Sin SoHa, por favor
Estos días, los vecinos de Harlem andan inquietos. Una iniciativa de empresarios inmobiliarios propone cambiar de nombre la zona comprendida entre las calles 110 y 125, que pasaría a llamarse SoHA, evocando la atmósfera hipster y cool del Soho neoyorquino. Basta pasearse por las calles del renacido barrio, eje de la cultura negra estadounidense –o actualmente también de la latina–, para darse cuenta de que varios anuncios de pisos ya incluyen esa marca como reclamo.
El lugar donde estalló el jazz en los años 20, con nombres como Ella Fitzgerald o salas míticas como el Apollo, ha pasado, en apenas quince años, de ser un lugar que los turistas evitaban por la inseguridad a sufrir un proceso de gentrificación que lo ha llenado de galerías de arte, hace brotar hoteles y atrae a jóvenes que pueden permitirse pagar el alquiler. Hasta Bill Clinton tiene aquí su oficina de expresidente. El martes, en un parque infantil, podía verse a dos actores de Hollywood jugar con sus hijos en los columpios. Este nuevo mundo convive con los habitantes de toda la vida, produciendo una llamativa mezcla.
El congresista Adriano Espaillat, de origen dominicano, encabeza la lucha contra la etiqueta SoHa. Opina que “es un intento increíblemente insultante de negarles a los residentes de largo tiempo de Harlem su legado y cultura, y simplemente no lo consentiremos y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para impedirlo”.
El proceso gentrificador de Harlem es distinto del que se da en barrios de Barcelona. Las desigualdades en EE.UU. son mucho más agudas y por eso se reconocen los efectos positivos de estos cambios en la vida del barrio, pero por esa misma razón se temen sus distorsiones. No es posible ninguna comparación con Sant Antoni: aquí, un tiroteo en un parque acabó, la semana pasada, con una persona muerta; y, el lunes, un incendio de las basuras que la gente lanza a la vía del metro interrumpió el servicio en varias líneas.
En la novela Mumbo Jumbo, de Ishmael Reed, un extraño virus invade Harlem, convirtiendo cada vez a más gente en portadores del Jes Grew, frenético ritmo que los posee, impidiéndoles dejar de bailar y transformándolos en heraldos del éxtasis. Este verano, los que paseamos por este barrio, disfrutamos de orquestas improvisando en la calle, aprendemos a distinguir qué iglesias son auténticas para escuchar góspel y cuáles un señuelo para turistas, coincidimos en el metro con las familias cargadas con bártulos de playa… y le cogemos un poco de manía a la palabra SoHa, como si fuera un aceite envenenado.