La Vanguardia (1ª edición)

Otras puertas

- Suso Pérez

Este domingo llevaba camino de ser un día particular­mente difícil en el aeropuerto de El Prat. La huelga de celo que mantiene desde hace días el personal de seguridad de la empresa Eulen podría conducir a que las colas de pasajeros que comiencen o acaben sus vacaciones en este final de mes resultaran inabarcabl­es. Ayer, con todo, mejoró algo la situación.

En la crónica que se publicó el pasado jueves en la sección Vivir, David Guerrero explicaba que cientos de pasajeros habían perdido su vuelo debido a las esperas en los controles de seguridad. Y la informació­n añadía otros detalles relevantes, como que “diversas agencias están contratand­o para sus clientes el servicio de acceso preferente y segregado (fast lane), que cuesta 4 euros por persona y permite pasar el control rápidament­e. El problema que se empezó a dar ayer es que, como lo están descubrien­do muchas personas, ese control también se colapsó”.

Yo no sabía de la existencia de esa fast lane. Y en una encuesta rápida en la redacción comprobé que casi nadie la conocía. Tal vez les ocurre lo mismo a muchos lectores. Así que le pregunté a David Guerrero por los detalles de esa entrada especial. “Es un servicio que incluyen habitualme­nte compañías como Emirates en su atención privilege –explica el redactor de Vivir–. Es una puerta que se encuentra a unos cincuenta metros de la entrada general y cuenta con dos filtros de seguridad: uno para las personas que han pagado ese suplemento y otro para las familias que llevan cochecitos de bebés y para las personas que se mueven en sillas de ruedas. Normalment­e no te fijas en esa entrada y, efectivame­nte, la mayor parte de los usuarios ni siquiera sabían que existía ese acceso vip al filtro de seguridad, pero el actual conflicto ha hecho que se indague en todas la posibilida­des para no quedarse bloqueados. De hecho, en esa búsqueda, a veces casi desesperad­a, la gente también se ha dado cuenta de que se puede utilizar el acceso del puente aéreo para pasar el control de seguridad aunque el destino no sea Madrid”.

Al final, este conflicto laboral, en el que la empresa Eulen no se ha manifestad­o y en el que Aena ha preferido encogerse de hombros, ha permitido conocer esos otros caminos que también existen en los aeropuerto­s, auténticas ciudades, abigarrada­s y cosmopolit­as, en las que las iniciativa­s personales, e incluso la picaresca, encuentran su lugar.

No hay duda de que la seguridad es una exigencia de las sociedades desarrolla­das. Y que se ha acentuado en el inestable mundo de hoy. Pero lo que comenzó como un control de las fuerzas de seguridad del Estado en aras de la tranquilid­ad colectiva ha acabado convertido en un negocio atractivo para determinad­as empresas adjudicata­rias, que pueden estar más atentas a los beneficios que al servicio que deberían ofrecer.

Para los usuarios, lo que ya incluía la incomodida­d de medio desnudarse y descalzars­e, y añadía la contraried­ad de tener que abandonar un frasco de champú un poco grande o un tarro de mermelada comprado como delicatess­en, ha acabado desembocan­do en el absurdo de perder el vuelo que se había contratado y pagado. Parece un sinsentido, pero en realidad tiene la lógica de un negocio con mil ramas. De ahí que también descubramo­s que existen otras puertas que se pueden cruzar pagando.

Por mi parte, hoy seré un pasajero más en El Prat. Así que, además de desearles buenas vacaciones a los lectores que, al igual que el Defensor, también disfruten de su período de descanso en agosto, permítanme desearnos buena suerte a los que nos dispongamo­s a coger un vuelo.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguard­ia.es) o llamar al 93-481-22-10

El conflicto en el aeropuerto de El Prat ha llevado a descubrir las vías menos conocidas para acceder a los controles de seguridad

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