‘Trencadís’ made in China
Gran bazar en el parque modernista: el turista puede escoger entre sombreros, pendientes, abanicos, figuritas con motivos gaudinianos...
Agua a una euro, agua a un euro”, vocifera un hombre a los acalorados turistas que culminan las escaleras de acceso al Park Güell, junto a la Kasa de la Montaña. La oferta de botellines en el interior del recinto gaudiniano se multiplica a pesar de la presión policial. Los vendedores ambulantes llevan bolsas con la mercancía y están vigilantes para evitar la acción de los cuatro agentes que cada día recorren el parque para disuadir a los manteros, la mayoría ciudadanos pakistaníes y afganos.
Taj, de Afganistán, cuenta que ya lleva cinco años en Barcelona viviendo de la venta de bisutería barata. En un paraguas ha engan- chado los pendientes que compra al por mayor en establecimientos chinos de Badalona. Uno a tres euros y cuatro a diez . “Pero si te gustan te los dejo más baratos”, susurra. Como Taj hay centenares de personas que se dedican a esta actividad ilegal en el Park Güell, entre 200 y 400, según los cálculos policiales. “Si los veo venir, pues van camuflados, cierro el paraguas y corro”, dice Taj que se mueve entre este enclave y la plaza de España, los viernes y sábados por la noche, para aprovechar la afluencia de público a la Font Màgica de Montjuïc.
Una mañana de julio los guardia urbanos se han incautado de centenares de botellas de agua. Han tenido que hacer cuatro viajes para depositarlas en los almacenes municipales.
El agua es una parte de la oferta de los vendedores. En el suelo polvoriento del parque o en paraguas, como Taj, exhiben figuritas y llaveros con motivos gaudinianos, palos de autofoto, sombreros, abanicos, brazaletes, colgantes, gafas de sol y las inevitables castañuelas en una suerte de gran bazar al aire libre en el parque que diseñó Gaudí. ¿Qué diría Gaudí si levantara la cabeza y viera dragones de trencadís made in China, a dos o tres euros? Este el mejor centro comercial al aire libre, con una potencial clientela de más de tres millones de personas al año, contando solo los visitantes que en el 2016 pagaron entrada para acceder a los espacios más emblemáticos, como la ala Hipóstila o la plaza de la Naturaleza.
Aunque la mayoría de manteros
Lara, una joven alemana, es otro tipo de mantera que vende una suerte de turbantes hechos por ella
procede de Pakistán y Afganistán, Ibrahim, de Senegal, ha podido colarse entre estos colectivos. Ibrahim ofrece fruteros de madera con el nombre de Barcelona que asegura proceden del país africano. “Te lo dejo por quince euros. ¡No, no te vayas! Por diez... ¿Cuánto quieres pagar?”, insiste Ibrahim para colocar su producto. Más abajo, en la entrada de la calle de Larrard, varios afganos ofrecen la misma pieza, según ellos “made in Barcelona”, por un precio de partida más bajo, ocho euros.
A Amir, de Pakistán, no le cuesta demasiado vender sus imanes a un euro: “En las tiendas valen el doble o más”, argumenta, mirando intranquilo a ambos lados para salir disparado si intuye un policía de paisano al acecho.
Mucho más tranquila está Lara, otro tipo de mantera. Esta joven alemana vende, a cinco euros, los turbantes que ella fabrica. Mientras cobra a una pareja de americanas les recomienda que sino quieren pagar entrada para ver la zona monumental que vayan a partir de las nueve de la noche. Lara se coloca en una zona muy solicitada por las personas que venden bisutería hecha por ellos mismos, sobre todo latinoamericanos, cerca de la Casa Trias, un edificio modernista proyectado por Juli Batllevell, ayudante de Gaudí.