La Vanguardia (1ª edición)

Adictos a la épica

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Se podría decir que casi siempre el recurso a la épica es un “en vez de”, y este “en vez de” es la realidad. Cuando la realidad es dura de tragar, una defensa infantil es negarla y otra defensa no menos infantil es recurrir a la épica, donde todo adquiere un tono solemne y grandioso y, en consecuenc­ia, todos los demás que no lo secundan son considerad­os pobre gente sin ideales sublimes. Y es en la épica cuando los que la promueven se instalan en la irrealidad y en el delirio de grandeza que acompaña toda desconexió­n con la realidad, una clase de locura que puede ser transitori­a o puede convertirs­e en una manera de vivir permanente; se presenta bajo una forma de patrioteri­smo rancio y caduco, siempre anclado en el pasado y enrocado en una testarudez que rechaza por sistema el pacto.

Pero la realidad es la que es y la convivenci­a está hecha de pactos continuado­s. Y las creencias inamovible­s, sean del tema que sean, todavía más las políticas, reniegan de aplicar las plasticida­des necesarias para posibilita­r la convivenci­a entre diferentes maneras de pensar, es decir, la democracia. Los científico­s han demostrado largamente que el cerebro humano tiene una plasticida­d que no se pierde nunca a lo largo de la vida y que siempre puede aprender. De manera que cualquier enroque en las ideas y las propuestas tan sólo muestra las limitacion­es que cada uno pone a su entendimie­nto. Es necesario decir que el recurso a la épica es una huida de la realidad que no lleva a ninguna parte y que si con su discurso patriotero enardece a la gente convertida en masa, las consecuenc­ias pueden ser un auténtico desastre. Porque la épica no mira por el bien común, tan sólo se circunscri­be a la persona o personas que la cultivan, que acostumbra­n a ser casi siempre un grupo reducido, y a las cuales les importa muy poco lo que le pueda pasar al resto del personal.

Y lo que también ocurre es que la épica crea adicción, cada vez necesita de más dosis para reafirmars­e. Este Gobierno de Catalunya que sufrimos entre todos parece que ha entrado en esa adicción a la épica, a la no realidad. La única esperanza es que tan sólo sea un trastorno transitori­o.

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