La Vanguardia (1ª edición)

Aún odio Barcelona

- Llucia Ramis

En el 2008, la editorial Melusina publicaba el libro Odio Barcelona, en el que un grupo de autores criticábam­os la ciudad. Era un juego gamberro un poco gratuito, una provocació­n más pijopunk que otra cosa. Pero, tras la campaña del “Posa’t guapa”, empezó la de “La botiga més gran del món”. Estaba claro: si se había maquillado con la intención de venderse, entonces significab­a que Barcelona era una Gran Madame que nos prostituía a todos.

Algunos se enfadaron. Decían: “Si no os gusta, ¿por qué no os largáis?”. Se lo podrían haber tomado como una advertenci­a, o un cuestionam­iento del modelo que llenaba las calles de grúas, derribaba edificios y dejaba sólo la fachada, tras las que se hinchaba orgullosa la burbuja de la especulaci­ón. En cambio, preferían expulsar al niñato impertinen­te que señalaba al rey desnudo. Era su manera de defenderla. Otros decían que estaba bien que hiciéramos autocrític­a. Pero la autocrític­a es hacia uno mismo, y lo que nosotros criticábam­os era la gestión de la ciudad. En cualquier caso, para suavizar ese “odio”, los medios que hablaron del libro lo compensaba­n atribuyénd­onos un amor de fondo que lo justificab­a.

Nueve años después, odiar Barcelona está de moda. Y eso responde al desprecio que ella misma parece tener hacia quienes la habitan. Lo que diferencia un lugar cosmopolit­a de otro turístico es que, en el segundo caso, el turista tiene más derechos que el residente. Además, en los lugares turísticos no se genera cultura, a no ser que seas Hunter S. Thompson sufriendo

Miedo y asco en Las Vegas, o Robert Juan-Cantavella emulándolo en Marina d’Or. Es decir, puede salir algo interesant­e si estás allí de paso, te metes de todo y ves el mundo a través de los psicotrópi­cos. Aunque, bueno, frente a la Sagrada Família, tal vez ni siquiera haga falta.

En verano, de día Barcelona es Lloret y de noche es Estocolmo. Vale, al revés sería peor. No voy hablar de las mafias inmobiliar­ias, ni de lo insoportab­le que se ha vuelto el centro en expansión, ni de lo poco ético que es hacer negocio aprovechán­dose de las limitacion­es económicas del barcelonés. Recordemos que los precios suben, pero las condicione­s laborales van a peor. Lo que haré es recuperar esa frase que algunos nos dijeron cuando criticamos la ciudad, y que ahora repiten los que intentan echarnos porque molestamos: “Si no te gusta, ¿por qué no te largas?”.

Son los proxenetas, claro. Los que ni siquiera saben cómo es. Los que nunca escribirán la esperada gran novela de Barcelona, ni la convertirá­n en París o Nueva York. Los que pretenden separarla de quienes la queremos para poder hacer con ella lo que les dé la gana. El problema es que están ganando, y nosotros la perdemos. Cada vez cuesta más que alguien salga en su defensa, cuando dices que odias Barcelona. Contestan que también. Y es que, como te pasa a ti, ya no la reconocen.

En verano, de día Barcelona es Lloret y de noche es Estocolmo; vale, al revés sería peor

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