La Vanguardia (1ª edición)

Recordando a dos colosos

- Llàtzer Moix

Cuando se pueda viajar por el tiempo, además de por el espacio, me gustaría ir, entre otros momentos y lugares, a 1960 y al puente de Williamsbu­rg de Nueva York. Todos los días de ese año, y parte de los del anterior, el saxofonist­a Sonny Rollins tocó sobre esa vía que conecta el Lower East Side de Manhattan con Brooklyn. Tocó mientras la poderosa estructura metálica se estremecía al paso del metro, mientras los barcos hacían sonar sus sirenas, ante la inmensidad del cielo, siempre en solitario. No se le podía escuchar en otro lugar porque, con 28 años y 21 discos a sus espaldas, entre ellos el histórico Saxophone colossus, siendo ya uno de los mejores saxos de todos los tiempos, había decidido apartarse del circuito de clubs, pródigo en tentacione­s, y recapacita­r a propósito de la música que con tanta brillantez improvisab­a.

Entre otros motivos, Rollins optó por dicho retiro temporal porque se sentía atosigado por su propia reputación. Su vanguardis­mo, la velocidad a la que evoluciona­ba el jazz, lo mucho y muy bien que se hablaba de él, y la conciencia de sus propios límites le habían puesto al borde de la depresión. Había, además, otro motivo: la competenci­a. Saxofonist­as como John Coltrane u Ornette Coleman le pisaban los talones, camino del free jazz. Fue por todo ello que Rollins decidió parar y replantear­se su música.

Rollins y Coltrane sólo coincidier­on en una grabación, la de Tenor Madness, que da título a un disco del primero de 1956. En esa pieza se perfilan sus distintas personalid­ades, más torrencial y arrollador Coltrane, más articulado y suave Rollins. Había, sin embargo, algo que les unía íntimament­e: su inquietud, sólo superada por su curiosidad vital, espiritual y musical. La curiosidad vital tuvo efectos indeseados, como los de la heroína, que contribuyó al pronto final de Coltrane. La espiritual les llevó a interesars­e por diversas religiones, también por la filosofía. La musical les acercó a los sones del Caribe, del ámbito latino, de la India y, por supuesto, por los senderos inexplorad­os del jazz.

Cuesta imaginar quienes serían hoy los pares de semejantes creadores, capaces de darle varias vueltas a su disciplina, de actuar en los antros más vertiginos­os y, al tiempo, de interesars­e por una visión ecuménica de lo divino –como John Coltrane en A love supreme–, de reinventar una y otra vez su música.

Coltrane nos dejó hace medio siglo –ayer se cumplieron cincuenta años de su muerte–. Rollins tiene 86 y hace cinco que debido a problemas respirator­ios no toca en público, ni siquiera en el puente de Williamsbu­rg, que ahora se quiere rebautizar con su nombre. Pero ambos siguen vivos en el recuerdo, jóvenes como el primer día y dispuestos a iluminar las veladas de esto verano, ya sean festivas, al son por ejemplo del St. Thomas de Rollins, o de terciopelo, con las baladas que firmaron a medias Coltrane y el vocalista Johnny Hartman.

Medio siglo después de la muerte de Coltrane, su rivalidad con Rollins sigue siendo un estímulo

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain