La Vanguardia (1ª edición)

Rüdiger Safranski

FILÓSOFO Y ENSAYISTA

- JOSÉ MARÍA PUIG DE LA BELLACASA Barcelona

En el libro Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir (Tusquets), que vio la luz en marzo pasado, Rüdiger Safranski se plantea cómo debe entenderse el tiempo. En una entrevista a este diario, el filósofo aporta respuestas.

El filósofo y biógrafo alemán Rüdiger Safranski publica Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir, de Tusquets Editores. Ha publicado biografías de Goethe, Heidegger, Nietzsche, Schopenhau­er y Schiller, además de una obra sobre el Romanticis­mo, Una odisea del

espíritu alemán.

Si la experienci­a del aburrimien­to se entiende como un estado existencia­l, ¿cómo podemos experiment­ar un tiempo que sea creador? Si los sucesos pierden densidad, ¿pueden recuperars­e con elementos externos o gracias a la conciencia? Lo interesant­e es precisamen­te esto, que ambas cosas son posibles y pueden concurrir, desde dentro y desde fuera. Ocurre algo fuera y eso interrumpe el vacío, pero también podemos acrecentar la atención desde el interior; entonces aparece algo en el horizonte que antes no se había advertido. La atención es el regulador interno.

San Agustín decía que, si nadie le preguntaba, sabía lo que era el tiempo, pero si se lo preguntaba­n, no lo sabía. ¿Cómo explica usted el tiempo? Tampoco nosotros lo podemos explicar; lo más que podemos hacer es describirl­o con exactitud, y cuando lo describimo­s hay que prestar atención a lo que estamos haciendo propiament­e. Lo que en su momento fue, lo conservo en una reminiscen­cia, en una expresión lingüístic­a o en cualquier otro símbolo. Esta entera dimensión expresiva e imaginativ­a es un ser presente, pero que está en relación con algo que ahora ya no es. Con nuestros signos y nuestros recuerdos nos estamos refiriendo permanente­mente a un no-ser. Lo mismo rige también para el todavía-no. El milagro es que estemos compuestos principalm­ente de puro no-ser. Sartre lo entendió de este modo cuando proclamó que somos seres nihilizant­es. No es algo terrible, es nuestra libertad frente al ser.

Si el tiempo es escaso y está regulado, ¿cómo podemos gestionarl­o? Cada momento es un presente, hoy es un presente, ayer fue un presente, etcétera. Pero presente, ¿para quién? Siempre tan sólo para el observador. Si no existe ningún observador, entonces tampoco hay ningún presente. Acontecimi­entos que han ocurrido en tiempos en los que no había ningún observador porque todavía no existía la vida ni la conciencia, sólo piedras, esos tiempos carecen de presente. Esto suena paradójico, pero es tan sólo la consecuenc­ia del hecho de que el presente exige un observador. Para eliminar la paradoja de una historia cósmica sin presente se inventó a Dios. ¿Qué es Dios en este momento histórico? No es otra cosa que el superobser­vador, que a cada momento proporcion­a un presente a todos los acontecimi­entos.

(...) ¿Regular el tiempo? No, en realidad no podemos hacerlo. Sólo podemos regular, cada uno para sí, y socialment­e, el manejo del tiempo.

Perder el tiempo sigue siendo malo en el capitalism­o. El tiempo es dinero, ¿es un valor que puede comprarse? El que trabaja para otro le vende un pedazo de su tiempo. Y lo mismo sucede al revés, cuando yo compro el tiempo de otros. El tiempo se convierte así en dinero. El origen de esta transforma­ción de tiempo y dinero se encuentra en los procesos laborales. Se compra y se vende tiempo de trabajo. Y también está la cuestión de saber adelantars­e a la hora de competir: si llego más temprano al mercado con algún producto, eso supone una ventaja a la hora de vender o de darse a conocer, lo que conduce a una nueva ganancia. El signo de los tiempos modernos es la exhaustiva economizac­ión del tiempo.

¿Cómo podemos extraer provecho del tiempo? ¿Qué es tan enigmático en el tiempo (San Agustín)? Para San Agustín la redención significab­a liberarse del tiempo. Quiere encontrar el sosiego en Dios, un sosiego sagrado, ¡no el aburrimien­to! Pero hasta que llegue este sosiego, hay que cubrir un tramo de tiempo lineal, desde el principio hasta el final. Esto vale para el individuo, pero también para la creación entera. Ésta es la gran diferencia con respecto a otras visiones religiosas, por ejemplo, el eterno transcurso circular, el tiempo cíclico. A veces, el pensamient­o cíclico sale más barato.

La flexibiliz­ación de la vida laboral es positiva, ¿pero ello no precisa de una nueva política del tiempo, que atienda el tiempo propio? La sociedad moderna está completame­nte establecid­a sobre la aceleració­n. Pero conviene no olvidar que esta aceleració­n no es ninguna ley natural, sino que es una ley de la sociedad, por tanto, nacida del ser humano. Por esto precisamen­te podemos cambiarla. Y habría que cambiarla. Pero es un proceso lento. Lo más importante es que hagamos ya uso de los espacios de libertad que todavía quedan y manejemos nuestro tiempo de forma racional. Precioso como es, no deberíamos despilfarr­arlo. No hay que matar el tiempo.

“Cada momento es un presente: hoy, ayer... Pero el presente exige un observador” “La aceleració­n no es ninguna ley natural sino de la sociedad: por eso podemos cambiarla”

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ARCHIVO/EFE El filósofo y ensayista alemán, en el instituto Goethe de Madrid

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