Il Portavoce
En la basílica romana de Sant’Eugenio, minutos antes de que aparecieran varios periodistas y el cardenal Tarcisio Bertone, Rafael Navarro-Valls observaba el sobrio ataúd y pensaba que su hermano había sido una persona fuerte, valiente e inteligente. Tras la muerte de Joaquín Navarro-Valls, que siempre tuvo presente el amor a la libertad y el sentido del humor, me llamó la atención que un colega que publicó en su día determinados documentos que el Opus Dei negaba que existieran, reconociera que quien entonces era sólo portavoz del Opus Dei en Roma nunca le tuvo aquello en cuenta. Navarro-Valls, que era psiquiatra, periodista, numerario del Opus Dei y que, como Juan Pablo II, tuvo sus escarceos con el teatro, era simpático y elegante, eso que los italianos definen como l’uomo de la cravatta giusta. Además de saber posar cambió la manera de comunicar del Vaticano y escribió 600 folios en los que contó sus experiencias como portavoz papal vividas junto a Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero ese manuscrito, sin duda básico portavoz porque él sí lo fue: tenía hilo directo con el Apartamento, que así se conocía entonces a la residencia privada del Papa. Hilo directo con Juan Pablo II, que muchas veces provocaba las inevitables tensiones con la Secretaría de Estado. Porque Navarro-Valls siempre fue valiente y, quizá, consecuente. La prueba es que cuando se anunció la canonización de cierto español, la madre del portavoz papal quiso estar presente en la ceremonia celebrada en Roma. Navarro-Valls solicitó una invitación para su madre a un amigo laico que trabajaba en un dicasterio de la Curia romana. No quiso, pues, pedir ese favor a la Prefectura de la Casa Pontificia. Esas invitaciones son siempre gratuitas.
Siempre quise saber de qué hablaron Juan Pablo II y Fidel Castro, pero Navarro-Valls se limitaba a sonreír. Simplemente me dijo que Castro estaba muy interesado en el tema de la muerte. Y que lo primero que el cubano le preguntó a él fue cómo evitaban que el Papa fuera envenenado. Para aclarar definitivamente la muerte de aquel breve y sonriente Juan Pablo I, de quien se dijo que había sido