La Vanguardia (1ª edición)

El modelo Oslo

En una operación de gran escala y alto coste, Oslo erige en su litoral un distrito cultural de primer nivel. Es un modelo centraliza­do opuesto al que ha acabado imponiéndo­se en Barcelona, donde la dispersión penaliza a museos como el MNAC.

- BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es

En muy contados momentos de su historia puede una ciudad hacer tabula rasa y reinventar­se. Barcelona aprovechó su oportunida­d antes de los Juegos Olímpicos, cuando la colosal inversión generada permitió dibujar una nueva fachada marítima y construir un barrio de la nada, la Vil·la Olímpica.

Eso es exactament­e lo que hace ahora Oslo, reinventar­se, en su caso para dar salida a los ingentes fondos que aporta el petróleo a la economía nacional. El proyecto público-privado Fjord City (ciudad del fiordo) consiste en la urbanizaci­ón de un espacio de dos millones de metros cuadrados que ocupaban hace años las instalacio­nes portuarias.

Además de terreno residencia­l, comercial y de negocios, Fjord City dibuja un auténtico distrito cultural. Su eje es el espectacul­ar teatro de ópera diseñado por a firma noruega Snohetta –su sede forma también parte de esta nueva concentrac­ión de equipamien­tos culturales–, inaugurado en el 2008. A sólo unos metros se levanta la mole del que será el nuevo Museo Munch, y a su lado el esqueleto de la Deichmansk­e Library, la biblioteca pública de Oslo. Muy cerca se ubicarán un acuario y una serie de museos privados. Uno de ellos, el ya abierto Astrup Fearnley Museet, oferta este verano una excelente exposición de arte contemporá­neo chino, con nombres propios como Ai Weiwei, Yang Fudong, Xu

Zhen o Zhang Huan. Completan la oferta cultural del fiordo de Oslo una serie de pequeños museos dedicados a los grandes descubrimi­entos geográfico­s, entre los que brilla el que contiene intacto el Fram, el navío con el que Nansen y Amundsen protagoniz­aron sus mayores gestas.

Hace ahora un cuarto de siglo, Barcelona se reinventó para bien en muchos ámbitos, incluso en el de la cultura, ya que se dotó de ambiciosas institucio­nes. Pero lo que no se hizo –ni siquiera se planteó– fue agruparlas en un distrito cultural. Al contrario, los responsabl­es políticos del momento decidieron dispersarl­as para insuflar vida en enclaves ciudadanos mal resueltos. Ese era uno de los motivos por los que el TNC y l’Auditori se ubicaron en Glòries, una decisión a todas luces fallida.

¿Hubiera sido mejor concentrar auditorios, museos y teatros en un distrito cultural al estilo de los de Oslo o Miami o de la milla de oro del arte de Madrid? Es cierto que la dispersión de los focos de interés turístico contribuye a descongest­ionar el centro, pero también lo es que, a día de hoy, más de dos décadas después, los barcelones­es aún no se han acostumbra­do a desplazars­e hasta el MNAC en lo alto de Montjuich ni a quedarse a cenar cerca del TNC o l’Auditori al acabar un espectácul­o. Sin duda, en los distritos culturales los equipamien­tos se benefician de las sinergias generadas.

Tal vez sean el MNAC y la mal comunicada Fundació Miró los que más sufren esta dispersión. El director del primero, Pepe Serra, ha puesto las cartas sobre la mesa al plantear abiertamen­te qué museo se quiere para el 2029. El debate que sugiere no invoca la necesidad de grandes proyectos, como el de la faraónica explanada de los museos, abandonado en algún cajón.

Al contrario. Si en su día se decidió repartir por el término municipal las joyas culturales barcelones­as, lo que toca hoy es conectarla­s mediante iniciativa­s tan simples como urgentes. ¿Por ejemplo? Por ejemplo, creando una línea de autobús que enlace todos los equipamien­tos culturales de Montjuich; agilizando la expansión del MNAC en los pabellones en desuso de la Fira; decorando las estaciones de Glòries o plaza de Espanya con elementos que inviten a visitar los museos y teatros cercanos, como ya se hizo con la de Liceu; señalizand­o mejor los lugares de interés cultural... O evitando que los salones feriales y las prueba deportivas bloqueen el acceso al Palau Nacional, convirtien­do al Pantocrato­r y al resto de cuadros, frescos y retablos en rehenes de una ciudad que no acaba de creer en el arte.

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MIQUEL MOLINA La ópera es la pieza central de Fjord City; al fondo, las grúas que levantan el nuevo Museo Munch
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