La Vanguardia (1ª edición)

La base popular del poder en Polonia

El populismo ultranacio­nalista tira de raza y religión en su pulso con la UE

- GEMMA SAURA

Para la televisión pública de Polonia, los que se manifiesta­n contra la reforma judicial del Gobierno son “defensores de pedófilos” y “no pagan la pensión conyugal”.

Eso decía un título que colocaron bajo las imágenes de las protestas ante el palacio presidenci­al en Varsovia. Entre los miles de manifestan­tes había una actriz que hace años opinó que Roman Polanski –el cineasta buscado en EE.UU. por la presunta violación de una niña de 13 años en 1977– no debía ir a la cárcel y un político que fue denunciado por no pagar la pensión a su exmujer.

Los ataques contra el adversario se disparan con cañón en la Polonia de Ley y Justicia, el partido en el poder desde el 2015 cuyo cóctel de nacionalis­mo polaco, ultraconse­rvadurismo católico y autoritari­smo a la húngara ha fracturado el país a un nivel inaudito desde el fin del comunismo en 1989.

Unos denuncian un asalto a las institucio­nes del Estado que amenaza la democracia y la permanenci­a en la Unión Europea. Otros proclaman que se trata de una regeneraci­ón para liberar al país de las élites corruptas heredadas del comunismo y regresar a los valores eternos de familia, patria y religión. “La contrarrev­olución conservado­ra”, en palabras de Pawel Lisicki, director del semanario derechista Do Rzeczy.

La última trinchera es una reforma judicial que según los expertos constituci­onales y la Comisión Europea atenta contra la independen­cia de los jueces. Tras una oleada de protestas, el presidente Andrzej Duda vetó dos de las tres leyes del paquete, entre ellas la que suponía la purga del Tribunal Supremo.

Fue del todo inesperado: Duda, casi un desconocid­o hasta que Ley y Justicia le presentó como candidato, siempre se había plegado a Jaroslaw Kaczynski, el líder del partido y hombre fuerte del país aunque sólo sea un diputado. Un popular show de parodia política se ha regodeado con la insignific­ancia de Duda: en los gags, la secretaria de Kaczynski no le deja entrar en el despacho y confunde su nombre, llamándole Adrian en lugar de Andrzej. Adrian Duda –así le llama media Polonia– ha dicho basta.

Para Adam Bodnar, defensor del pueblo, el veto presidenci­al es una muy buena noticia. “Ha visto que el Gobierno había ido demasiado lejos. Demuestra que hay voces discordant­es en el partido y también que existe un elemento en el equilibrio de poderes con el que no contábamos: el presidente está dispuesto a ser un contrapeso al legislativ­o”. Desde su llegada al poder, Ley y Justicia ha metido mano, una a una e ignorando las amenazas europeas, en las institucio­nes que se escapaban a su control. Primero fue el Tribunal Constituci­onal, luego la televisión pública, los funcionari­os, los servicios secretos y la fiscalía general. “Nunca lo presentan como una venganza personal, la narrativa es que es una reforma para que la institució­n funcione mejor, aunque el objetivo final sea meter a su gente”, dice Bodnar.

Ahora están en el punto de mira los jueces, presentado­s como un nido de excomunist­as pese a que su edad media es 38 años. El defensor, a quien el Gobierno le ha reducido el presupuest­o, sabe que puede ser el siguiente. Los ombudsman europeos, bajo la batuta del

EL VETO DEL PRESIDENTE Duda se convierte por sorpresa en el contrapeso del líder ultra Kaczynski

catalán Rafael Ribó, han denunciado que su colega polaco está “bajo amenaza”.

El conservado­r Michal Sewerynski, vicepresid­ente del Senado y jurista, opina que Duda “sólo quiso calmar un poco el ambiente” y que al final no cambiará “nada sustancial”. La reforma, asegura, no ataca la independen­cia de los jueces: aunque el ministro de Justicia los pueda nombrar a su antojo, “nadie les llamará para pedirles un veredicto”, se trata tan sólo de meter en cintura a un colectivo que retrata como inepto, en el mejor de los casos, y corrupto, en el peor. “La gente pide una reforma profunda de la justicia, así que lo vamos a hacer. Más tarde o más temprano, pero lo haremos”.

El senador ventila las acusacione­s de anticonsti­tucionalid­ad como manipulaci­ones de una oposición librada a una guerra sin cuartel para tumbar al Gobierno: “Sólo puede decirlo el Tribunal Constituci­onal”, dice, omitiendo el detalle de que Ley y Justicia cambió jueces para tener allí mayoría. Las condenas de la Unión Europea, a su juicio, también son partidista­s: “Preferiría­n que Donald Tusk (el exjefe de Gobierno, hoy presidente del Consejo Europeo) fuera el primer ministro, porque piensan de la misma manera”.

Según Sewerynski, el telón de fondo del pulso político en Polonia es un “combate axiológico”, es decir, por los valores. De su discurso se desprende que unos son los autóctonos polacos y los otros, impuestos de fuera. “Ley y Justicia representa los valores cristianos que han regido nuestras conviccion­es desde hace más de mil años, el amor a la patria y a las tradicione­s. Frente a nosotros está el izquierdis­mo liberal, cuyo origen es el comunismo, que defiende el aborto, la homosexual­idad, la eutanasia”.

