El éxodo que desborda a Italia
La incesante llegada de migrantes crea tensión interna y con la UE
La situación, ayer por la tarde, era bastante tranquila en la central operativa de la Guardia Costera italiana, en el barrio romano de EUR. Desde unas salas repletas de pantallas, mapas y teléfonos controlan al minuto la crisis migratoria en el canal de Sicilia. El tráfico de pateras se detuvo hace cuatro días. “Las condiciones del mar son desfavorables –explicó a La Vanguardia un portavoz–. El viento y el oleaje en la costa libia no permiten zarpar a los botes neumáticos. Puede continuar así un día más. Es un alivio, ciertamente”.
Las treguas en esta emergencia humanitaria son habituales. No obstante, el éxodo desde el norte de África no se detiene y crece año tras año. Italia se siente desbordada. Es una sensación de agobio físico y psicológico. Se trata de un desafío logístico y sobre todo político, social y hasta cultural. La migración clandestina masiva es un fenómeno que aquí denominan epocale, que marca un cambio de época, una transformación histórica de profundo calado, sin marcha atrás. Es una idea muy interiorizada por los responsables políticos y por la ciudadanía.
La gestión del reto migratorio condiciona la estrategia del Gobierno de coalición de Paolo Gentiloni y de los partidos de la oposición. Hay tensiones porque el año que viene deben celebrarse elecciones generales. Y también enrarece el ambiente entre Roma y sus socios en la Unión Europea, en especial aquellos más intransigentes y en algunos casos hasta con derivas xenófobas, como Austria, Hungría, Polonia, Eslovaquia y la República Checa.
Según los expertos, los números no justifican una alarma tan aguda ni ciertos mensajes políticos. Hay un claro desfase entre la realidad y la percepción social. “La actitud de Austria –que amenaza periódicamente con cerrar la frontera del Brenner si Italia no frena la llegada de inmigrantes– no responde a la situación en el territorio”, declaró a este diario Flavio Di Giacomo, portavoz en Italia de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la entidad que de modo más serio y objetivo analiza el problema en todo el mundo. Los austríacos, a juicio de Di Giacomo, pasan por alto que la situación es muy distinta a la de hace dos años, cuando se registraba una llegada masiva de sirios y eritreos, quienes, tras desembarcar en Italia, al cabo de pocos días, emprendían el viaje a otros países del norte de Europa, transitando a menudo por Austria. Eso no está sucediendo ahora.
El portavoz de la OIM fue más allá al matizar la actual coyuntura. “A pesar de que algunos hablen de asedio, los flujos no han aumentado tanto –dijo–. En junio y julio ha sido aproximadamente como en el 2016. Sí hubo un fuerte incremento a principios de año. Lo que ha cambiado es que quienes llegan ahora a Italia se quedan. Son personas que suelen proceder del África occidental, que parten sin un verdadero plan migratorio. Muchos pretenden sólo llegar a Libia y hallar trabajo allí, como ocurría antes. Pero luego se ven bloqueados y, desgraciadamente, son también víctimas de violencia, por ser negros. Algunos intentan regresar a sus países y no pueden, otros se quedan, otros deciden dar el salto a Europa. Pero no tienen intención de llegar a Copenhague, a Londres o Berlín. Ya les va bien quedarse en Italia”. “Es verdad que el sistema de acogida aquí está bajo estrés”, admitió Di
DESTINO FINAL Quienes llegan ahora ya no pretenden continuar viaje hacia el norte de Europa
Giacomo. La permanencia en Italia de quienes ahora llegan es el verdadero problema. Los procedimientos para el derecho de asilo son largos. Los municipios donde están los centros de acogida se resisten. Ha habido incidentes. Temen un deterioro de la convivencia.
El Gobierno italiano considera que sus socios europeos no son suficientemente solidarios; se queja de que el programa de reubicación no funciona, que no hay voluntad real. De ahí que reaccione de manera airada cuando algunos, como el ministro austriaco de Asuntos Exteriores, Sebastian Kurz, plantean provocadoras propuestas como la de mantener a los recién llegados en las islas italianas, como Lampedusa, y no llevarlos al continente. Hungría, Eslovaquia, Polonia y la República Checa también presionan a Roma.
“No aceptamos improbables lecciones o amenazas”, contestó el premier Gentiloni. “Nosotros cumplimos con nuestro deber y querríamos que Europa entera lo hiciera junto a Italia –agregó–. Tenemos derecho a reclamar solidaridad de los países de la Unión Europea”. Otros replicaron con mucha mayor dureza.
El nuevo alcalde de Lampedusa, Salvatore Martello, dijo que el ministro Kurz “es un señor racista, paisano de un viejo conciudadano suyo que se hizo alemán y fue un desastre para Europa y para el mundo”. Martello no sólo comparó a Kurz con Hitler sino que también lo acusó de querer convertir la diminuta Lampedusa en un campo de concentración.
Según una investigación del Corriere della Sera, el flujo migratorio clandestino en el Mediterráneo central es un negocio que genera 400 millones de euros al año para las mafias de traficantes de seres humanos. Esta cifra se basa en un cálculo aproximado de las tarifas medias que pagan los inmigrantes para atravesar el desierto y para embarcarse en Libia rumbo a las costas italianas.
Hay quienes comparan este deplorable estado de cosas con la ley seca en Estados Unidos –vigente entre 1920 y 1933, después de aprobarse la 18.ª enmienda en la Constitución–, cuando la prohibición de la producción, transporte y venta de bebidas alcohólicas alimentó negocios ilegales de gángsters como Al Capone. Si la migración desde África se regularizara con un sistema de visados bien organizado en toda Europa, se acabaría con las mafias de traficantes y la muerte de miles de personas al año en el mar.
En Italia, la presión migratoria provoca decisiones polémicas como la de controlar de modo mucho más estricto a las oenegés que rescatan a migrantes en el mar, como la catalana Proactiva Open Arms. El acoso a estas organizaciones llega al extremo de casi criminalizar su labor humanitaria.
A escala legislativa, el éxodo desde África ha llevado a aplazar la aprobación de la nueva ley de Ciudadanía, basada en el ius solis (derecho de suelo), según el modelo estadounidense de que quien nace en su territorio, aunque de padres extranjeros, recibe automáticamente la nacionalidad. Gentiloni decidió aparcar el asunto al menos hasta el otoño porque temía que una ley generosa como esta pudiera fracturar la coalición y provocar la caída del Gobierno. Con las imágenes casi diarias de migrantes desesperados desembarcando en sus puertos, el primer ministro pensó que no era oportuno plantear al país una reforma que agitara sensibilidades y diera alas a los populistas, siempre dispuestos a rentabilizar los miedos populares.
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