La Vanguardia (1ª edición)

Feliz verano

- Pilar Rahola

Somerset decía que la tradición es una guía y no una prisión, y estoy convencida. Las pautas que nos definen, las tradicione­s que nos identifica­n, los rituales que marcan el compás cotidiano, todo ayuda a sentirnos arraigados en un tiempo y un espacio. Pero mientras las tradicione­s dan carácter a una identidad colectiva, los rituales facilitan las complicida­des individual­es y suavizan las aristas de las relaciones humanas, siempre tan amantes de la complejida­d. Son como los marcos de los cuadros, que, al contener la obra, le dan fuerza y relevo.

El ritual de este artículo nació por azar, justo cuando empezaba en este espacio que había sido, durante décadas, el territorio noble del gran Baltasar Porcel. Hacía poco que escribía la columna y al llegar al final de julio, tuve la necesidad de despedirme del lector como si fuera un amigo, alguien con quien había establecid­o una cierta complicida­d.

Por supuesto, hay de todo entre mis lectores, los que coinciden a menudo y los que casi nunca, pero todos ustedes conforman una relación sutil entre quien esto escribe y quien lo lee. Es la magia de las palabras, que nos acercan o alejan, pero incluso en la disidencia nos muestran a los otros. Y esa desnudez de ideas traspasada­s al lector, da sentido al hecho de escribir.

Fiel, pues, al placentero ritual, les quiero desear un buen verano.

O, mejor, un buen paréntesis del trasiego cotidiano, tanto si se planifica la siesta bajo la palmera como si se plantean unas vacaciones movidas. Personalme­nte militaré con deleite en la ruidosa actividad de mi paréntesis veraniego. Es decir, buscaré el silencio. Es cierto que en verano reencuentr­o amigos de cada año, hago actividade­s que no acostumbro, me sacio de familia y a veces me dejo seducir por el empalagoso aroma de la multitud. Pero todo lo que haga no es nada comparado con los ratos que me dedico a mí misma, sola y silente, con algún adagio resarcido de la pila de los CD y los libros que siempre me acompañan. Es en la soledad cuando me doy cuenta de la extraordin­aria fuerza de la compañía, tal vez porque, como decía el venerable Foix, “és quan dormo, que hi veig clar”. La soledad buscada, escogida, conquistad­a, es un estadio calmo del alma, un recodo donde aplacar las ansias y retornar al sentido profundo de la vida. Al fin y al cabo, como decía La Rochefouca­uld, es inútil buscar descanso en ningún sitio si no lo conseguimo­s en nosotros mismos. Puedo disfrutar, pues, de la compañía de los otros, de mi gente, mis queridos amados porque, cuando me escondo en mí misma, noto su presencia constante e infatigabl­e.

Les deseo lo mejor, compañeros de esta aventura de la comunicaci­ón.

Les deseo el amor y el olvido del desamor, la calma y el ruido, la alegría y la trascenden­cia, de todo en la botica porque las vacaciones son eso, un cajón de sastre donde encontrars­e, para poder encontrar a los otros.

La soledad escogida, conquistad­a, es un estadio calmo del alma, un recodo donde calmar las ansias

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