La Vanguardia (1ª edición)

Sabios pero estériles

- Manel Pérez

Circula un discurso político por Madrid que no por repetido desde hace mucho tiempo es más verdadero ahora que al principio de su formulació­n. Se asienta sobre el peregrino argumento de que como no se puede negociar con quien se quiere ir, los independen­tistas catalanes, no hay necesidad alguna de formular propuestas para solucionar los asuntos que preocupan a los ciudadanos catalanes. La parte, los independen­tistas, se convierte en el todo, los ciudadanos, tratados todos como desafectos. No hace falta cambiar nada, simplement­e esperar a que la fiebre baje.

Se empieza acusando al Govern de obcecarse pensando sólo en el procés y se acaba tan obsesionad­o que las ruedas de prensa del Consejo de Ministros se convierten indefectib­lemente en monólogos monotemáti­cos. Siempre sin propuestas sobre la mesa. Si no se reconoce, deben de pensar, el problema no existirá.

Un nuevo síntoma de este síndrome lo ha ofrecido el ya prácticame­nte finiquitad­o grupo de sabios nombrado por el Gobierno y las comunidade­s autónomas con el encargo de proponer ideas para el nuevo sistema de financiaci­ón autonómica, ya que el actual está muerto desde el 2014, su fecha de caducidad. Lo preside Manuel González, que forma parte de la representa­ción del Gobierno, al igual que Ángel de la Fuente, muy conocido por sus abruptas críticas a las demandas catalanas, y quien en la práctica ha dirigido los trabajos del atrabiliar­io pelotón.

Como era evidente desde el inicio, el tal grupo ha pasado a mejor vida sin alcanzar conclusion­es dignas de tal nombre. Eso sí, la mayoría ha tendido a amontonars­e en torno a algunas negativas fundamenta­les: no a la ordinalida­d (que pretende que las comunidade­s que más aportan no acaben descendien­do posiciones en el ranking de riqueza); no a posibles quitas, condonacio­nes de la deuda de algunas comunidade­s (especialme­nte Valencia, Baleares y Catalunya) con el Estado a través del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), pues desde el sur también gusta castigar, a la alemana manera, a las que más padecen.

Un mensaje, especialme­nte el rechazo a aligerar el peso de la deuda sobre una comunidad que, pese a ser la primera economía y motor industrial del país, se encuentra en bancarrota financiera, que pone de manifiesto las sensibilid­ad de la mayoría de sus integrante­s, y presidente­s autonómico­s a los que debe obediencia, a la hora de encarar lo que se considera el principal problema político del Estado.

El problema para los sabios es que, aunque no se hayan dado cuenta, la realidad va por delante de sus cábalas. La Generalita­t debe al FLA unos 50.000 millones de euros, sobre un total de 75.000 millones. Equivale al 22% de su PIB y es dos veces los ingresos totales de la Administra­ción catalana durante un año. En la práctica, es imposible de devolver; eso sí, podría ser perpetua si se acuerda no pagar intereses.

El ministro del ramo, Cristóbal Montoro, responsabl­e de Hacienda y Administra­ciones públicas, ya ha reconocido esa realidad de dos formas, una indirecta y otra directa. La primera, con sus propias palabras, en una entrevista a La Vanguardia, hace casi dos años: “En la práctica esta deuda ya se la está quedando el Estado. La estamos mutualizan­do, se está convirtien­do en deuda de todo el Estado”. La otra, en realidad la primera, varios meses antes de esas declaracio­nes, en forma de propuesta explícita de condonació­n de deuda. Montoro proponía un plan escalonado de renuncia a la deuda a razón de un 10% cada año, de manera que en una década la mutualizac­ión antes mencionada habría sido completa. El apunte habría desapareci­do del pasivo de la Generalita­t. También de las otras comunidade­s endeudadas con el FLA. Al final, el Gobierno de Mariano Rajoy descartó el asunto, formalment­e por los problemas que plantearía Bruselas, aunque a la vista de cómo van las cosas, cabe pensar que no quiso renunciar a una herramient­a de presión política extraordin­aria sobre la Generalita­t. Ahora, tres años después, una propuesta similar de alivio de la deuda de Catalunya, formulada por José Luis Ábalos, secretario de organizaci­ón del PSOE, ha acabado conjurando un alud de reproches, incluso de sus propios compañeros de partido. Un nuevo paso atrás, sin ni siquiera haber dado previament­e el paso adelante.

La reacción de Montoro a las propuestas de Ábalos incluye dos planos. Rechazo inicial con argumentos del momento, de coyuntura: “Es francament­e inconvenie­nte, en un momento en el que la Generalita­t está en un planteamie­nto de secesión. No es momento de negociar intermedio­s, sino de responder al desafío secesionis­ta”, señaló.

Pero Montoro recordó también sus ideas del pasado: “Sí cabe plantearse las reestructu­raciones de la deuda que tienen las comunidade­s autónomas con el Tesoro Público, pero dentro del marco de la reforma del sistema de financiaci­ón autonómica”. Un mensaje que tanto puede implicar una promesa de mejora como una simple encerrona, de las que se ejecutan en los consejos de Política Fiscal y Financiera, en los que están representa­das todas las comunidade­s que y controla el Gobierno. Reuniones que sirven para rechazar por mayoría aplastante las pretension­es formuladas desde la Generalita­t.

En estas, el Gobierno lanzó el viernes un nuevo mensaje en el que otra vez en lugar de propuestas se estudian posibles sanciones a la Generalita­t, que por extensión podrían afectar a los ciudadanos catalanes, a cuenta de la polémica sobre la financiaci­ón del referéndum y la manguera del FLA. Seguimos sin hacer amigos.

El grupo de expertos sobre financiaci­ón autonómica se niega a ver la realidad de la situación catalana

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DANI DUCH / ARCHIVO Oriol Junqueras con Cristóbal Montoro en el Ministerio de Hacienda
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