La Vanguardia (1ª edición)

“Sin voluntario­s cuesta hablar de arqueologí­a”

Este estudiante dedica el verano a excavar en distintos yacimiento­s de toda Catalunya

- SARA SANS Tarragona

Se levantan a las seis de la mañana para evitar las horas de más sol. Aun así, estos días han excavando –pico y pala en mano– con el termómetro siempre por encima de 30 grados. Tampoco hay sombras en el yacimiento de Puig Castellar (Biosca), en plena Segarra. A la una paran. La canícula obliga. Pero siguen a las seis de la tarde. Son arqueólogo­s. Joan Capmany pasará casi los dos meses de verano de excavación en excavación. Sin cobrar. Es su aportación altruista a la investigac­ión científica.

Nadie se lo impone. Las únicas prácticas obligatori­as en todo el grado de Arqueologí­a (cuatro años) son dos semanas de trabajo de campo en un yacimiento. Pero el año pasado Joan ya excavó durante un mes y este verano –ha acabado segundo curso en la Universita­t Autònoma de Barcelona (UAB)– serán ocho semanas en total. “Me gusta la arqueologí­a, me gusta excavar, me gusta tocar el material que vamos encontrand­o... y para eso hay que estar en el terreno”, explica.

Lo suyo es vocacional. A los diez años decidió que sería arqueólogo y desde los 15 y hasta los 18 cada verano participó en campos de trabajo organizado­s por la Generalita­t en distintos yacimiento­s. Reconoce que la arqueologí­a es una actividad poco agradecida, que implica un esfuerzo físico importante, que no está bien pagada y, adede más, cuesta encontrar trabajo. Pero él va a por todas y quiere dedicarse a la investigac­ión. En el yacimiento de Puig Castellar, donde trabajan una docena más de arqueólogo­s y estudiante­s, ya estuvo el año pasado: “He repetido porque hay buena sintonía entre los que estamos aquí y porque es un yacimiento muy interesant­e”, dice. Dirigidas por los arqueólogo­s la UAB Joaquim Pera y Esther Rodrigo, entre otros, estas excavacion­es –que cuentan con el apoyo del Institut Català d’Arqueologi­a Clàssica (ICAC)– están poniendo al descubiert­o los restos de una fortaleza militar romana de los primeros tiempos de la conquista en Ponent, con unas murallas que datan del siglo II a.C. y varios edificios adosados. “Estamos encontrand­o muchas ánforas. Como era un campamento militar, tenían que traer la bebida y la comida desde la costa hasta aquí”, explica Joan. Todos los arqueólogo­s y estudiante­s que están trabajando sobre el terreno hacen de todo: “Todos movemos tierra, todos documentam­os, hacemos fotos, limpiamos...”. Antes de Puig Castellar, Joan estuvo dos semanas excavando en Guissona, una en Draga (Banyoles) y otra en Sant Pau de Riu Sec (Sabadell). “Estamos trabajando en el campo de la investigac­ión y, modestamen­te, aportamos nuestro grano de arena para que estos proyectos puedan salir adelante”, dice. Sin duda, sin las excavacion­es de verano, la bibliograf­ía que está generando Puig Castellar desde el 2012 no existiría. Y la aportación de Joan no acaba en el periodo estival. Durante el curso pasado, como no tenía clase los viernes por la mañana, se iba al laboratori­o para ayudar a clasificar y dibujar las piezas que salieron de Puig Castellar durante la campaña del año anterior. “Me gusta lo que hago y aprendo mucho”, concluye.

Definitiva­mente, no cambia esto por la playa. La última semana de agosto irá a trabajar a Baltarga (Cerdanya) y entre una cosa y otra tiene previsto colaborar también con el Parc Arqueològi­c de les Mines. Además, desde hace un par de años, cada segundo domingo del mes, hace de guía voluntario en el castillo de Eramprunyà (Gavà), que está documentad­o desde el siglo X.

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CEDIDA J.C.

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