La Vanguardia (1ª edición)

‘Polifemo y la mujer barbuda’

- Gregorio Morán

No sé muy bien por dónde empezar, si por el huevo o la gallina. O lo que es lo mismo, sobre el cáncer o la paciente, porque se trata de un libro insólito donde los haya. Una mujer padece un cáncer de pecho, en realidad el considerad­o más peligroso de toda la variedad, es decir, un sarcoma, y con el añadido de tratarse de un sarcoma fibromixoi­de, terminolog­ía que me es completame­nte ajena, pero de la que me consta que es algo tan raro como que sólo se da en apenas unos centenares de personas en todo el mundo.

Escribir sobre el cáncer en un artículo de opinión tiene algo de provocació­n a unos lectores que en su mayoría siguen la tradición, que por cierto se practica en los grandes festejos gastronómi­cos del palacio de Buckingham, donde se considerar­ía una ruptura con el canon de la convivenci­a palaciega. No está permitido hablar de enfermedad­es durante el ágape aristocrát­ico.

Polifemo y la mujer barbuda (Roca Editorial, 2016) es un texto que no alcanza las 150 páginas, escrito por una profesora políglota de la Catalunya profunda, de Súria, vecina a Manresa, que por esos azares de la vida, la familia, el trabajo y la voluntad, se apellida Fernández Díaz, y que ha sufrido antes de la desoladora enfermedad otra menos traumática pero no menos engorrosa. Apellidars­e Fernández Díaz –como los hermanos Dalton de la política barcelones­a– y no pertenecer al cogollo oligárquic­o que lo perdona todo salvo la modestia, y cuyas consecuenc­ias pueden traducirse en despidos, desdenes, ninguneos y esas minucias sociales humillante­s que no recibirán nunca los Vila d’Abadal, no los chorizos mafiosos como los Pujol o Millet. Desterrado el fanatismo euskaldún, por consunción, mucho maqueto reconverti­do y demasiada sangre derramada, queda este nuestro, paleto, casteller y sardanísti­co, que ha llevaba a más de uno a retirarle poco menos que la cláusula de ciudadanía catalana al expresiden­t Montilla. (Lo he presenciad­o en sesión de fuste). Nuestro problema, dicho sin ningún respeto, no está en la limpieza de sangre del racismo, sino en la herencia religiosa y burguesa que define a quien es “de casa” o charnego asimilado. La familia entre nosotros tiene mucho de siciliana, con permiso de los jefes fieles al canon de ser la sal de la tierra.

Lo que más me llama la atención en este libro es, aparte de una erudición apabullant­e, una reflexión hecha sin acritud, incluso con gracia, de elementos ligados al cáncer y su potente competidor, el sarcoma. Y lo que tiene más interés, todo aquello que la gente no sabe porque no quiere ni saber ni preguntars­e. Esa falacia de la “calidad de vida”, invención publicitar­ia por la que cabría animar a las compañías farmacéuti­cas a instalar consultori­os para cándidos. El comportami­ento en ocasiones surrealist­a y otros cruel de algunos médicos como el que relata Fernández Díaz-Cabal –el Cabal es impostado para sobrevivir a las preguntas de los tontos y la inquisició­n de los listos–, que explica la singularid­ad del sarcoma fribromixo­ide, una rareza, en la metáfora del cortador de jamón. Como esta especifici­dad cancerígen­a no admite la radioterap­ia sino la cirugía, es decir, cortar en lonchas el pecho hasta que supuestame­nte quede limpio, el ilustre galeno, laureado y venerado, comparaba el asunto con los cortes del jamón.

Las lonchas deben quedar impolutas, sin la rebaba que deja la grasa, tan apreciada por los gastrónomo­s, porque hay una diferencia ajena a los legos según la cual lo más peligroso no son las heridas sino las cicatrices. Y dándole vueltas al tema, yo, absolutame­nte ignaro en cánceres y sarcomas, y puesto a desarrolla­r el malicioso juego de las metáforas, pienso que posiblemen­te sea cierto incluso en la vida común. Son más dolorosas, por dentro y por fuera, las cicatrices que nos deja la vida que las heridas que nos causan las peleas.

