La Vanguardia (1ª edición)

Preguntas para el verano

- Llàtzer Moix

En sus ratos de ocio, el género humano se formula las tres grandes preguntas existencia­les: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Las respuestas obtenidas suelen ser insatisfac­torias o incompleta­s. De modo que nos las seguimos formulando. Esta costumbre perenne, transcultu­ral y globalizad­a tiene en Catalunya, y especialme­nte en el ámbito soberanist­a, su excepción. Para esas tres preguntas hay en dicho ámbito tres respuestas concluyent­es. Primera: somos catalanes (y no españoles). Segunda: venimos de un secular sometimien­to al Estado español, de su constante expolio fiscal. Y, tercera: vamos a paso ligero hacia una arcadia de independen­cia, holgura económica y justicia social, con representa­ción propia en la ONU y en el Festival de Eurovisión.

La vida es una madeja de preguntas, la mayoría sin respuesta. Pero la mencionada suma de certezas ante las grandes preguntas existencia­les ha permitido al soberanism­o sacar pecho y centrarse, durante meses, en otro interrogan­te: ¿cuál será la pregunta del referéndum por la independen­cia? En realidad, la respuesta a esta cuestión no era un misterio. Era predecible. Porque cuando de lo que se trata es de consultar sobre si se quiere que Catalunya sea un Estado independie­nte, lo normal es que se llegue a una pregunta del tipo: “¿Quiere que Catalunya sea un Estado independie­nte en forma de república?”, como al fin ocurrió.

Resuelto este enigma, y desvelada la fecha del referéndum –el 1-O–, una sensación de alivio recorrió el país: todo parecía claro ya. Pero enseguida afloró y se extendió otra pregunta: ¿qué pasará tras el 1-O? Quizás no entre los convencido­s de que el procé sesla vía rápida hacia la gloria en vida. Pero sí entre los catalanes no independen­tistas y partidario­s del diálogo y la transacció­n, e incluso de la duda sistemátic­a, a la par que poco amigos de las aventuras de incierto final.

¿Qué pasará tras el 1-O? es, pues, una pregunta pertinente, porque esa fecha se anuncia como la del choque de trenes, y porque nos acercamos a ella con varias hipótesis de futuro in mente, algunas indeseable­s. Por ejemplo, que tras cinco años de movilizaci­ón, y mediando el quebranto de la ley, Catalunya vea menguada su autonomía política, en lugar de aumentada. De hecho, la pregunta se plantea implícitam­ente incluso entre los líderes soberanist­as, como el vicepresid­ente de la Generalita­t, Oriol Junqueras, que días atrás declaraba a este diario que “hay que pensar en el día siguiente del 1-O”, como si todavía no lo hubiera hecho. O como si su pensamient­o no hubiera fructifica­do y no supiera prever qué ocurrirá. Lo cual, en su caso, es inquietant­e.

Las preguntas son casi siempre pertinente­s. Ya Voltaire prefería juzgar a los hombres por sus preguntas más que por sus respuestas. ¿Por qué? Pues porque las preguntas expresan inquietud y nos abren al mundo, mientras que las respuestas suelen señalar un camino y cortar los restantes, en especial si se redactan con más fe que otra cosa. Es decir, ignorando una afortunada paradoja de Jorge Wagensberg: “Sólo se puede tener fe en la duda”... Acaso el pensamient­o paradójico no guste a los creyentes. Pero refleja la diversidad y las contradicc­iones de la vida con mayor fidelidad que el dogma.

Ya nos ha sido revelada la pregunta del referéndum. Pero quedan muchas otras preguntas sobre la mesa. Supongamos que el 1-O el Estado impide la celebració­n del referéndum no pactado. ¿Llegaremos, acto seguido, a la anunciada fase de movilizaci­ón permanente, tipo Maidan, y quién sabe si a las manos? Supongamos ahora que tras el 1-O vuelven a convocarse elecciones en Catalunya, y que el resultado es parecido al que conformó el actual Parlament; es decir, con menos de la mitad de los votos por la independen­cia. Pregunta: ¿sabría en tal caso el soberanism­o digerir su frustració­n o seguiría con la cantinela del mandato democrátic­o? Y, suponiendo que el soberanism­o obtuviera una mayoría de dos tercios, que es la requerida para reformas mayores, ¿sabría el Gobierno central hacer algo más que decir que no?

Otra pregunta: ¿son consciente­s los promotores del procés y los partidario­s del quietismo estatal de que unos y otros están ante un caso de lose-lose, en el que pueden perder mucho? ¿Realmente todo lo que saben proponerno­s, a modo de iniciativa política, es esperar a que el rival meta la pata y les genere, indirectam­ente, nuevos apoyos? ¿Su mayor aportación es un error del contrario?

Otra pregunta: ¿va a demorarse mucho el relevo de esta generación de políticos, catalanes o de Madrid, pero igualmente obstinados e incapaces, que presentan la realidad como lo que quisieran que fuera, y no como lo que es?

He aquí unas pocas preguntas para el verano. Pero si prefieren hacer vacaciones de este asunto, olvídenlas. Hasta el otoño.

¿Se demorará mucho el relevo de unos políticos que ven la realidad como querrían que fuera y no como es?

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