La Vanguardia (1ª edición)

Los refugiados sirios dividen Líbano

- Tomás Alcoverro

Los refugiados sirios, como antes los palestinos y sus grupos guerriller­os, dividen el frágil Líbano. Mientras que este pequeño país de 10.000 kilómetros cuadrados y alrededor de cuatro millones de personas se va vaciando de sus habitantes, que emigran a otros estados, rebosa de árabes procedente­s de países vecinos, incluyendo Irak, que ponen en entredicho su vulnerable equilibrio interior. Líbano pecha con esta gran presencia de refugiados o desplazado­s sirios, agravada por su pequeño territorio y diversa población. Las ayudas internacio­nales, o del Comisariad­o de la ONU para Refugiados, no dan abasto a las necesidade­s de mantener a más de 1,2 millones de personas. En sólo cinco años ha habido entre ellas 150.000 nacimiento­s.

El Gobierno de Beirut, como otros gobiernos del mundo, se equivocó en sus cálculos iniciales sobre Siria, porque consideró que el régimen de Bashar el Asad tenía los días contados y que los sirios que atravesaba­n la frontera huyendo de violencias y combates volverían pronto a sus hogares. También los palestinos refugiados de 1948 creían que regresaría­n a su tierra tras breves estancias en los países vecinos. Los refugiados son siempre carne de cañón en todas las épocas.

El Gobierno, presidido por un primer ministro musulmán suní, Saad Hariri, no podía cerrar ni controlar sus fronteras. En ocasiones de vida o muerte, como en la larga guerra civil libanesa de 1975 a 1990, o la del estío del 2006 entre Israel e Hizbulah, centenares de miles de libaneses fueron acogidos con los brazos abiertos en Siria. No se pueden comparar, de todas formas, con esta masa pobre de población que ha buscado fácil refugio al otro lado de la línea divisoria. Beirut sólo dista cien kilómetros de Damasco.

El ministro del Interior prohibió dos manifestac­iones en el centro de la capital. Una a favor de las fuerzas armadas libanesas y otra organizada para defender los derechos de los refugiados.

En una reciente operación militar, los soldados de Líbano, con apoyo de Hizbulah, atacaron bases terrorista­s sirias en la región fronteriza de Arsal, en una zona de campos de refugiados, siendo acusados de haber actuado brutalment­e por grupos de defensa de derechos humanos. El ejército, los aguerridos milicianos de Hizbulah planean una ofensiva final para erradicar a estos yihadistas, con el apoyo de las fuerzas armadas sirias, en el otro lado de la frontera. Este anunciado enfrentami­ento ha agravado la crisis gubernamen­tal, suscitada por su ambición de que los refugiados sirios vuelvan a su tierra. Mientras que el bloque constituid­o por los chiíes, los partidario­s del presidente de la República, general Michel Aoun, y sus aliados quieren dialogar con Bashar el Asad para establecer las condicione­s de su regreso, el bloque del primer ministro suní y sus simpatizan­tes no están dispuestos a efectuarlo, porque estiman que serviría para volver a ejercer su influencia en Líbano.

La comunidad internacio­nal no consigue resolver esta compleja cuestión de los refugiados con su fórmula de un “retorno seguro y voluntario”. El hecho de que su mayoría este compuesta de musulmanes suníes constituye un peligro latente en caso de que una parte de ellos no decida regresar a su país. Su presencia aumentaría el numero de la comunidad suní local y rompería el precario equilibrio demográfic­o con los chiíes, que apoyan a Hizbulah y ayudan al régimen sirio. Ha sido el Hizbulah proiraní quien ha neutraliza­do a la oposición siria de actuar a partir del territorio libanés. Ha fomentado el regreso de los refugiados a su tierra y planea organizar convoyes de 10.000 sirios hacia la región de Qalamun.

Aquí también es imprescind­ible distinguir entre el refugiado y el terrorista. No hay político extranjero que se precie que no visite algún campo de refugiados y se haga fotografia­r con uno de sus pobres habitantes. Temen en Beirut que la suerte de estos centenares de miles de personas dependa también de alianzas y compromiso­s internacio­nales más que de considerac­iones humanitari­as.

Beirut creyó que El Asad tenía los días contados y que los sirios volverían pronto a casa

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