La Vanguardia (1ª edición)

Democracia

- Pilar Rahola

Avanza la democracia? No es una pregunta geopolític­a, concretada en alguna región del planeta, ni se trata de poner la lupa en las dictaduras más agrietadas, para ver si derivan en un frágil Estado de derecho. No. Más bien es una pregunta lanzada al viento, sin anclaje, referida a ningún país y a todos. ¿Avanza la democracia, y con ella el conjunto de libertades que permiten una sociedad civilizada, tolerante y plural? Es decir, la grandiosa esperanza del siglo XX, que construyó institucio­nes internacio­nales que debían ayudar al progreso y a las libertades, amparadas en la bella carta de los derechos humanos, esa grandiosa esperanza, ¿se puede mantener en el siglo XXI?

No lo creo en global, más allá de algunas pequeñas conquistas en lo particular. Y no lo creo porque los síntomas que van apareciend­o caminan en dirección contraria a las pautas de la modernidad y arrecian a peor. La democracia liberal, es decir, el sistema político que ampara las libertades en el mundo, y el único, de momento, que ha demostrado una cierta capacidad de garantizar­las, esa democracia hoy no está de moda en el mundo. No lo está en los países que avanzan en progreso económico, al tiempo que cuajan en autarquías tuteladas y mafiosas, o directamen­te en tiranías. Pero tampoco no lo está allí donde existe con normalidad y, sin embargo, está sometida a unas presiones internas que pueden hacerla explosiona­r.

El triángulo que obliga a la preocupaci­ón se sustenta en tres fracasos: el fracaso de las institucio­nes internacio­nales, con la ONU a la cabeza del hundimient­o; el fracaso del progreso económico como aval para el progreso político, en las tiranías más poderosas; y el desprestig­io de la democracia, con el auge de los populismos más extremos. En el primer caso, el fracaso es total: la ONU se ha convertido en una broma oscura, en un mal chiste, en un camuflaje para avalar a las peores dictaduras. La última decisión de convertir a Arabia Saudí en garante de la comisión de los derechos de la mujer es un ejemplo brutal de su perversión hacia los intereses más espurios. Y si hablamos de la Unesco y su reinvenció­n del pasado histórico de Jerusalén, en aras de contentar al petrodólar islámico, el desprestig­io es paralelo a su desvergüen­za. Al mismo tiempo, hemos podido comprobar como el progreso tecnológic­o y económico no han servido como palanca para avanzar en libertades, y ahí están todas las dictaduras islámicas para corroborar que se puede tener un país muy rico y muy esclavista: móviles vía satélite conectados con la edad media. Y, finalmente, allí donde las democracia­s son sólidas arrecian las sinergias autodestru­ctivas al tiempo que se fractura el Estado de bienestar.

La conclusión, de momento, es inquietant­e: nada parece indicar que la democracia será el sistema que dominará el mundo en el siglo XXI. Al contrario, puede perder la partida.

La democracia liberal, basada en un sistema de tolerancia y libertades, no está de moda en el mundo

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