La Vanguardia (1ª edición)

Yo también he sido enferma mental

- Glòria Serra

Cenando, un buen amigo nos cuenta su sufrimient­o: desde hace un año su pareja y madre de sus hijos está pasando una grave depresión. Nos dice lo duro que está siendo, cómo parecía que se recuperaba y ha recaído, qué complicado es intentar que los hijos no se den cuenta o trabajar y cuidar a la enferma. Somos una cuadrilla, buenos amigos desde hace años. Callados, le escuchamos con angustia. Él acaba su relato con indignació­n, porque, encima, es una enfermedad que nadie entiende, que se pasa en silencio y soledad. De golpe, casi todos saltamos a una: yo también he pasado una depresión, una baja por estrés, mi mujer también la pasó dos años… Tan buenos amigos como somos y nunca hasta hoy había estallado la confidenci­a.

Sí, yo también he sufrido una enfermedad mental. Depresión y trastornos provocados por el estrés. Y mi amigo tiene razón. Son enfermedad­es incapacita­ntes, que te tumban porque ni tú mismo las entiendes ni te las explicas, que te dejan fuera de combate porque no se curan con una pastilla, requieren una larga y compleja lucha mental y emocional contra ti mismo, difícil y devastador­a. Pero, además, nadie que no lo haya pasado comprende qué narices te pasa. Por qué tienes agorafobia y ni siquiera puedes cruzar la calle, o ir a trabajar. O dormir. Y que te van aislando socialment­e, excepto de los más íntimos, a los que agotas y angustias, añadiendo dolor y sufrimient­o a la enfermedad.

Como sociedad, hemos ido aprendiend­o a integrar a los enfermos, a no rehuirlos y a acompañarl­os. Ya sabemos qué hacer cuando nos dicen que alguien tiene cáncer, o una enfermedad degenerati­va o fatiga crónica.

La Marató de TV3, la divulgació­n a través de medios como este, que se toman muy seriamente el acompañami­ento del enfermo y su entorno, ha hecho mucho por ayudarnos a apoyarles. Pero la enfermedad mental es la última frontera que aún no hemos sabido o querido cruzar.

Por desgracia, hay un mal peor. Yo he sufrido una enfermedad mental que, como mis queridos amigos, tiene cura. Puede ser larga, puede ser difícil, pero existe. Pero también tengo amigos con la desgracia de contar en la familia con un enfermo mental grave sin cura, de momento. La esquizofre­nia, entre otras, es una auténtica condena para una familia, a la que respondemo­s con un aislamient­o y una dejadez aún más severos.

Los mismos periodista­s somos culpables cuando asociamos un crimen o un delito a la enfermedad mental. Es del todo injusto. El enfermo mental no es un criminal. Aún se intenta explicar, por ejemplo, un crimen machista asegurando que el asesino sufría un trastorno mental provocado por el alcohol, cuando es el machismo y no la posible enfermedad psíquica el responsabl­e del crimen.

Debemos cruzar esta frontera. Para que los enfermos y sus familias no se sientan tan solos, porque hemos demostrado que lo sabemos hacer y porque el acompañami­ento no cura, pero quita peso y culpa. Ayuda al enfermo a andar más ligero camino de su estabilida­d mental. No estás solo, amigo. Ni tú, que sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ni todos los que sufren en silencio. Porque yo también he sido una enferma mental y sé que, quizá, un día puedo volverlo a ser. ¿Y ustedes?

La enfermedad mental es la última frontera que aún no hemos sabido o querido cruzar

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