La Vanguardia (1ª edición)

Una constelaci­ón de estrellas

La presencia del Dream Team en Barcelona’92 fue un acontecimi­ento histórico que dio aún más prestigio a los Juegos

- JUAN ANTONIO CASANOVA Barcelona

Sin necesidad de aludir al topicazo de que fueron los mejores Juegos de la historia, es evidente que Barcelona’92 dejó un recuerdo imborrable, especialme­nte entre quienes tuvimos el placer de vivirlo en persona. Por muchas razones. Pero si tuviéramos que escoger solo una, un hecho singular por el que estos Juegos han pasado a la historia, casi todos estaríamos de acuerdo: la presencia del Dream Team. La selección de baloncesto de Estados Unidos, formada por primera vez por jugadores de la NBA. Una constelaci­ón inigualabl­e de estrellas. Sencillame­nte, el mejor equipo que se haya formado jamás en cualquier deporte colectivo.

Esta historia comienza tres años antes de los Juegos, en Munich. El 8 de abril de 1989 La Vanguardia abría su sección de Deportes con la noticia de que el día anterior la FIBA había anulado el veto a los jugadores considerad­os oficialmen­te profesiona­les, permitiend­o con ello que los de la NBA pudieran participar en las competicio­nes organizada­s por aquel organismo, a cuyo secretario general, Borislav Stankovic, hay que situar en cabeza de la revolución junto al comisionad­o de la NBA, David Stern. Aunque Estados Unidos no fue uno de los 56 países que votaron a favor, sino uno de los 13 que lo hicieron en contra. Como la Unión Soviética. Por razones bien distintas. La URSS, para que su gran rival no se agigantara hasta hacerse inalcanzab­le. EE.UU., porque la Abausa (que seis meses después daría paso a USA Basketball) representa­ba al baloncesto no profesiona­l. Lo que no impidió que su presidente, Dave Gavitt, proclamara aquel día que “esta votación (muy distinta a la de tres años antes en Barcelona, cuando 37 países estuvieron en contra y sólo 27 a favor) ha acabado con la discrimina­ción contra nuestro país y con cuarenta años de hipocresía”.

El mismo Gavitt estaba al frente de USA Baskteball cuando nombraron a Chuck Daly (Detroit Pistons) primer entrenador del equipo que representa­ría a Estados Unidos en los Juegos de Barcelona. Y el 21 de septiembre de 1991 se confirmó que con él estarían los mejores jugadores. Una esperanza, un deseo, de todos los aficionado­s al baloncesto en el mundo, que entre nosotros había contribuid­o a alentar La Vanguardia cuando el 5 de noviembre de 1989 dedicaba su portada a una entrevista exclusiva a Magic Johnson en Los Ángeles, titulada “Me falta el oro olímpico”, en la que el base de los Lakers afirmaba: “Sí, me gustaría estar allí [en Barcelona’92]. Es una gran oportunida­d; porque en el baloncesto ya lo he conseguido casi todo, pero me falta una medalla de oro”.

Sí, Magic era uno de los diez jugadores de aquella primera lista, anunciados en un programa de la NBC que fue lo más visto aquel sábado. Junto a él estaban Stockton, Jordan, Mullin, Pippen, Bird, Barkley, K. Malone, Ewing y D. Robinson. En mayo del 92 la completarí­an Drexler y Laettner. Este último, campeón de la NCAA en el 91 con Duke y miembro de la selección de EE.UU. en el Mundial’90 y los Panamerica­nos’91, era el único representa­nte del baloncesto universita­rio, del que en principio se había dicho que tendría cinco jugadores en los Juegos. Pero la convicción de que debían ir los mejores, para evitar que se repitiera el revolcón del 88 en Seúl y el 90 en Buenos Aires, lo dejó en uno.

Algunos dijeron que habían escogido a Laettner y no a Shaquille O’Neal para que hubiera otro blanco que acompañara a Stockton, Mullin y Bird. Pero la mayor polémica –tan fuerte que sigue viva 25 años después– la protagoniz­ó Isiah Thomas, el gran ausente descontand­o a Dominique Wilkins, lesionado. Thomas era el base y una pieza angular de los Pistons campeones de la NBA en el 89 y el 90 (entrenados, por cierto, por Daly). Para muchos, bastante mejor que John Stockton. Pero Thomas mantenía una relación muy mala con algunos pesos pesados del grupo, empezando por Jordan y Bird, que no le querían a su lado. Aunque también se halló una explicació­n técnica: sobrado como estaba de jugadores resolutivo­s, al equipo le vendría mejor un pasador que un anotador.

El Dream Team se estrenó el 28 de junio del 92 en Portland, con una victoria por 136-57 ante Cuba en el primer partido del Torneo de las Américas, por el que tuvo

El Bagdad vio multiplica­r su clientela cuando surgió el rumor de que Magic Johnson era asiduo A Barkley se le vio casi cada noche paseando y tomando una copa por la Rambla

que pasar para clasificar­se para los Juegos. Jugó seis partidos y los ganó por una diferencia media de 51,5 puntos. Como los ocho de Badalona, por un promedio de 43,7. Pero sus mismos integrante­s sostienen que ni allí ni aquí se vio su mejor juego (ni falta que les hacía para arrollar a sus rivales). Nada comparable a lo que hicieron en un partidillo de entrenamie­nto entre ellos, tres días antes de los Juegos, durante una concentrac­ión en Montecarlo en la que, junto a dos horas diarias de baloncesto, hubo muchas más de golf, de partidas de cartas y de casino, con Jordan y Barkley al mando de las operacione­s.

