Encajonados en Sants
La familia cuyo piso queda a pocos metros de la nueva rambla denuncia al Ayuntamiento y exige una compensación
Sara Sánchez se siente permanentemente vigilada y eso le provoca ansiedad. Como si viviera en un Gran Hermano perpetuo. Su vida dio un vuelco hace un año. El conocido como cajón de Sants estaba acabado. Todo era felicidad al su alrededor. Los vecinos podían gozar de un nueva rambla por la que pasear tranquilamente, sacar al perro o simplemente gozar de un espacio más o menos verde de la ciudad. El cajón de Sants logró poner fin a la división de un barrio abierto en canal por culpa de las vías del tren y armonizar estéticamente una zona deslucida por el paso al descubierto de las catenarias ferroviarias.
Sin embargo, a Sara la nueva infraestructura la encajonó. Su vivienda, un tercer piso que quedaba por encima de los cables de alimentación, se convirtió de pronto en una planta baja. El cajón de Sants al cubrir las vías dejó el nuevo paseo al mismo nivel que la vivienda de Sara. Su balcón quedó a ras de suelo. Una vecina interrumpe la conversación para saludarla. “Hola, Sara, ¿cómo estás?”, “bien, bien, hasta luego”. La vecina está a escasos metros de Sara, pero una está en la calle y la otra en su casa.
La familia Sánchez presentó en noviembre pasado una reclamación al Ayuntamiento en la que solicitaban una compensación por los inconvenientes que les había causado la construcción del cajón. El Consistorio no respondió y se considera que el silencio de la administración deniega la petición formulada. Ante esta situación, la familia interpuso la semana pasada , a través del bufete Euroforo, un recurso ante el juzgado de lo contencioso administrativo para exigir una indemnización. El principal argumento es que su piso sufrió una devaluación
La familia calcula que con la nueva obra su vivienda ha sufrido una devaluación de 200.000 euros
de 200.000 euros por culpa de la nueva infraestructura. “Yo es que ahora no puedo vender el piso, nadie me lo va a comprar y si lo hacen lo harán por mucho menos de lo que valía antes de tener el paseo aquí delante”, se lamenta Sara.
Para fortalecer el peso de sus argumentos, sus abogados encargaron un peritaje a un arquitecto que concluyó que los transeúntes circulan a escasos 2,38 metros de la vivienda. La normativa establece que por motivos de ventilación de las habitaciones, la distancia de separación respecto de la calle debe ser de un mínimo de tres metros. “No se cumple ni la medida mínima que deber tener el patio de ventilación”, señaló el informe pericial.
Cuando esta vecina compró la vivienda no sabía que catorce años
El paseo queda a 2,38 metros del balcón, cuando la normativa indica que la distancia mínima es de 3 metros
después tendría una paseo a un palmo del balcón. Tenía las vías del tren abajo, pero el espacio de enfrente estaba liberado y gozaba de luz exterior. Las persianas del piso de Sara siempre están bajadas. Da igual el tiempo que haga. Ayer el cielo encapotado de Barcelona ennegrecía aún más su vivienda. No entraba ni una pizca de luz. De noche, el contraluz acrecienta la visión desde el exterior y se observa con mayor claridad lo que sucede en el interior del piso. La queja que la familia presentó al Ayuntamiento señalaba que el cajón de Sants le ha provocado la pérdida de la intimidad y de la seguridad.
Por si la situación no fuera lo suficientemente incómoda, el diseño de la nueva rambla proyectó la instalación del único cobertizo con bancos justo enfrente de su casa. El proyecto curiosamente bautizó la zona como el Mirador. Durante el día sentados en los bancos bajo el cobertizo, se congregan personas mayores a pasar el rato. Por la noche, el ambiente es otro. Decenas de jóvenes se colocan bajo el porche y se sientan para charlar y beber. “Hemos tenido que llamar a la Guardia Urbana un montón de veces por el ruido. Les pedimos que bajen la música, pero no siempre nos hacen caso”.
El piso de Sara es un tercero esquinero, pero las vistas desde el paseo abarcan el comedor y las habitaciones. Por si fuera poco, su piso no sólo se ve de frente sino que desde el ascensor que sube desde la planta baja hasta encima del cajón donde se sitúa el paseo, también se alcanza a ver el interior de la vivienda. “Hemos cambiado nuestra manera de vivir”, se resigna Sara. “Cada mañana salimos de la cama vestidos, nunca vamos por la casa en pijama o en ropa interior”. Cuando cocina y tiene que ventilar se entera cualquier persona que pase por allí.
El diseño de la rambla tampoco ayudó. Un camino ajardinado separa los dos carriles por los que discurren los transeúntes hasta que una pequeña rampa de baldosas corta el jardín uniendo los dos carriles para pasar de un lado al otro. La rampa está situada justo delante de Sara. Los transeúntes está obligados a pasar por allí.