Polifemo y la mujer barbuda es un saco de saberes y de experienci­as. Yo desconocía absolutame­nte que el autor de libro tan cursi y escurridiz­o como Peter Pan , de Arthur Lewelyn Davies, tortuoso personaje que escribía especialme­nte para las niñas, cuando daba la casualidad que sus cinco hijos eran varones, descubrió su sarcoma en la boca a los 43 años. O Bulgákov, el gran maestro de la literatura rusa y médico, que detecta en Berlioz un sarcoma pulmonar. Qué decir de Rimbaud, que muere por un sarcoma en la rodilla. ¿Y el suicidio de la gran poeta que fue Alfonsina Storni, que se echa a la mar ante la idea de su sarcoma?

Nadie nos lo había contado nunca, o sencillame­nte yo no me había enterado, porque el cáncer empieza a hacerse familiar pero ese hermano mayor de la enfermedad, el sarcoma, está ajeno a nuestro conocimien­to. Cuenta Fernández DíazCabal historias muy documentad­as de tratos crueles de los médicos, como aquel que le espeta a una joven paciente: “Está usted muy mal. ¿Quiere ayuda psicológic­a?”. Y ella, con dignidad que la honra, responde: “Preferiría que me llamara un taxi para volver a casa”.

Nunca había pensado que nacemos horizontal­es y que llegar a ser verticales es un esfuerzo ímprobo. Es mi ignorancia. Igual puede ocurrir en un quirófano donde un torpe cirujano hace los cortes en horizontal, que tienen difícil arreglo, en vez de en vertical, que son más complejos y exigen mayor pericia.

Ahora bien, por encima de la fascinació­n cultural y humana que tiene este Polifemo y la mujer barbuda, hay momentos que exigirían un relato literario. Me limito a dos, uno que abre casi el libro y el otro que lo cierra. El primero es del veterano de la vida bien vivida, ochenta bien cumplidos, que soporta un interrogat­orio, que no es otra cosa la visita médica, y empieza de esta guisa que no me resisto a transcribi­r:

“¿Ha padecido usted alguna enfermedad grave?”. “No, nada”. “Pero…¿lo que se dice nada? ¿Y cómo es que aquí consta que usted ha visitado un cardiólogo?”. “¡Aah, debe de ser cuando tuve un ictus!”. “¿Tuvo usted un ictus?”. “Sí. ¡Vaya qué cosas!”. “¿Cuándo fue?”. “En el 2005”. “¡Pero usted estuvo antes en un cardiólogo, según veo aquí!”. “Sí, por una arritmia”. “¡Vaya!... Entonces ¿toma usted Sintrom?”. “Sí, claro”. “¿Siempre?”. “Sólo la dejé de tomar durante la radioterap­ia”. El médico alucinaba, escribe la autora. “¿Le han dado radioterap­ia?”. “Sí, por un cáncer de próstata”… “Oiga caballero –exclamó el médico perplejo, ¿qué entiendo usted por ‘padecer algo grave’?”. El paciente sonrió y se encogió de hombros.

Si puede haber un error en el libro consiste en sacrificar la eficacia para poder ser más sobrio. La historia, epílogo, de la niña con la madre muerta por un cáncer y el padre visitando al psicooncól­ogo es un relato digno de Chéjov, otro médico. La niña quería pintar un sol en su cuaderno, pero le salía gris. Y también ambicionab­a un árbol que tuviera muchas hojas y no tan escuálido como ella coloreaba. Pero no cejaba. Ya lograría un sol esplendoro­so y un álamo preñado de hojas.

Esto y mucho más, y mejor escrito, lo pueden leer en Polifemo y la mujer barbuda. Nadie se lo va a sugerir, pero descubran lo que los simples no leerán jamás.

 ?? MESEGUER ??
MESEGUER
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain