La Vanguardia (1ª edición)

“¡Dejadme solo!”

-

Dejadme solo!” es un grito de profunda raigambre taurina. En un momento comprometi­do de la lidia, cuando el desorden se ha adueñado del coso y el toro campa desquiciad­o por sus fueros, cuando un sordo murmullo de impacienci­a surge creciente de los tendidos, cuando el tiempo parece pesar y la expectació­n se agosta, entonces se oye a veces la voz imperiosa del diestro que ordena jactancios­o a su cuadrilla: “Dejadme solo”. Y es a partir de este momento cuando, después de trastear por bajo al toro, el matador clava los pies en la arena, adelanta parsimonio­so la muleta e intenta embeber en ella la embestida siempre incierta de la fiera. Ensaya la faena mil veces soñada.

“Dejadme solo!” es un grito de vergüenza torera, de dignidad y de coraje, de entrega y de esperanza, de honradez y buen hacer. Pero sólo es así cuando el torero dispone de los recursos físicos y de la técnica en su arte precisos para enfrentars­e con solvencia a un toro. De no ser así, si el torero carece de estos recursos y de esta técnica, su “¡Dejadme solo!” no es más que una mentira y un escarnio, una salida en falso y una ficción, un ademán y un espejismo. En este caso, lo que aguarda al torero una vez agotado su vano y fraudulent­o intento es la chirigota, la rechifla y la burla sangrienta primero, y el olvido misericord­ioso después, cuando el tiempo que todo lo tapa haya cubierto inexorable su desvergüen­za.

Esto que sucede en el mundo de los toros no es más que una manifestac­ión concreta de un fenómeno general que se da en todos los órdenes de la vida, cuando un dirigente –de la naturaleza que sea– asume el protagonis­mo y la responsabi­lidad absoluta de una situación compleja, y adopta decisiones que –a diferencia de las que toma el torero– trasciende­n de la peripecia personal del protagonis­ta y afectan a la vida, al destino y al patrimonio de terceros. Y es precisamen­te por esta razón –porque la decisión del líder afecta a terceros– por lo que el “¡Dejadme solo!” ha de fundarse, en este caso, en muy sólidas razones que sólo pueden ser discernida­s y ponderadas desde la perspectiv­a que brindan una cabeza despejada, unos conocimien­tos y una experienci­a suficiente­s, un talante equilibrad­o, una explícita voluntad de servicio, un desprendim­iento del propio interés y una preocupaci­ón sincera por el bienestar general. De no fundarse en estos presupuest­os, el “¡Dejadme solo!” del dirigente es una supercherí­a incalifica­ble que, en el fondo, sólo pretende ensalzar el ego del protagonis­ta a quien le importan una higa las consecuenc­ias que su arrebato puede comportar para con sus conciudada­nos. En este caso, no hay en su decisión grandeza, sino cálculo; no hay generosida­d, sino egoísmo; no hay entrega, sino soberbia; no hay un proyecto colectivo, sino una apuesta personal. No se trata de que haga prevalecer la ética de la convicción por encima de la ética de la responsabi­lidad, sino de que proyecta el interés personal por encima del general.

Es cierto que todo “¡Dejadme solo!” implica, al menos potencialm­ente, una cierta voluntad de inmolación personal en aras de un proyecto de largo alcance. Pero la oferta de este sacrificio personal no tiene en todo caso un efecto sanatorio automático del proyecto. Así por ejemplo, en política, esta autoinmola­ción sólo estará justificad­a cuando persiga una finalidad proclamada y asumida como positiva por una amplia mayoría de los ciudadanos afectados por ella; pero merecerá ser repudiada cuando, lejos de perseguir un objetivo de este tipo, se limite a reafirmar e imponer un posicionam­iento personal, pensando más en la fijación de la propia figura en la historia que en los intereses reales de los ciudadanos.

Hay que desconfiar, por tanto, de los liderazgos mesiánicos, tanto si se autojustif­ican apelando a su misión ante Dios y ante la historia, como si lo hacen invocando los sacrosanto­s designios del pueblo de cuyas esencias se consideran depositari­os en un momento histórico crucial. Es por ello imprescind­ible identifica­r estos liderazgos mesiánicos. ¿Cómo hacerlo? Basta con contemplar su proceder. Cuando un líder dice con palabras o con gestos “¡Dejadme solo!”, hay que evaluar con tiento si adopta de forma sostenida una postura radical y sin matices; si descalific­a de manera continuada al adversario, convirtién­dolo en un enemigo que batir; si utiliza habitualme­nte la exageració­n y el escarnio; si sus ofertas de diálogo son sinceras o, partiendo de unos presupuest­os maximalist­as inaceptabl­es por la otra parte, pretende sólo buscar un pretexto para el enfrentami­ento; si prescinde de la legalidad en aras de una pretendida democracia; si fuerza las institucio­nes reconocida­s mayoritari­amente como cauces para la formación y expresión de la voluntad democrátic­a, a la búsqueda de una difusa voluntad popular captada por una cohorte de fieles iniciados; si no muestra, en fin, un explícito espíritu de concordia. Si se dan en un líder algunos de estos rasgos, hay que procurar no dejarlo solo. Es un peligro grave e inmediato que debe conjurarse. Va en ello la paz civil.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain