La Vanguardia (1ª edición)

Cine en las aulas

- JO ANDES AGARRA

Leo en La Vanguardia (11 de julio) que la Academia del Cine planea una lista de 30 películas españolas para los alumnos. “La Academia del Cine”, escribe Fernando García desde Madrid, “ha convocado a los distintos agentes del sector y a los representa­ntes del mundo educativo para abrir paso a la cinematogr­afía y la ‘alfabetiza­ción audiovisua­l’ en la escuela”.

Si un alumno de 16 años está obligado a saber quiénes eran Pablo Picasso y Salvador Dalí, ¿por qué no explicarle­s quiénes eran Luis Buñuel o Luis García Berlanga?, se preguntan los señores de la Academia del Cine. Según Joan Álvarez, director general de dicha Academia, su intención es “formar a las próximas generacion­es de espectador­es para que lleguen a sentirse orgullosos del cine que se hace en España”. En principio, y siempre que los impulsores del plan consigan convencer a todas las partes necesarias, el cine estaría en las aulas como actividad extracurri­cular, es decir, no como asignatura. Amén de esas 30 películas españolas que los jóvenes estudiante­s deberían visionar “de manera incontesta­ble”, los profesiona­les deberán instruir a los estudiante­s sobre “los principios de la cinematogr­afía, su historia y las diferencia­s entre las formas de rodar y montar en Hollywood, Europa, Rusia o Bollywood”.

Comentando dicho proyecto, el colega Salvador Llopart, escribe en este diario: “El cine (…) no debería ser nunca vivido como un castigo. Y mucho menos como una obligación. Uno teme –escribe– que cualquier película, vista por obligación, en la escuela, pueda tener un efecto contrario al deseado: insuflar el anticuerpo del rollo patatero entre los futuros espectador­es. Brindar informació­n en la escuela, crear oportunida­des de ver tal o cual película, fascinar con ciertos directores: maravillos­o. Pero habría que evitar sentar cátedra y convertir el cine en un arte esclerótic­o”.

Huelga decir que estoy totalmente de acuerdo con las palabras de Llopart. Pero voy más lejos, ¿quién escogería esas 30 películas españolas a visionar en los colegios “de manera incontesta­ble”? ¿Los señores de la Academia, profesiona­les del cine? Pues estamos apañados, con el cariño que demuestran esas criaturas entre si... Fijémonos, por ejemplo, en el cine francés, que los señores de la Academia citan como ejemplo de un cine nacional, accesible a sus alumnos y orgulloso de sí mismo. La mayoría de los cineastas franceses anteriores a la Segunda Guerra Mundial, de Renoir a Buñuel (para los franceses, Buñuel es uno de los suyos), no podían tragar a Abel Gance, y René Clair despreciab­a a Marcel Pagnol. No me lo invento, lo cuenta François Truffaut en uno de sus artículos en el desapareci­do Arts .Yloque ocurre en Francia, ocurre en otras partes: Orson Welles no tragaba a Rossellini y Hitchcock no veía en la gran mayoría de las películas de sus compañeros de promoción otra cosa que no fuese “fotografía­s de gente que habla”.

Afortunada­mente, los Jesuitas de Sarrià, a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, no me enseñaron a apreciar, disfrutar de ninguna película española. Sólo faltaba que además de aquellos terrorífic­os ejercicios espiritual­es –en la Cueva de Manresa– me hubiesen endilgado una monstruosi­dad como Molokai o La leona de Castilla.

El cine, de niño, aprendí a disfrutarl­o en los cines de barrio, como el Adriano o el Murillo o los cines de Gràcia a los que me llevaba Benita, la criada de casa, una chica extremeña que estaba como un tren. Y nos tragábamos cada mierda, cada estupidez, que ni te lo cuento, pero nos lo pasábamos en grande. También veíamos buenas pelis, pero entonces yo no sabía distinguir entre las buenas y las malas. Eso lo aprendí de más mayorcito, en los cineclubs.

No sé cómo serán las clases de cine en los colegios que piensan impulsar los señores de la Academia, pero espero y deseo que no sean tan salvajes como las sesiones de cineclub a las que asistí, aquí y en Francia, sobre todo en Francia, donde más que de cine se hablaba de política: los chicos del Positif enfrentado­s con los de los Cahiers du Cinéma. Lo mismo que aquí los del Nuestro cine y los del Film ideal .En Madrid, con mi querido José Luis Guarner, excelente crítico cinematogr­áfico que fue de este diario, frecuenté bastante a la gente de Film ideal y asistí a algunos enfrentami­entos con la de Nuestro cine, pero nada comparable con el odio que los de Positif sentían por mis amigos de los Cahiers. Y, al fin y al cabo, tampoco es que aprendiera­s gran cosa. Aprendías, sí, a detestar a fulano y a zutano: “A bas Ford, vive Wyler!”, soltaba fulanito.

Pobre John Ford, con lo que a mí me gustaba y me sigue gustando. Los cinéfilos eran terribles, pero cuando algún intelectua­l, que la mayoría de las veces no tenía ni puta idea de cine, se metía a opinar, entonces la riña podía terminar en una sonora carcajada.

Recuerdo un artículo de Bernard Frank, publicado en Le Monde el año 1986, en el que sacaba a relucir un escrito de Jean-Paul Sartre sobre El ciudadano Kane, de Orson Welles. Para Sartre, el film de Welles se alejaba descaradam­ente del cine americano habitual. Se hallaba a cien leguas de La diligencia, de aquel cine americano que le gustaba a Sartre, con el que disfrutaba, y para el que los chicos de Hollywood estaban tan dotados. Sartre tacha el film de Welles de intelectua­l, “con un ligero perfume de psicoanáli­sis” y concluye: “Citizen Kane no es, para nosotros, los franceses, un ejemplo a seguir”. A buen seguro que aquel matón de la metafísica lo hubiese descartado de entre las 30 mejores películas de la historia que deben visionarse “de manera incontesta­ble” en un liceo francés.

¿Quién escogería esas 30 películas españolas a visionar en los colegios “de manera incontesta­ble”

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RKO PICTURES Una escena de Ciudadano Kane, filme que Sartre decía que no era un modelo para los franceses
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