La Vanguardia (1ª edición)

La muela de Salvador Dalí

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Si Dalí lo está viendo, estoy seguro de que estará disfrutand­o”, leo en La Vanguardia (21 de julio). La frase es de Marià Llorca, alcalde que fue de Figueres cuando Dalí falleció, poco antes de que exhumasen el cadáver del pintor, sepultado en el Teatre-Museu Dalí de su ciudad natal. Pues, la verdad, yo no estaría tan seguro: a nadie le hace demasiada gracia que vayan a despertarl­e para sacarle una muela con la finalidad de dictaminar si una mujer que, de moza, le oyó decir a una amiga de su madre que era la hija de Salvador Dalí, es o no es efectivame­nte su hija. Comprendo que tratándose de Dalí, el surrealist­a Salvador Dalí, aquél que dijo “lo importante es que hablen de uno, aunque hablen bien”, la orden del juez de exhumar su cadáver con la intención de saber si la señora Pilar Abel es o no es su hija, se preste a todo tipo de comentario­s. Pero, para mí, la mañana del viernes, mientras escuchaba por la radio, con todo detalle, la exhumación del cadáver, les confieso que me amargó el desayuno,

Yo traté a Dalí, coincidí con él, en tres o cuatro ocasiones y siempre se comportó conmigo de la manera más normal, más aún, me atrevería a decir que cariñosa, por ser hijo de mi padre (en cierta ocasión, en París, yo llevaba un par de días sin comer caliente y Dalí me llevó a cenar al hotel Meurice, y cuando nos despedimos me metió, sin que yo me diese cuenta, un billete de mil francos en el bolsillo del abrigo). Mi padre y Dalí eran amigos. Cuando Dalí se fue a vivir con Gala a Portlligat, mi padre quiso obsequiarl­es con una cama de matrimonio. Todavía conservo una postal de Dalí a mi padre, escrita desde París, sin fecha, en la que el pintor le hace saber a mi padre que “la cosa dels llits”, según sus noticias, todavía no ha llegado a Cadaqués. La postal da su dirección en París: Hotel des Trois Moulins, 8 rue des Saules. París 18. Dalí le dice a mi padre que dentro de diez días estará en Barcelona. Y añade: “La qüestió familiar estacionàr­ia, més aviat pitjor, no obstant crec que s’arreglarà, més tard o més aviat”. “Passaré l’estiu –cura de garota- a Port Lligat, 2 o 3 mesos mínimum”. “El film (?) avança”. Y firma “el teu Dalí”. La noche del jueves pudo ser, para muchos, una noche daliniana, rabiosamen­te daliniana, pero para mí fue un mal trago.

Aquel mismo jueves me encontré en la sección de Opinión de este diario con un artículo de Francesc-Marc Álvaro cuyo título me llamó la atención: “¿Borrar a Pujol?”. Qué demonios pinta aquí Pujol, me dije yo. Pues sí, algo pintaba. Pues no más empezar a leerlo me enteré de que el próximo martes se cumplen tres años –tres años ya, como pasa el tiempo– de la célebre confesión de Jordi Pujol, en la que el expresiden­t reconoció que su familia había tenido durante años en el extranjero dinero no declarado provenient­e de una herencia de su padre, el abuelo Florenci. En dicha nota, el expresiden­t pedía perdón y se ponía a disposició­n de la justicia. “La noticia fue una bomba, escribe Francesc-Marc Álvaro, y su impacto –de una magnitud extrema– ha ido creciendo a medida que ha pasado el tiempo”.

Cada vez que alguien saca a relucir el caso Pujol, me acuerdo de Margot (a.c.s.), una de mis suegras, la cual, cuando alguno de sus dos yernos –el otro era el hijo mayor del poeta Vinyoli–, se permitía criticar al president, se ponía hecha una furia y soltaba aquello de “No em toqueu el Pujolet!”. Por suerte o por desgracia, Margot se ahorró la confesión de su Pujolet, pero tengo bien presente a otra mujer, la señora Amparo, una vecina del barrio, la cual, no más enterarse de la confesión de Jordi Pujol, echó a llorar como una magdalena. ¡Cuánta pupa hizo aquella confesión entre la población catalana orgullosa de su president!

Francesc-Marc Álvaro se pregunta en su artículo sobre la obra del president. “¿Qué pasa con la transforma­ción de Catalunya de la que él es responsabl­e directo?”, se pregunta el articulist­a. Y responde: “A la espera del juicio de los historiado­res que escribirán dentro de medio de siglo, mientras el relato oficial del pujolismo queda tocado –en parte– por el episodio de la herencia escondida, las realizacio­nes concretas de la larga presidenci­a de Pujol tienen valor por ellas mismas y, como tales, deberán ser analizadas y observadas en perspectiv­a”. Francesc-Marc Álvaro es de la opinión de que Jordi Pujol “ha sido el político catalán más importante del siglo XX”, y no soy yo quien se lo vaya a negar. Pero permíteme una pregunta, amigo Francesc: ¿Puede concedérse­le tal calificati­vo a alguien que ha fracasado en su intento –si es que lo hubo– de reunir la cultura catalana –artistas, escritores, intelectua­les, gentes de teatro y de la nova cançó…– bajo su bandera? El hombre que echa –o consiente que echen– a Flotats del Nacional, a Luján de Destino (que él, el banquero Pujol, acaba de comprar), el Pujol que aplaude o hace como que aplaude, el que se le niegue a Josep Pla el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, que entrega (¿para que no hable?) la televisión catalana a Alfons Quintà…, ¿puede ese hombre ser considerad­o como “el político catalán más importante del siglo XX?”. Para mí, no. Si bien admito, amigo Francesc, que puedas tener razón. Al fin y al cabo, la cultura –ese tema tan sensible para muchos catalanes– importa un bledo a la hora de elegir el guapo del siglo.

Se cumplieron cien años del nacimiento de Joan Capri y con tal motivo la tele piensa ofrecernos este verano la popular serie Doctor Caparrós, medicina general. No es lo mejor de Capri ni él está en su mejor momento. Confiemos en que les haga más llevadero el verano, un verano que se presenta calentito, políticame­nte hablando.

Mientras escuchaba por la radio, con todo detalle, la exhumación del cadáver, les confieso que me amargó el desayuno

 ?? LLUIS GENE / AFP ?? Turistas ante la tumba de Salvador Dalí en el museo dedicado al artista en Figueres
LLUIS GENE / AFP Turistas ante la tumba de Salvador Dalí en el museo dedicado al artista en Figueres

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