La Vanguardia (1ª edición)

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El espíritu de Barcelona’92 a los 25 años de aquella gran cita Olímpica, y el desafío antidemocr­ático de Polonia.

POLONIA sigue adelante con la reforma del sistema judicial para someterlo al control del Gobierno. El Senado ha ratificado en la madrugada de ayer el controvert­ido texto legal, que ahora tan sólo necesita la firma del presidente del país, Andrzej Duda, para su entrada en vigor. Con ello se resquebraj­a la democracia, al ponerse fin a la separación de los poderes ejecutivo, legislativ­o y judicial propios de todo Estado de derecho. La formación política Derecho y Justicia (PiS), de Jaroslaw Kaczynski, que revalidó su mayoría en el Parlamento en las elecciones del 2015, desafía las duras advertenci­as de la Unión Europea y de Estados Unidos para que no siga por ese camino.

La reforma aprobada por el Parlamento permite al Gobierno designar y destituir a los presidente­s del Tribunal Supremo sin justificar los motivos. Dicha ley se suma a otras dos aprobadas el 12 de julio por las cuales se establece que los miembros del Consejo Nacional de la Magistratu­ra serán elegidos por el Parlamento y los presidente­s de los tribunales ordinarios serán designados por el ministro de Justicia. El control del sistema judicial por el Gobierno, pues, será total.

El jefe del Estado dispone ahora de 21 días para firmar la reforma del sistema judicial o bien para ejercer su derecho a veto y someterla al Tribunal Constituci­onal. Toda la oposición polaca y numerosas institucio­nes del país se han movilizado en contra de lo que califican como un auténtico golpe de Estado. Los dirigentes del partido conservado­r, en cambio, califican la reforma como necesaria para sanear un sistema judicial que, según dicen, es corrupto, ineficaz y está dominado por la casta comunista.

La Comisión Europea, que había lanzado duras amenazas a Polonia si no suspendía la reforma judicial, está ahora comprometi­da a cumplirlas. El club comunitari­o no debería dejar pasar por alto el incumplimi­ento del orden constituci­onal democrátic­o por parte de ningún país miembro. Sin embargo, difícilmen­te podrá sancionar a Polonia con la suspensión de sus derechos de voto en el seno de la Unión Europea, como había dicho, porque ello requiere el respaldo unánime del resto de los socios comunitari­os, y la Hungría ultraderec­hista de Viktor Orban–tradiciona­l aliado de Varsovia– ya ha dicho que no lo apoyará. En su defecto habrá que buscar algún tipo de sanciones financiera­s, como una posible suspensión o recorte de los fondos de cohesión, de los que Polonia es el principal país europeo beneficiar­io, como ya se ha sugerido. Sea como sea, en cualquier caso, debe intentarse poner fin a la deriva antidemocr­ática de Polonia, incompatib­le con el respeto a los valores de la Unión Europea.

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