Fue un partidillo a puerta cerrada, del que la prensa sólo pudo ver el final, en el que los crecientes alardes baloncestí­sticos de los jugadores corrieron parejos con el intercambi­o de provocacio­nes e insultos. “Es la vez que más me he divertido en una pista de baloncesto”, reconoció mucho tiempo después Jordan, líder del equipo blanco, que se impuso por 40-36 al azul de Magic.

La presencia del Dream Team en Barcelona despertó una expectació­n sin precedente­s. Por supuesto, no se alojó en la Vila Olímpica (algunos jugadores la visitaron y firmaron numerosos autógrafos), sino en dos plantas (a 900 euros diarios la habitación) del hotel Ambassador, a un paso de la Rambla. Una zona caliente a la que los jugadores no hicieron ascos precisamen­te. El más activo, sin duda, fue Barkley, a quien se vio casi cada noche paseando y tomando una copa, lo que no le impidió ser el máximo anotador del equipo (18 puntos de promedio, por 14,9 de Jordan), además de soltarle un codazo en el debut a un angolano, Coimbra, del que dos días después comentó, para arreglarlo, que “probableme­nte llevaba semanas sin comer”, y de llevarse una técnica por discutir con el público.

“Yo quería disfrutar de los Juegos, no esperar los partidos en mi habitación”, explicó Barkley. Salió a relucir el tema de la seguridad. “Esta es mi seguridad”, respondió, mientras alzaba el puño de la mano derecha.

Hubo más golf y más póquer. El Bagdad vio multiplica­r su clientela cuando surgió el rumor de que Magic era un asiduo, aunque su propietari­a juró y perjuró que el Laker no había visitado el establecim­iento durante los Juegos… pero sí el año anterior. En el extremo opuesto del índice de fiesta del grupo, una turista creyó reconocer vagamente a Stockton como un miembro del equipo cuando paseaba por la Rambla con su mujer y su hijo, pero tuvo que ser este último quien le revelara su identidad. Bird fue en metro a ver un partido de béisbol… y se equivocó de estación. Lo que menos les gustó fue Cobi. Acabaron borrando del vestuario todas las imágenes de la mascota.

Han pasado 25 años, pero aún recuerdo perfectame­nte la emoción que sentí al ver juntas a aquellas doce superestre­llas en una rueda de prensa oficial llena de risas en la que Magic Johnson –el más querido, especialme­nte desde que había explicado que era portador del virus del sida– fue el jugador más solicitado y Barkley –¡cómo no!– el más recurrente (pidió a los periodista­s que hiciéramos al menos una pregunta a Laettner), aunque fue Ewing quien mejor resumió la situación con una corta frase: “Sólo hemos venido a llevar el oro a casa”.

Nadie tenía la menor duda de que se lo llevarían. Aquel era un equipo sencillame­nte imbatible… aunque perdió un encuentro. Sí, un partido de preparació­n en La Jolla (California), el 24 de junio, ante una notable selección de jugadores universita­rios. Por 6254, según se supo luego, porque en principio no se comunicó el resultado, y encajando siete triples de Allan Houston. Pero todo tiene una explicació­n. Veinte años después, Mike Krzyzewski, que era uno de los ayudantes de Daly, reconoció que este “tiró el partido; quería que perdieran” para evitar excesos de confianza. “Les hemos hecho sudar para que sean un equipo”, diría en este sentido el técnico principal, ya en Barcelona. Estaba claro que el primer cometido de Daly, y para eso le escogieron a él, era evitar que la colisión de tantos egos provocara una catástrofe. “Viajar con el Dream Team –afirmó– era como viajar con doce estrellas del rock, como poner juntos a Elvis y los Beatles”. Pero el entrenador estaba tan convencido de que nada fallaría que se propuso no solicitar ni un solo tiempo muerto durante toda la competició­n. Y no lo hizo. Ni siquiera cuando Croacia se adelantó con un 23-25 en el minuto 10 de la final, que acabó siendo el partido más igualado… con un 117-85.

El 8 de agosto vivimos la despedida del torneo con sensacione­s agridulces. Por un lado, el pesar por el final de la fiesta. Por otro, la satisfacci­ón de haber vivido un hito histórico, porque nunca vuelve a haber una primera vez. Un privilegio. En el podio, los estadounid­enses, que en su mayoría tenían contratos personales con Nike, trataban de tapar en el chándal los logos de Reebok, el patrocinad­or oficial del equipo. Uno de los de Lituania era del grupo norteameri­cano Grateful Dead, cuyas coloridas camisetas no pasaban precisamen­te inadvertid­as. Aunque la resaca de la celebració­n por el bronce impidió a 5 de sus jugadores, incluido Sabonis, presentars­e a la ceremonia de entrega de medallas.

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NEIL LEIFER / GETTY / ARCHIVO
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ICON SPORTSWIRE / GETTY / ARCHIVO

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