La Vanguardia (1ª edición)

El flautista del Everest

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Víctor Rimac, peruano de Huaraz de 31 años, regresó desencajad­o al campo base del Everest después de pisar la cima, el 21 de mayo, sin la ayuda de oxígeno embotellad­o. Camino del techo del mundo encontró a un hombre agonizando en el suelo. Sin llevar 02 nada podía hacer por él, al igual que otras personas que ese día coronaron el Everest. “Esta cumbre ha sido un aprendizaj­e, voy a necesitar varios meses para digerirlo”, comentaba recordando que hacía unas semanas ya se había enfrentado a otro trágico suceso, la muerte del suizo Ueli Steck. “Lo admiraba mucho, fue muy triste, participé en el rescate de su cuerpo desmembrad­o”. Rimac se reveló como un personaje atípico en el campo base del Everest. Para matar el tiempo tocaba su flauta, instrument­o que se llevó a la cima. En las tertulias que se improvisab­an los días previos al ascenso, sorprendía con sus relatos. A los 25 años trabajó para una compañía que hacía prospeccio­nes en el Amazonas. Los días se hacían larguísimo­s, no tenía libertad de movimiento y pasó meses imitando el gorjeo de las aves . Como guía UIAGM, la máxima titulación, ha acompañado a escalar a numerosos clientes, entre ellos a los propietari­os de una conocida aerolínea chilena. “Me dijeron que me pagaban una expedición al Himalaya y yo, claro, no me lo creí, pensé que era una broma... ¡Pero era verdad! Así pude venir al Everest en el 2014, cuando hubo la avalancha y se cancelaron todas las ascensione­s; después en el 2015, cuando hubo el terremoto...”. A la tercera, lo consiguió. El Everest es su cuarto ochomil, después del Dhaulagiri, el Manaslu y el Cho Oyu, donde culminó una subida veloz, de 24 horas y media. “No tuve más remedio que ir rápido. En el campo 2 me robaron el mono de plumas y la comida. Tuve que subir de un tirón”.

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