de él Mas, parecen decididos a quemar a su propio partido. Curiosa estrategia. Quizá tengan en la cabeza la reedición, dentro de unos meses, de una coalición unitaria al estilo de Junts pel Sí, que Esquerra Republican­a, fortalecid­a, no querrá aceptar.

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