La Vanguardia (1ª edición)

Talento y serenidad

- Alfred Bellostas

Conchita Martínez, que era la única jugadora española campeona en el SW19, ha sustituido en esta edición del torneo de Wimbledon a Sam Sumyk –en Los Ángeles con motivo del nacimiento de su hijo–, y no ha seguido nunca el día a día de Muguruza, aunque ya la había dirigido en la Copa Federación. La extenista de Monzón ha explicado estos días que se ha encontrado a una deportista muy receptiva, dispuesta siempre a escuchar, con una actitud muy positiva, sin malas caras. Es la nueva Garbiñe, con las ideas más claras y capaz de controlar las emociones sin perder la agresivida­d que caracteriz­a a su juego. Es el paso que necesitaba para lograr su segundo Grand Slam. A la hispanoven­ezolana se la ha visto más ligera y veloz que nunca durante las dos semanas en la hierba inglesa. Le encanta la comida y cocinar –lo ha hecho en la casa alquilada cerca del All England Club–, pero ahora selecciona mejor los ingredient­es. “Antes comía como una chica normal y ahora intento ser más profesiona­l”, ha reconocido. Junto a Alicia Cebrián, su fisioterap­euta, y Laurent Laffite, su preparador físico, ha pulido el entrenamie­nto. Los golpes ya los tenía, pero la evolución la ha convertido en una jugadora más resistente.

La final de ayer recordó a la de 1994, con Conchita (22 años) frente a Navratilov­a (37). Un duelo generacion­al en el que Garbiñe (23) se encontró a la pentacampe­ona Venus Williams (37). Hace dos años cayó ante su hermana Serena, que le pronosticó que algún día sería campeona. Ha tardado poco.

La final se resume en un largo intercambi­o de 19 golpes para salvar la primera bola de set con el 4-5 y un excelente servicio posterior. Luego, nueve juegos seguidos llevaron a Garbiñe hasta el título.

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