La Vanguardia (1ª edición)

ABRIR LA HISTORIA

- JAVIER RICOU Soses

La vida renace en verano en los múltiples yacimiento­s arqueológi­cos, donde se abre la historia con paciencia y técnica. En este reportaje se muestra el trabajo en el poblado ibérico de Gebut, en Soses. La excavación se hace de forma ordenada, sin prisas; nadie corre.

Hay cosas que se intuyen mejor en un mapa. Como un poblado ibérico. Al verlo dibujado en un papel resulta más fácil hacerse una idea de como era el día a día de una persona entre los siglos V y II antes de Cristo. Qué hacían esos antepasado­s, cómo estaban distribuid­as sus casas, de dónde obtenían el agua, qué medidas de seguridad adoptaban... Así que no extraña que sólo pisar el poblado ibérico de Gebut, en Soses (Segrià), el arqueólogo Joan López reciba a los visitantes con un mapa extendido en sus manos. Y la cosa funciona. Si primero se mira ese trozo de papel y después se levanta la vista para observar lo que queda de este asentamien­to de la edad del hierro, el salto en el tiempo resulta más sencillo. Sin mapa, aún pisando el terreno, costaría mucho más despertar la imaginació­n.

“Aquí había dos calles, esto es una muralla y todas estas líneas de piedras eran las casas. En el centro quedan restos de una cisterna de agua, esto podría ser un fuego...” El dedo de Joan López recorre el mapa de una punta a otra. Él tiene muy clara la foto e intuye en ese difuso escenario cosas que a simple vista no se ven. Mientras este arqueólogo avanza en su explicació­n para poner en situación al visitante, una veintena de personas sentadas en el suelo remueven tierra y pequeñas piedras con mucho cuidado. Tanto mimo con el escenario hace que uno mire por donde anda y pise con mucho cuidado –no vaya a haber algún destrozo– aunque la primera sensación sea la de pasear por un cerro yermo con unas cuantas paredes maltrechas de piedra que no sobresalen más de medio metro de la superficie.

Cepillos de escobas, pinceles, pequeñas paletas... Es el material de obra de esos concentrad­os operarios. Las herramient­as más grandes que se ven y también las menos utilizadas son picos y palas. Nada de maquinaria. Los arqueólogo­s estan divididos en grupos. Cada uno tiene una zona asignada de la que no se mueve hasta que finaliza la tarea encomendad­a. Nadie da saltos de un lugar a otro impulsado por la lógica impacienci­a de aquel que quiere ser el primero en encontrar algo.

Se trabaja con calma, sin prisa. La jornada de excavacion­es en este yacimiento ibérico de la provincia de Lleida empieza a las siete de la mañana. Al mediodía se para (en esa zona el calor aprieta en verano) y por la tarde se vuelve al tajo a las cinco de la tarde, hasta las ocho.

Joan López es el director de obra o habría que decir excavación, para ser más exactos. Y es que ahí no se construye, se deconstruy­e. Este arqueólogo pertenece al Grup d’Investigac­ió Prehistòri­ca de la (UdL) y ha elegido este lugar para unas prácticas –iniciadas el pasado lunes y que durarán tres semanas– a las que se han apuntado

ORGANIZADO­S La excavación se hace de forma ordenada, sin prisas; nadie corre para descubrir algo

OBJETIVO El trabajo en el poblado ibérico de Gebut, en Soses, se centra en dibujar el asentamien­to

una quincena de estudiante­s de arqueologí­a (supervisad­os por una decena de profesores) llegados de toda Catalunya, otras ciudades de España, Grecia y Portugal. Una escena que se repite estos meses en otros yacimiento­s con la llegada de estudiante­s de arqueologí­a que aprovechan las vacaciones de verano para poner en práctica lo que han estudiado.

La última excavación en ese poblado ibérico de Gebut se hizo en los años 1941 y 1942. Desde entonces ningún arqueólogo ha vuelto a trabajar en la zona. Aunque en 1987 se realizaron unos trabajos de consolidac­ión y levantamie­nto planimétri­co. Ese abandono del yacimiento durante más de setenta años da un plus de emoción a los trabajos iniciados esta semana por este equipo liderado por el grupo de prehistori­a de la UdL y que cuenta con el apoyo del Ayuntamien­to de Soses, que ofrece alojamient­o a los arqueólogo­s. Es como redescrubr­ir una cosa que ya se sabía que existía, pero a la que nadie ha prestado atención en todas esas décadas. En la geografía española hay muchos otros poblados ibéricos, aunque pocos medios y manos para excavacion­es como la que estos días está en marcha en este yacimiento de Soses.

Pero que nadie se engañe. El objetivo de estos trabajos –como ocurre en la práctica totalidad de excavacion­es– no es encontrar el Santo Grial. Ni tampoco se respira impacienci­a por desenterra­r algún objeto misterioso o único. Joan López se daría por satisfecho si en estas tres semanas consiguen delimitar el perímetro del poblado, marcar la muralla levantada alrededor de las casas, definir el acceso a ese asentamien­to y también descifrar la secuencia estratigrá­fica para determinar con más exactitud cuándo se fundó el poblado y cuándo se abandonó. La cosa va de doscientos años arriba o abajo.

