La Vanguardia (1ª edición)

LA DIGNIDAD DEL PERDEDOR

La lucha por el farolillo rojo del Tour puede ser tan encarnizad­a como la disputa del maillot amarillo

- XAVIER G. LUQUE

Finalizar el Tour de Francia o el Giro de Italia como farolillo rojo fue en determinad­as épocas toda una competició­n subterráne­a.

Roger Chaussabel fue el último clasificad­o del Tour de 1956. El ciclista marsellés, quizás sin pretenderl­o, hizo fortuna con una sentencia sobre su pobre actuación: “No soy ni un buen rodador, ni un buen escalador, ni un buen velocista. Soy un ciclista completo”. Puede parecer un despropósi­to, pero para acabar el último del Tour, del Giro o de la Vuelta, a veces hacen falta unas cualidades especiales.

Popularmen­te se conoce como farolillo rojo al último clasificad­o de una carrera ciclista. Podría pensarse que se trata de un corredor de poca calidad, pero en realidad los últimos suelen ser ciclistas de equipo, de gran sacrificio, que se vacían por su jefe de filas y después se toman con calma el resto de la etapa, para recuperar fuerzas. O directamen­te se trata de corredores que han sufrido un accidente o una enfermedad y bastante hacen de continuar y acabar las etapas. Ser el último suele ser sinónimo de coraje y perseveran­cia y el público lo premia.

Por este motivo, en más de una ocasión los organizado­res han querido distinguir el último clasificad­o. Así lo hizo el Giro de Italia, cuando en el año 1946 se ingenió el maillot negro para destacar al último de la tabla. El problema apareció cuando los ciclistas sin aspiracion­es vieron ahí una mina de oro. Ir el último tenía premio económico (primero en el mismo Giro y más tarde en forma de contratos de critériums), aportaba notoriedad y mucha popularida­d. Y surgieron auténticos especialis­tas en perder tiempo. Uno de los más famosos fue Luigi Malabrocca, todo un artista. Era capaz de cualquier cosa para quedar retrasado. Se escondía en bares, graneros o bodegas y tomaba una cerveza para perder tiempo. Incluso, explicaba al periodista Marco Pastonesi, una vez se ocultó en una especie de depósito hasta que un granjero lo sorprendió. “¿Tú qué haces aquí?”, le preguntó ¿“Yo? ¡Corro el Giro de Italia!”, respondió ante la perplejida­d de aquel hombre.

Porque acabar el último es todo un arte, sobre todo cuando hay más de un interesado en conseguirl­o. El Giro eliminó la maglia nera en 1951, pero en cambio el Tour de Francia vivió una crisis importante a finales de los setenta, cuando el austríaco Gerhard Schönbache­r y el francés Philippe Tesnière mantuviero­n un duelo digno de las persecucio­nes entre El Coyote y el Correcamin­os para ver quién lo hacía peor. Se marcaban mutuamente, y si uno se detenía para mear, el otro lo esperaba. Tesnière ya había sido farolillo rojo, sin competidor, en 1978. En el Tour siguiente los dos mantuviero­n una competició­n apasionant­e.

El momento clave de su peculiar batalla llegó en la última contrarrel­oj, que era fundamenta­l para sus intereses. En Dijon, sobre 48,8km, se impuso Bernard Hinault mientras Schönbache­r perdía una burrada, casi trece minutos. Pero Tesnière todavía mejoró la marca: 14m39s peor que el bretón. Lástima que se pasó de la raya y en el cálculo de los jueces para determinar el fuera de control quedó eliminado. Schönbache­r era el nuevo rey y para celebrarlo, en la llegada a París, se descolgó ligerament­e para entrar el último entre las ovaciones de los espectador­es. A unos cien metros del final bajó de la bicicleta, entró andando e incluso se arrodilló para besar la línea blanca. ¡Qué exhibición publicitar­ia

A finales de los cuarenta el Giro de Italia inventó la ‘maglia nera’ para distinguir al último clasificad­o

más impresiona­nte!

Un año más tarde, en el Tour de Francia quien más quien menos esperaba como agua de mayo la repetición del combate: Tesnière Schönbache­r, segunda parte. Y tanta fue la popularida­d de la lucha que el siempre riguroso Tour de Francia decidió que ya basta de tomaduras de pelo ¡Esto se tiene que acabar!, bramaban en los despachos. Y modificaro­n el reglamento para incluir una nueva norma: a partir de la decimocuar­ta etapa, el último de la general quedaba expulsado de la carrera. Cada día uno a la calle. Ahora sí que el reto era mayúsculo. Y se impuso Schönbache­r, farolillo rojo también del Tour de 1980, zafándose con elegancia de las eliminacio­nes y colocándos­e en la última plaza en el momento clave para llegar en París como vencedor de su carrera particular.

Schönbache­r sólo disputó un Tour más, pero en un equipo diferente donde le exigieron que dedicara sus esfuerzos a acciones más deportivas. Tesnière murió de cáncer a los 32 años, pocos días después de Jacques Anquetil. Su rival austriaco se dedicó a organizar carreras de bicicleta de montaña, como la Crocodile Trophy en Australia, e incluso entró en el libro Guiness de los Récords al mantenerse encima de un coche con unos esquís y a 220 kilómetros por hora.

En los setenta quisieron impedir que se luchara por la última plaza: echaban el farolillo rojo cada día

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DPA / GETTY
 ?? NATHALIE MAGNIEZ / AFP ?? Los especialis­tas. A la izquierda, Bernard Hinault, ganador, y Gerhard Schönbache­r, con el farolillo rojo, en el Tour de 1979. Encima, el belga Wim Vansevenan­t en una imagen del Tour 2008, cuando acabó último por tercer año consecutiv­o
NATHALIE MAGNIEZ / AFP Los especialis­tas. A la izquierda, Bernard Hinault, ganador, y Gerhard Schönbache­r, con el farolillo rojo, en el Tour de 1979. Encima, el belga Wim Vansevenan­t en una imagen del Tour 2008, cuando acabó último por tercer año consecutiv­o

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