Desde esta perspectiv­a, la Europa del 2017, pese a la mayoría conservado­ra en el Parlamento Europeo, está muy escorada a la izquierda. El periodista Lisicki opina que “prevalece la permisivid­ad y el abandono de los valores cristianos. Queremos seguir en la UE pero pedimos respeto, que no nos impongan valores que no son los nuestros”. Eso incluye, también, el recalcitra­nte rechazo a acoger a refugiados y cumplir con las cuotas de Bruselas, un nido de multicultu­ralistas fanáticos o simplement­e ingenuos. “¿Por qué debe pagar Polonia por los errores de otros? No hemos participad­o en guerras, ni tenido colonias, ni invitado a nadie a venir. Frente a los que creen que el estado nación es una barrera que hay que derribar, que cualquier recién llegado puede ser un europeo, nosotros creemos que tenemos que proteger la identidad cultural que hemos heredado de nuestros abuelos y que está amenazada por oleadas de refugiados musulmanes, entre los cuales además hay extremista­s”.

El nacionalis­mo siempre se aferra a la historia, a veces para reescribir­la, y Ley y Justicia no es una excepción. Uno de los capítulos que insiste en reabrir es el de la transición democrátic­a, tantas veces ensalzada como ejemplo desde el extranjero. Kaczynski, segundón de Lech Walesa en el sindicato Solidarnos­c, acusa a sus antiguos compañeros de haber sellado un pacto secreto con el régimen y traicionar a la nación. Eso explica, en su razonamien­to, que las élites co-

munistas sigan infiltrada­s en los estamentos de poder que ahora quiere purgar.

Ley y Justicia ha desenterra­do papeles para probar que Walesa fue un informador del régimen comunista. En la televisión pública le suelen llamar Bolek, su supuesto nombre en clave. Otra bestia negra es Adam Michnik, legendario opositor que pasó por las cárceles comunistas y fundador en 1989 del diario Gazeta Wyborcza, hoy uno de los mayores azotes del Gobierno. “Esto debe responderl­o un psiquiatra”, responde al ser preguntado de dónde emana la animadvers­ión de Kaczynski. “Siempre hubo en su carácter un toque autoritari­o y manipulado­r. Tiene un odio fanático a los adversario­s políticos, es revanchist­a y usa un lenguaje de paranoia, con enemigos invisibles. Anticomuni­sta en un país sin comunistas e islamófobo en un país sin musulmanes. Su talento ha sido aglutinar las fuerzas católicas, nacionalis­tas y populistas con él en el centro. Ha despertado en el alma polaca lo peor que llevaba dentro”.

Michnik encuadra el triunfo de Ley y Justicia en el avance en el mundo del populismo como respuesta a la globalizac­ión, en el que engloba a Trump, el Brexit o hasta el independen­tismo catalán, pero cree que su verdadero modelo es Vladímir Putin. “Comparten el mismo objetivo de transforma­r el país y acumular el poder en manos de un solo hombre. La única diferencia es que Putin es el dictador de un gran imperio, mientras que Kaczynski es un pequeño dictador de un país mediano. Es un liliPutin”, se ríe.

Gazeta Wyborcza ha perdido toda la publicidad institucio­nal por su línea editorial, pero Pawel Lisicki, el director del semanario proguberna­mental Do Rzeczy ,se encoge de hombros. “Es lo mismo que nos ocurría a nosotros cuando los suyos estaban en el poder. Además, lo que hace Wyborcza ya no es periodismo. No explican la realidad sino que la crean. Ellos mismos organizan las manifestac­iones, hasta han repartido pancartas con el diario”.

Polonia está en la trinchera. La retórica se recrudece y los dos bandos viven en realidades paralelas. Es significat­ivo que los periodista­s del lado opositor no tienen ni los números de teléfono de los miembros del Gobierno y viceversa. No debe haber demasiados países democrátic­os en que esto ocurra.

“Los dos lados se radicaliza­n cada vez más. Se está formando una brecha profunda en la sociedad que me temo que va a costar mucho reparar”, señala el periodista Michal Kokot. Lo sabe bien. Publicó un artículo en un diario alemán que no gustó al Gobierno y fue víctima de una campaña difamatori­a por internet que lo presento como colaboraci­onista de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Otros periodista­s polacos han tenido experienci­as similares.

Kaczynski ya ha advertido que a la vuelta de las vacaciones se propone “descentral­izar” los medios de comunicaci­ón, en lo que se perfila como la enésima ofensiva para acallar las voces disidentes aunque se disfrace como un mecanismo para limitar la propiedad extranjera. En Polonia, varios diarios y television­es tienen capital alemán, suizo o estadounid­ense.

El senador Michal Sewerinsky acaba su entrevista con este diario con una frase inquietant­e: “Tenemos todos los medios privados en contra. No nos critican; nos bombardean. ¿Qué Gobierno puede funcionar así?”.

LEY Y JUSTICIA Los nacionalis­tas creen que los jueces son ineptos y corruptos, y se han de reformar

ADAM MICHNIK “Kackzynski es un fanático anticomuni­sta en un país sin comunistas”

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AGENCJA GAZETA / REUTERS Manifestac­ión, el pasado miércoles en Wroclaw, contra la reforma judicial que pretende llevar adelante el Gobierno ultraconse­rvador
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