La Vanguardia (1ª edición)

Juerga en el Polo, 120 años después

- Joaquín Luna

Alas tres de la madrugada, bajo las estrellas –o sea fumando–, con barra libre, entre señoras estupendas y sin presencia de la Guardia Urbana previa llamada de un vecino al que le molesta todo, me preguntaba el jueves en el Real Club Polo de Barcelona –Polo a secas, a partir de ahora, estamos entre amigos– qué clase de hombre rico me gustaría ser a fin de no desentonar en ciertos ambientes.

De entrada, sería un nuevo rico, claro. Pero ¿acaso es más prestigios­a o envidiable la vida de un rico antiguo? Asumida la condición de nuevo rico, me presentarí­a en las oficinas del Polo para inscribirm­e como nuevo socio.

–Me lo pasé muy bien el jueves en la fiesta del 120.º aniversari­o. Vengo a apuntarme.

–¿Y qué deporte le gusta, aparte del fútbol de Tercera División grupo V?

Asistí a la cena, con casi 1.600 comensales al aire libre y bombillas de verbena, por gentileza de María, un sol de amiga. Nuestra mesa era exclusivam­ente hípica y aprendí mucho de caballos. Lo único triste de la conversaci­ón fue cuando mencionaro­n a un equino que había cambiado de amazona y en lugar de quedar rezagado como tenía por costumbre el muy ingrato se había vuelto un campeón.

Descartado por miedicas el caballo, quizás probaría con el hockey sobre hierba, más que nada para liarme a garrotazos con los del Egara. Es lo bonito del deporte.

Al terminar la cena, todo el mundo salió a bailar, incluso los hombres casados, fenómeno muy meritorio (¡anda que si yo estuviese casado habría salido a bailar! Un paso al lado –el baile de moda en Catalunya– y a la barra a esperar el 125.º aniversari­o).

Lo que más me gustó de la celebració­n, la verdad, fueron las señoras. Yo podría escribir que la noche estaba estrellada pero no la tuve entre mis brazos, de modo que simpaticé en la pista con unas señoras de raigambre menorquina. En cuanto supe que eran de Ciutadella, dije esta es la mía:

–¡A mí no se me ha perdido nada en Maó! Antes Ferreries (cuya afición balompédic­a se distinguía por jalear los balonazos al cielo).

Al filo de las dos, empezó la música latina. Mientras fingía pasión por la música latina pensé que la sección de tenis se ajusta a mi pachorra. Seguro que se llevan mal con los del pádel, lo cual sería otro aliciente.

Los señores eran muy simpáticos pero yo, la verdad, me fijaba en las mujeres, muy elegantes. ¡Ah! Hay cosas en la vida que no tienen precio como contemplar esas figuras, ese moreno, esa gracia en una noche de verbena. Eché en falta algo del gran Manolo Escobar –¡viva el vino y las mujeres!–, el disc-jockey no estuvo todo lo vintage que la fiesta permitía.

Y lo que también me gustó mucho es que ni había autoridade­s ni se habló de la coyuntura política. Qué alivio. Qué alegría. Qué necesidad. Qué harto está el menda. ¡Y cómo se agradece!

Lo que más me gustó de la fiesta, la verdad, fueron las señoras; ¡ah! y que no se habló del proceso...

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