El PIB y el espíritu de Barcelona’92
Esta semana estamos viviendo la celebración del 25.º aniversario de la apertura de los Juegos Olímpicos Barcelona 1992, que duraron 16 días pero que dejaron una herencia enormemente positiva tanto respecto a reputación de la ciudad como respecto a las infraestructuras que se crearon aprovechando tal celebración y que se han mantenido en uso permanente. Con tan sólo alguna excepción, como es el caso del Estadi Olímpic tras haberse ido el Reial Club Deportiu Espanyol.
Salvo el desgraciado olvido –que debería ser corregido lo antes posible– del protagonismo inolvidable de Juan Antonio Samaranch, sin cuya presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI) los Juegos de verano de 1992 no hubieran llegado a Barcelona, los medios de comunicación han rendido y están rindiendo tributo a los que entonces contribuyeron o contribuimos –yo mismo hice un relevo de la antorcha olímpica, y mi hijo mayor fue voluntario olímpico–, destacando que, sin el decidido impulso del Ayuntamiento de Barcelona y de los ayuntamientos de las subsedes olímpicas, de la Generalitat y del Estado, aquella XXV Olimpiada hubiera sido imposible por más empeño que el Comité Olímpico Internacional hubiera desplegado.
Con aquel evento se puso, además, de manifiesto lo mucho que pueden aglutinar los triunfos deportivos españoles, como se constató cuando la selección española de fútbol, con Pep Guardiola en ella, conquistó la medalla de oro en medio del entusiasmo barcelonés.
Y mientras estas celebraciones de los 25 años de la Barcelona dinámica de los Juegos Olímpicos están teniendo lugar, una parte de nuestros gobernantes catalanes se obstina en ir radicalizando el proceso independentista hasta unos niveles difícilmente comprensibles para aquellos que se dan cuenta de que las negociaciones para el Brexit están provocando graves perjuicios para la economía británica, y de que, al mismo tiempo, la Catalunya integrada en España y en la Unión Europea va bien y alcanza un PIB superior a los 232.000 millones de euros por encima del alcanzado antes de la crisis con, además, un crecimiento robusto de más o menos el 3% anual superior al de otras economías de nuestro entorno.
Dicho esto, hay que preguntarse, por el bien de Catalunya y de España, si, en vez de intentar romperlo todo con el pretendido Catexit tras el 1 de octubre, no sería mejor que el Estado y la Generalitat lucharan para recuperar el espíritu que hizo posible el éxito los Juegos Olímpicos, buscando soluciones a los problemas que existen y que no van a resolverse si se sigue a la greña.
Hay que preguntarse si, en lugar de romperlo todo tras el 1-O, no sería mejor luchar por recuperar el clima de colaboración de los JJ.OO.