La Vanguardia (1ª edición)

“En la montaña florezco”

El testimonio de una fotógrafa a quien la escalada ayudó a superar sus años de vida en la calle

- ROSA M. BOSCH Barcelona

La montaña lo es todo para Claudia Camila López. Es tranquilid­ad y emociones al límite. Es el reencuentr­o con su querida tía Vicky, la que le descubrió este mundo en un momento crucial de su existencia. Es plenitud. Es estrés, “del bueno”. “Allí florezco”, resume la escaladora y fotógrafa colombiana afincada en Boulder (Colorado). Claudia coronó su primer ochomil, el Dhaulagiri, esta primavera, y unas semanas después preparó sus cámaras para inmortaliz­ar las fábricas abandonada­s de la antigua URSS en Kirguistán.

Ya queda lejos, pero tiene muy presente cómo fueron esos dos años sin techo, en Bogotá, antes de cumplir los 20. “Un día en la calle es como dos meses en la vida normal, todo es muy intenso, tienes una visión de 360 grados porque los peligros pueden venir de cualquier dirección. Yo había iniciado mi proceso de recuperaci­ón en un centro para dejar las adicciones y mi tía Vicky vio que necesitaba estímulos muy fuertes para no recaer. Ella me llevó a escalar cerca de Bogotá”, relata en Katmandú, unos días antes de volar a Biskek.

En la pared empezó todo. La exigencia de estar allí al 100% la atrapó. Fue un revulsivo, una terapia, un chute de adrenalina. De la roca pasó a la magia del glaciar, un paisaje que alumbró una afición y una forma de vida. “Quedé totalmente dominada por la montaña. Es como el primer amor, siempre quieres volver a sentirte como la primera vez. Es exploració­n, es tener control, pero al mismo tiempo no sabes qué va a suceder. Es tan adictivo como la droga”.

La persona que le había inoculado esta pasión, su incondicio­nal compañera de cordada, murió escalando, al golpearse la cabeza con una roca. Su tía Vicky nunca había estado en el Himalaya y Claudia le dedicó su cumbre iniciática en esta cordillera, el Ama Dablam (6.812), una de las más estéticas y bellas. “Al llegar arriba solté un pedacito de su camiseta preferida”. Después del Ama Dablam, culminó el Baruntse (7.129 m.) y el Cholatse (6.640 m.) y se le resistiero­n el Manaslu, el Cho Oyu y, el año pasado, el Lhotse, al cancelarse todas las expedicion­es por la caída de un sherpa. Hasta que este mes de mayo pisó la cima del Dhaulagiri (8.167 m.).

Más de veinte años después de sus primeras experienci­as en la pared, su relación con la montaña ha cambiado. “Cuando dejé la calle buscaba emociones fuertes para sentirme viva, ahora hago alpinismo para estar cerca de mi tía, para encontrarm­e conmigo misma... Allí puedo ensimismar­me, mi ansiedad se diluye, me siento plena”.

La escalada también jugó

Después de la cima del Dhaulagiri fotografió fábricas abandonada­s de la antigua URSS

un papel relevante para superar una dolorosa etapa de su infancia, el preámbulo de sus adicciones y de la calle. A los siete años empezó a sufrir abusos por parte de un pariente. “En esa situación un mecanismo de superviven­cia es disociar cuerpo y mente, pero en el monte cuerpo y mente deben ser un todo”. Muchas experienci­as traumática­s antes de cumplir los 20.

A los once años, su madre, una corredora de coches (Fórmula Fiat y Fórmula Renault), le trajo de un viaje a Estados Unidos un pequeño proyector de cine y una cámara de fotos que alentaron su otra pasión, explicar historias a través de la imagen. Con sus objetivos ha profundiza­do en el día a día de las mujeres en países en conflicto, como Afganistán, y en las condicione­s de trabajo de las cultivador­as de té de Bangladesh. “Para mí la fotografía es el ticket para viajar a cualquier lugar. Me gustan las carreras de autos, el montañismo, la situación de las mujeres... Si me dedicara a un solo tema quizás tendría más éxito pero no quiero cerrarme. La foto me ha ayudado a involucrar­me en estos ámbitos, no sólo como espectador­a. Trato de no separar mis aficiones de mi vida profesiona­l”. Sus incursione­s en el Himalaya también la han llevado a inmortaliz­ar a los sherpas.

Ha compaginad­o encargos para publicacio­nes de todo el mundo– The New York Times, Alpinist, D.Magazine de La Repubblica, Elle o Huffington Post– con el seguimient­o de carreras de Fórmula 1 o con una investigac­ión en su tierra, en Colombia, sobre la violencia en tres generacion­es de mujeres. Especialme­nte gratifican­te ha sido inmortaliz­ar a un alpinista legendario, Thomas Hornbein, de 86 años, quien junto con Willi Unsoeld firmó una de las rutas más exigentes, la que lleva su nombre, para ascender el Everest, en 1963.

Ahora, en Boulder, la meca del montañismo de Estados Unidos, barrunta aventuras que la llevarán de nuevo este año a Afganistán y a China, donde está ultimando un proyecto de escalada en hielo. En la primavera del 2018, regresará a Nepal para intentar ascender el Makalu, de 8.481 metros, no muy lejos del Everest de Hornbein.

 ?? CEDIDA CLAUDIA CAMILA LOPEZ ?? La escaladora colombiana en la cima del Dhaulagiri, el pasado mes de mayo, con la bandera de su país
CEDIDA CLAUDIA CAMILA LOPEZ La escaladora colombiana en la cima del Dhaulagiri, el pasado mes de mayo, con la bandera de su país
 ?? CLAUDIA CAMILA LOPEZ ?? La fotógrafa junto a una mujer afgana, en Herat
CLAUDIA CAMILA LOPEZ La fotógrafa junto a una mujer afgana, en Herat

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