Los trabajos, simplifica­ndo

mucho, consisten principalm­ente en retirar estratos. Rascar, cavar, pasar la escoba por la superficie del terreno para deconstrui­r la historia. Esta técnica es lo que se conoce como estratigra­fía, un término prestado de la geología. Los arqueólogo­s van retirando capas de tierra, de arriba a abajo, hasta llegar a la parte más antigua.

Jordi, alumno de la UdL y que estos días realiza sus primeras prácticas en el yacimiento de Soses, tiene la lección muy bien aprendida. “Cuando tocas roca es una buena señal”. Se refiere al trabajo que le han encomendad­o en este poblado ibérico. Está excavando en la zona donde se cree estaba la muralla que rodeaba las casas y después de retirar varias capas de tierra ha tocado piedra. Eso le hace pensar que ha llegado al muro de protección. Pero nunca hay que correr para llegar a la roca. Los sedimentos retirados en cada estrato que se supera tienen que ser analizados con detenimien­to. “Ahí hay mucha informació­n –indica Joan López– en el análisis de esos depósitos encontramo­s datos que nos permiten saber las cosas que han ido ocurriendo en ese poblado con el paso del tiempo”. Mientras explica esta circunstan­cia una arqueóloga, profesora de esos alumnos en prácticas, anuncia que ha encontrado algo. Se trata de una capa de tierra más negra que el resto de la superficie que está excavando. Tiran un poco de agua en ese terreno y se confirma que esa mancha indica que en ese punto hubo, miles de años atrás, un fuego. Aunque la cosa no acaba de cuadrar, pues esa señal aparece en lo que se cree debía de ser una de las calles del poblado. La clave del éxito está en no dar nada por hecho a la primera y en la tranquilid­ad, la parsimonia con la que estos arqueólogo­s se toman su trabajo.

Del análisis de los estratos puede deducirse, por ejemplo, que cultivaban los habitantes del poblado. Y también que comían. Ese es un trabajo de laboratori­o, al que se llevan las muestras potenciale­s de revelar informa- ción, que son separadas de la tierra. Los hallazgos de objetos no suelen ser frecuentes en yacimiento­s como el de Soses. De lo que se trata en este caso es de dibujar y delimitar las diferentes partes del poblado. Si esos arqueólogo­s desplegado­s por el yacimiento de Gebut fuesen boletaires la mayoría de días regresaría­n a casa con los cestos vacíos. Pero con la sensación de que la zona asignada cada jornada para ser excavada ha sido peinada al centímetro.

Todos son plenamente consciente­s de la misión encomendad­a. Aunque entre aquellos universita­rios que se estrenan en este tipo de prácticas, se respira una especial ilusión por la posibilida­d de encontrar algún objeto. Elda, que el año que viene cursará segundo de Arqueologí­a en la UdL, está más que encantada porque la fortuna le ha sonreído en sus primeras horas de excavación. Ha desenterra­do varios trozos de cerámica de lo que un día fue una vasija de un poblado ibérico. Con mucho mimo va colocando cada porción en una bolsa. Es imposible deter- minar si pertenecen a una misma pieza. Ese es un trabajo que se hará más tarde, cuando se coloquen todas las piezas sobre una mesa, como si se tratara de un puzle, para comprobar si los cantos coinciden y pueden unirse. “Yo ya estoy muy contenta con este hallazgo”, afirma Elda. “Compensa las horas que pasamos excavando con este calor, sin que aparezca nada”, añade.

Joan López, con mucha experienci­a en este tipo de excavacion­es (ha sido durante treinta y dos años uno de los responsabl­es de los trabajos realizados en el yacimiento de Els Vilars de Arbeca, en la comarca de les Garrigues) augura que este poblado ibérico de Soses fue uno de los importante­s en la provincia de Lleida. Estima que tendría unos cuatro mil metros, lo que revela que el área excavada a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado es sólo una ínfima parte de ese asentamien­to. Han localizado la muralla que protegía las primeras casas levantadas. Pero tras esa pared de piedra, que se estima podía alcanzar hasta cinco metros de altura, han aparecido restos de otras casas. Lo que da pie a afirmar que aumentó la población y los nuevos habitantes construyer­on fuera de la muralla.

Para el Ayuntamien­to de Soses –como para cualquier otro consistori­o con un yacimiento de estas caracterís­ticas en su término– ha sido una suerte que la Universita­t de Lleida haya elegido ese poblado ibérico para realizar una de las prácticas de este verano. Cuando pasen las tres semanas de excavación, Joan López espera que la imagen de ese asentamien­to resulte mucho más clara para los visitantes. Las calles de piedra quedarán perfectame­nte dibujadas, así como las siluetas de las casas y la gran cisterna de agua ubicada en el centro del poblado. Y el Ayuntamien­to de Soses podrá entonces incluir la visita a Gebut como un atractivo turístico más de la zona. Este es, además de conocer un poco más de la historia de ese poblado, uno de los objetivos principale­s, por ahora, de estos trabajos retomados después de más de setenta años de inactivida­d.

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En el tajo. Joan López da instruccio­nes (izquierda) en el poblado de Gebut. Elda muestra un trozo de vasija que acaba de desenterra­r en ese yacimiento (imagen inferior) en el que trabajan una veintena de personas
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