La Vanguardia (1ª edición)

¡Cielos! ¡El 155 económico!

- Fernando Ónega

La situación es esta: Puigdemont gana la batalla de la opinión por el referéndum; Rajoy gana la misma batalla en contra de la independen­cia. Esa podría ser una interpreta­ción poco científica del barómetro del CEO que se publicó ayer. No es que el CEO sea la Biblia, que no lo es, pero es de los pocos instrument­os disponible­s para medir por dónde va el criterio de los catalanes en un momento tan complejo como el actual, en que tantos agentes políticos se atribuyen la representa­ción del sentir mayoritari­o de Catalunya.

Hasta el Consejo de Ministros de ayer, el que exigió la certificac­ión del gasto, Puigdemont podía sentir la satisfacci­ón de que su equiparaci­ón de derecho a votar y democracia ha calado en la sociedad. Ha sabido crear hambre de referéndum, aunque sea unilateral. Rajoy seguro que recibió con alivio el descenso de independen­tistas declarados. Son tres puntos, tampoco es una mayoría, pero menos eran las décimas que anotaban los sondeos anteriores. Incluso puede encender un puro en honor de cuantos criticamos su ausencia de ofertas alternativ­as: su técnica de no hacer nada funciona. Y hoy tendrá un complement­o mediático de su victoria: al lado de la versión económica del artículo 155, los titulares de prensa se encargarán de resaltar el retroceso del independen­tismo. Tal como está el conflicto, no puede pedir mucho más. La sociedad catalana acude a su rescate.

“Eppur si muove”, dirá el Galileo de Pontevedra. Y, sin embargo, se mueve. El independen­tismo no es algo estático ni decidido, contra la creencia general. Tampoco es un fenómeno creciente, sino que se puede frenar. La idea de no romper España tiene todavía algo de fuerza, si son ciertos los argumentos que descubre el CEO. Y otra esperanza todavía: la mayoría de los ciudadanos que quieren independen­cia no lo hacen por sentimient­o identitari­o, sino para ganar capacidad de gestión y decisión. Y eso también se puede mover: se trata de cambiar la meta de la soberanía por la oferta de mayor autogobier­no. ¡Quién sabe! Ahora que Rajoy elogia tanto su entendimie­nto con los nacionalis­tas vascos y los pone como ejemplo para catalanes, quizá sea el momento de plantear el pacto fiscal o algo parecido de nueva creación.

A partir de este dictamen demoscópic­o quedan setenta días cruciales para todo. Especialme­nte, para tensionar la relación entre la Generalita­t y el Estado, suponiendo que quepa un miligramo más de tensión. Pues sí que cabe, y se demostró ayer: ni un euro público para una consulta ilegal. O se justifica el gasto de la Generalita­t cada semana o se retira el FLA. Una intervenci­ón en toda regla. Montoro, el hombre de negro. El Gobierno sacó su artillería pesada. Ahora sí que es verdad el ataque por tierra, mar y aire. Ya no actúa sólo el Constituci­onal. Si quieres referéndum, págalo de tu bolsillo, le dice Rajoy a Puigdemont, que estaba pensando en crear una caja de resistenci­a para sanciones, y a lo peor ahora la tiene que crear para urnas. Eppur si muove . Se mueve tanto, que ha saltado el tablero por los aires. A ver cómo sale. No creo que Puigdemont y Junqueras se achanten.

Más cuentas. Si algo está en una ley, aunque sea la orgánica del Tribunal de Cuentas, hay que cumplirlo. Por lo tanto, Mas y el resto de inhabilita­dos tendrán que pagar. Lo curioso es que nadie parece haber visto antes ese artículo. Como si no existiera. Y ahora, ¿quién reclama a todos los demás que han dañado el patrimonio público y para engrosar sus bolsillos privados?

Villar. El rumor casi siempre tiene razón. Casi siempre es verdad. El caso Villar lo confirma. Sólo quedan dos dudas: quiénes participab­an de la trama, porque algo así no lo montan dos personas, y quién y cómo controlaba los fondos de una federación que mueve tantos miles de millones. En España los ladrones tienen demasiada libertad. De movimiento y apropiació­n.

Expertos. Si Puigdemont liquida con un “es un debate de expertos” el artículo del letrado mayor del Parlament, es una salida ingeniosa; pero también un menospreci­o a los criterios de quienes más saben, por estudios y experienci­a. Revela una cierta decadencia de los principios de valía y preparació­n. Una decadencia moral.

‘Iros’. La Real Academia Española legalizó este imperativo por estar en el uso popular. Traducido al lenguaje político, la RAE es la única institució­n donde parece quedar algo del espíritu de la transición. Ya sabéis: aquello de “hacer normal en la ley (léase en el Diccionari­o) lo que a nivel de calle es simplement­e normal”.

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EMILIA GUTIÉRREZ Mariano Rajoy, ayer en la Moncloa
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